25,01,2021
Hay plantas que tienen raíces aéreas. La selva es tan tupida que no les queda otra que tener asiento en el aire.
He escrito poemas donde, para nacer, había que invertir el orden. La copa de los árboles se esforzaba por entrar en un centro desconocido, mientras las raíces empalidecían de azul celeste, azul eléctrico, azul delicadamente nervadura del relámpago, que se daba lento, milagrosamente lento, como soplado por mil bocas de artesanos en Murano.
He abierto los ojos a este día y he pensado, ¿dónde plantaré mi esperanza? Antes la esperanza era una palabra llena de pensamientos y deseos, como una caja mágica con la que me peleaba. Ahora, que ya tengo unos cuantos años, la esperanza es una palabra que acoge muchos nombres propios, nombres de mis amigos, de mis amores, de mi familia, nombres ancianos y niños, nombres de talento, de bondad, de bella compañía. Antes pensaba que la esperanza estaba lejos y ahora he comprendido su peso, su calor, su terca fragilidad y su aún más terca fortaleza.
Hoy que empieza la semana, una más en estos tiempos de inestabilidad, me pregunto por las raíces que nos sostienen y me recuerdo que hay que darles la invención de un suelo versátil y fértil. Y así comienzo, una vez más.
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