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del corazón

jueves, 5 de octubre de 2017

LA AMÉRICA DE EDWARD HOPPER, DE EVA HIBERNIA, SE ESTRENA EN BUENOS AIRES




Hay una emoción muy especial, la de saber que ese hijo que has dado al mundo despierta el interés de los otros y no sólo eso, les inspira y enciende su deseo de crear. Así era un día cualquiera de diciembre del año pasado cuando, después de una jornada de trabajo imaginando réplicas y contra réplicas, abrí el correo. Allí estaba un mensaje del director de escena argentino Pablo di Paolo declarándose interesado en montar para la temporada siguiente mi texto La América de Edward Hopper.

Y el 5 de octubre de 2017 se abre el telón en el Teatro Anfitrión de Buenos Aires para acoger el estreno de La América de Edward Hopper, con el siguiente reparto y equipo artístico:
Texto: Eva Hibernia

Intérpretes:
Julieta Darquier, Jesús Catalino Gomez
Vestuario:
Sofía Davies
Iluminación:
Aquiles Gotelli
Diseño de espacio:
Félix Padrón
Fotografía:
Paula Valentini
Asistencia de dirección:
Milagros Gallo,Milagros Gallo
Colaboración artística:
Milva Leonardi
Dirección:
Pablo Di Paolo

Entre una y otra fecha se han cruzado correos entre el director y yo y tuvimos la suerte de que el viajara a Barcelona en enero, de tal suerte que pudimos conocernos personalmente, hablar sobre el texto e incluso hacer ajustes en el texto a la terminología propia del habla argentina.

El montaje dirigido por di Paolo podrá verse los jueves en el teatro Anfitrión desde el 5 de ocubre hasta diciembre. El director ha querido dar la siguiente sinopsis del texto que pienso yo ya habla de su puesta en escena del mismo: Vera y Tomás recorren América mientras disfrutan de su incipiente relación.A partir del encuentro con una antigua máquina de escribir, ella comienza a urdir historias de dudosa entidad. La ficción y la realidad de la pareja se entrecruzan por habitaciones de viejos hoteles americanos. Un joven a cargo de un faro, una gitana del este y su extraña caja, un viejo estafador y su hija Miranda, conviven con la joven pareja desafiando el escepticismo encarnado en Tomás. A través de un simple objeto, una máquina de escribir, se descubren cosmovisiones enfrentadas entre los protagonistas: el lugar del pasado en la configuración del presente, la mirada sobre la infancia, sobre los vínculos filiales y la relación con el mundo de las palabras; todos ellos presentes también en las otras historias que se suceden como un caleidoscopio iluminándose mutuamente, como si al mirar muchas vidas espiáramos una única vida: la nuestra.

La América de Edward Hopper nació dentro del programa T6 de autoría contemporánea auspiciado por el Teatro Nacional de Cataluña del que fui residente durante las temporadas 2006 a 2009. Lo estrené en La Sala Ponent de Granollers y además de hacer temporadas en el Teatro Español de Madrid y en la Sala Beckett de Barcelona, tuvo una importante gira además de ser nominado al Premio Max Revelación por Cataluña en 2009 y obtener el Premio de la Crítica a la mejor Iluminación en 2010.

A modo de acompañamiento a este nuevo estreno quiero compartir aquí el prólogo que escribí para la segunda edición del texto en Caos Editorial (a día de hoy lamentablemente dada de baja. La primera edición se puede encontrar en Proa, Barcelona 2008. Si quieres acceder al texto desde cualquier punto del planeta puedes ponerte en contacto conmigo a través de la plataforma de autores Contexto Teatral)

Prólogo a la 2ª edición de La América de Edward Hopper, por Eva Hibernia
LA AUTORA, MIENTRAS SE TOMA UN CAFÉ, DICE…

Hace unos meses hice una mudanza, dejaba una casa en la que había vivido durante doce años. Deshacer una casa es desmembrar un orden, aunque sea frágil o aparente como es en mi caso, y vivir unos días en el caos: vaivenes de objetos, de pasado, cajones olvidados, fondos de armario que de pronto contienen cuadernos descoloridos, piedras, chucherías, ese regalo que no sabías que hacer con él, ese broche que tanto te gusta y que extraviaste…, así reencontré por sorpresa el calendario de Hopper, el original que me había evocado una primera sensación de la obra: la historia de una vida, de un amor y de una herencia, fragmentada a través del tiempo, doce meses que me permitiesen asociar la temperatura de las emociones a las de la climatología, y que sucediesen en los paisajes y en las habitaciones del particular universo pintado y poetizado por Edward Hopper. Luego, esos doce meses que comprenden un año se abrirían como espacios paradójicos, porque gracias a la inmersión en la escritura de la protagonista el tiempo rompe su aparente linealidad, y ese año se está viviendo, paralelamente, en años distintos y en distintas vidas, interconectadas por la imaginación y por la necesidad de trascender la muerte. También encontré el otro calendario de Hopper que me regaló el productor de la obra poco antes de su estreno en mayo de 2009 en el Teatre de Ponent de Granollers. En enormes cajas rojas, decoradas con detalles de su pintura –una puerta al mar, una bañista leyendo en la cama, unos navegantes a vela blanca por un océano límpido y tranquilo, la palabra AMÉRICA como un poste indicador de carreteras- cuidé de dejar bien clasificados los muchos materiales que la gestación de esta escritura y después la puesta en escena generó. Recuerdo que las primeras semanas de escritura de La América… fueron una mezcla de sorpresa y delirio. Yo tenía el compromiso con el T6, el programa de autoría contemporánea que auspicia el Teatre Nacional de Catalunya, de escribir una obra con unas fechas de entrega del texto, con “controles” en los que se leía la obra en construcción al resto de los autores componentes del T6 y, lo que era más acuciante, unas fechas de estreno. Éste era mi segundo texto dentro de esta experiencia, el primero había sido Una mujer en transparencia, del que acababa de salir. No sabía desde que lado dar el salto al vacío de la escritura. Había un par de historias que me rondaban. Me fui a América, a Buenos Aires, a pasar uno de los inviernos más helados de mi vida y parece que también de la ciudad, era la primera vez que nevaba en no sé cuantísimos años. Pasé dos meses y medio nutriéndome, de muchas cosas, en primer lugar de una sensación de libertad. A pesar de los compromisos que me esperaban me tomé ese tiempo como una especie de paréntesis. Intenté organizar ese viaje bajo la premisa de no hacer planes, no buscar objetivos, viajar a la deriva del día a día, a la intuición del momento, a las fuerzas y los deseos reales de los que disponía en cada instante. Viajar así es difícil. Muchas veces son las metas, lo que nos proponemos conseguir, lo que nos da una fuerza extra para encarar y atravesar la vida. Allí escribí unos poemas. Nada más.

Luego, de vuelta en Barcelona, las ideas para un texto dramático no acababan de cuajar, cuando, de repente, un día rompí aguas y un título y una idea de hace seis años irrumpió con mucha fuerza. Es bello comprobar como el inconsciente va haciendo su trabajo, su lenta sedimentación de los temas y los personajes de los que nos va ha ser dado hablar. Hace muy poco, en Logroño, en la casa de mis padres, revisé unas libretas de la adolescencia y la primera juventud. Es increíble como reencontré el mismo lugar de observación, las cosas que me llaman la atención, las imágenes que me tocan, incluso la asociación de ideas o las metáforas que están como forjadas desde un tiempo muy remoto. El jardín interior, del que me hablaba Luis Landero en sus clases, ese jardín propio que nos acompaña desde la infancia, ese jardín que puede parecer muy pequeño pero que es infinitamente grande a la hora de explorarlo con la paciencia de la pluma, la riqueza de sus pequeños detalles, la mutación de sus frutos.

La escritura de La América… tuvo algo de jardín de un Edén, pues a medida que escribía sus escenas me iban apareciendo otros textos en paralelo. Por ejemplo escribí algunos de los poemas de la madre de Tomás (cuyo estilo por cierto no tenía nada que ver con el mío). También escribí un pequeño ensayo filosófico, tendría que mirar toda esa hojarasca de aquellos días, esa exuberancia. Un día tuve que acotar las energías y la dirección al único propósito de la obra. Cuento esto porque dentro de esta pieza teatral hay un poco de caja de Pandora de los géneros literarios, la poesía, el cuento, el epistolar…, pero sobre todo los personajes viven desde la inextricable conexión entre vida y ficción, a veces como juego consentido, a veces como destino más allá de lo que están dispuestos a aceptar, a veces como salvación, a veces como iluminación.

Porque la historia de un amor, que dije antes, es, ante todo, el amor a la palabra. Creo que el héroe contemporáneo se nos presenta en los libros, con frecuencia, bajo el signo de la orfandad. En los personajes de Vera y de Tomás también es así, de tal manera que a ella casi la hago filia de una máquina de escribir. Más que el reencuentro con un objeto del pasado, la hago reencontrarse con su árbol genealógico en forma de Olivetti. Por su parte Tomás, cuya madre es un personaje ausente de gran importancia en la obra, parece que fuese en realidad, hijo de tomos y tomos de poesía. Los escritores son los protagonistas de esta historia, y por escritor entiendo a toda aquella persona que tiene en la palabra una herramienta viva, un camino y una pasión.

Siempre que leo la biografía de alguien que me gusta o me interesa mucho sufro una decepción. Por la propia experiencia de mi vida sé que muchas veces lo que es verdaderamente importante, lo que está lleno de vida y misterio y potencia, no ocurre en los hechos, “a las claritas del día”. Los personajes de los cuadros de Hopper, lejos de verlos a la manera canónica, como unos aquejados de melancolía, me parece que están inmersos en esos instantes, en esos mudos, íntimos e indescifrables instantes donde la vida está más viva que nunca, donde las cosas pasan de verdad, un pensamiento, un sentimiento, una revelación, una intuición, una total asunción del presente. Hablar de esa intimidad, de esos “paisajes interiores” con los que ironizaba Koltés, ¡qué difícil, qué material tan etéreo para la carnalidad del teatro! Y sin embargo, si hay algo que aprecio del teatro es su capacidad de magia, esa capacidad que me otorga de ser un pequeño demiurgo, soñar un mundo y darle cuerpo, materia, y compartirlo en un escenario. Uno de mis primeros recuerdos, cuando era muy pequeña, con tres o cuatro años, es que ya conocía todo lo que tenía alrededor, la puesta en escena de la vida por así decirlo, sin embargo sentía que estaba mal, que estaba todo equivocado. Este recuerdo, tan vívido todavía ahora, no lo he compartido con casi nadie. Hoy, en este crepúsculo de primavera en el mediterráneo, lo escribo tranquilamente, ya no es una sensación que me turba. Amo el teatro con pasión, pues siempre he pensado que es un lugar único donde el arte, esa cosa misteriosa y maravillosa que es el arte, se daba de una manera única. A pesar de sus férreas leyes creo que todavía hay mucho por explorar en el lenguaje escénico, desde el mismo material matriz, desde el texto. Supongo que desde pequeña tengo una visión de las cosas y creo que escribo, no de esa visión exactamente, sino de la falla que se produce entre lo que yo intuía o recordaba del mundo, y del mundo que he recibido. Esto es, sin duda, muy personal. La América de Edward Hopper es una obra muy personal, he tenido la satisfacción de que, desde el propio equipo que me ayudó a levantarla escénicamente y al que estoy muy agradecida, hasta gran cantidad de público que así me lo ha expresado, causara fascinación, placer y empatía. Creo que es un gran viaje, y que con el espíritu de un viajero hay que adentrarse en ella. Para mí, como dije en alguna rueda de prensa, es un acto de fe.

Ahora las cajas rojas, con todos los materiales, los papeles, los cuadernos, las fotos…están cerradas, en la estantería, en una nueva casa. Sin embargo, siento las voces de Joaquín y Alicia, los actores del montaje, cuando hacíamos una pausa para comer durante los ensayos, brindábamos con vino tinto y nos decíamos, “ es raro que Vera y Tomás no sigan, habría que escribirles unas aventuras, nos interesa mucho conocerlos, queremos saber más de ellos, qué les pasará, qué harán después de la última escena”. Y eso sí que creo que pasa, que la obra, con su estructura laberíntica, tiene una dirección hacia el futuro, unas ganas de vida que no acaban cuando cae el telón.

Eva Hibernia
Barcelona, mayo de 2011