oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

sábado, 2 de enero de 2016

Catavientos_cuaderno de Grecia 3_ Desayunar en el barco

las granadas, una de mis frutas favoritas, tan legendaria, estaban en sazón por todas las islas



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Prontito en la mañana saludamos a Hermioni, callejeamos para comprar pan y fruta y ya pertrechados de víveres frescos – la despensa del Ralip es estricta en la cuantía de provisiones que podemos almacenar-, salimos del puerto. Después de las maniobras y con el motor encendido porque no hay viento, nos damos un magnífico desayuno en cubierta. Por primera vez pruebo el auténtico yogurt griego, que resulta una revelación de suavidad y cremosidad. Las uvas refrescan el paladar, el té calienta los ánimos y cada uno hace gala de sus gustos mañaneros. Por ejemplo, voy a comprobar que el Capitán sólo bebe agua, simple y pura, y que a todas las golosinas que ponemos ante sus ojos, antepone el pan bien frotado con ajo y aceite. Teresa ha traído una caja con rosquillas hechas por mi tía Lola, que saben a anís y a ancestros, el Capitán nada más probarlas recuerda a su madre y me dice que ella, a las rosquillas las llamaba “cuchiflitos”. Yo también pienso en mi madre y en la mesa redonda de nuestra cocina. Una vez que ella amasaba y sacaba aires a la masa, me dejaba hacer la forma de las rosquillas. Los cinco kilos de conguitos también hacen su discreta aparición por sotavento de la mesa, siempre a hurtadillas de la mirada de la bebé. Mi prima, sagaz para crear nuevas tendencias en lo culinario, acaba de inventar un yogurt con tropezones que acapara todo su entusiasmo.

Entramos al puerto de la isla de Hydra, Fernando biólogo y yo sentados en proa. El puerto es precioso, muy animado. Nos delizamos sin atracar, como la cámara de una película que hiciese un traveling de todo aquel bullicio. El Capitán nos explica que Hydra es la isla elegida por los bohemios y artistas para recalar, y es allí donde Leonard Cohen tiene una casa. Oh, mi querido Leonard, pienso yo, cómo me encantaría sentarme contigo y tu guitarra a charlar bajo este sol griego, a cantar tus poemas, a ofrendar a Dionisos y, para qué negarlo, a Afrodita, un bello encuentro..., pero el Ralip se aleja y yo sigo en el balcón de Proa, como un mascarón, contemplando los paisajes de agua que surgen a mi paso.

Y es que navegar por este mar es distinto, tiene algo de gran lago donde se multiplican los espejismos de tierra -las islas grandes, las pequeñas, la costa del Peloponeso con sus cimas altas y verdes-, una llanura de azules y espuma donde la calima envuelve las formas, a lo lejos, promesas para un Odisseo que siempre verá en esas tierras que emergen un poco más lejos, siempre un poco más lejos, el posible regreso.

Atracamos en un lugar del Peloponeso y allí directos al agua. ¡Splass!

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