las granadas, una de mis frutas favoritas, tan legendaria, estaban en sazón por todas las islas |
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Prontito
en la mañana saludamos a Hermioni, callejeamos para comprar pan y
fruta y ya pertrechados de víveres frescos – la despensa del Ralip
es estricta en la cuantía de provisiones que podemos almacenar-,
salimos del puerto. Después de las maniobras y con el motor
encendido porque no hay viento, nos damos un magnífico desayuno en
cubierta. Por primera vez pruebo el auténtico yogurt griego, que
resulta una revelación de suavidad y cremosidad. Las uvas refrescan
el paladar, el té calienta los ánimos y cada uno hace gala de sus
gustos mañaneros. Por ejemplo, voy a comprobar que el Capitán sólo
bebe agua, simple y pura, y que a todas las golosinas que ponemos
ante sus ojos, antepone el pan bien frotado con ajo y aceite. Teresa
ha traído una caja con rosquillas hechas por mi tía Lola, que saben
a anís y a ancestros, el Capitán nada más probarlas recuerda a su
madre y me dice que ella, a las rosquillas las llamaba “cuchiflitos”.
Yo también pienso en mi madre y en la mesa redonda de nuestra
cocina. Una vez que ella amasaba y sacaba aires a la masa, me dejaba
hacer la forma de las rosquillas. Los cinco kilos de conguitos también hacen su discreta aparición por sotavento de la mesa, siempre a hurtadillas de la mirada de la bebé. Mi prima, sagaz para crear nuevas tendencias en lo culinario, acaba de inventar un yogurt con tropezones que acapara todo su entusiasmo.
Entramos
al puerto de la isla de Hydra, Fernando biólogo y yo sentados en
proa. El puerto es precioso, muy animado. Nos delizamos sin atracar,
como la cámara de una película que hiciese un traveling de todo
aquel bullicio. El Capitán nos explica que Hydra es la isla elegida
por los bohemios y artistas para recalar, y es allí donde Leonard
Cohen tiene una casa. Oh, mi querido Leonard, pienso yo, cómo me
encantaría sentarme contigo y tu guitarra a charlar bajo este sol
griego, a cantar tus poemas, a ofrendar a Dionisos y, para qué
negarlo, a Afrodita, un bello encuentro..., pero el Ralip se aleja y
yo sigo en el balcón de Proa, como un mascarón, contemplando los
paisajes de agua que surgen a mi paso.
Y
es que navegar por este mar es distinto, tiene algo de gran lago
donde se multiplican los espejismos de tierra -las islas grandes, las
pequeñas, la costa del Peloponeso con sus cimas altas y verdes-, una
llanura de azules y espuma donde la calima envuelve las formas, a lo
lejos, promesas para un Odisseo que siempre verá en esas tierras que
emergen un poco más lejos, siempre un poco más lejos, el posible
regreso.
Atracamos
en un lugar del Peloponeso y allí directos al agua. ¡Splass!
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