Hay
una emoción muy especial, la de saber que ese hijo que has dado al
mundo despierta el interés de los otros y no sólo eso, les inspira
y enciende su deseo de crear. Así era un día cualquiera de
diciembre del año pasado cuando, después de una jornada de trabajo
imaginando réplicas y contra réplicas, abrí el correo. Allí
estaba un mensaje del director de escena argentino Pablo di Paolo
declarándose interesado en montar para la temporada siguiente mi
texto
La
América de Edward Hopper.
Y el 5 de octubre de 2017 se abre el telón en el
Teatro
Anfitrión de Buenos Aires para acoger el estreno de
La
América de Edward Hopper, con el siguiente reparto y equipo
artístico:
- Texto:
Eva
Hibernia
-
Intérpretes:
- Julieta
Darquier,
Jesús
Catalino Gomez
-
Vestuario:
- Sofía
Davies
-
Iluminación:
- Aquiles
Gotelli
-
Diseño
de espacio:
- Félix
Padrón
-
Fotografía:
- Paula
Valentini
-
Asistencia
de dirección:
- Milagros
Gallo,Milagros
Gallo
-
Colaboración
artística:
- Milva
Leonardi
-
Dirección:
- Pablo
Di Paolo
- Entre una y otra
fecha se han cruzado correos entre el director y yo y tuvimos la
suerte de que el viajara a Barcelona en enero, de tal suerte que
pudimos conocernos personalmente, hablar sobre el texto e incluso
hacer ajustes en el texto a la terminología propia del habla
argentina.
- El montaje dirigido
por di Paolo podrá verse los jueves en el teatro Anfitrión desde
el 5 de ocubre hasta diciembre. El director ha querido dar la
siguiente sinopsis del texto que pienso yo ya habla de su puesta en
escena del mismo: Vera
y Tomás recorren América mientras disfrutan de su incipiente
relación.A partir del encuentro con una antigua máquina de
escribir, ella comienza a urdir historias de dudosa entidad. La
ficción y la realidad de la pareja se entrecruzan por habitaciones
de viejos hoteles americanos. Un joven a cargo de un faro, una
gitana del este y su extraña caja, un viejo estafador y su hija
Miranda, conviven con la joven pareja desafiando el escepticismo
encarnado en Tomás. A través de un simple objeto, una máquina de
escribir, se descubren cosmovisiones enfrentadas entre los
protagonistas: el lugar del pasado en la configuración del
presente, la mirada sobre la infancia, sobre los vínculos filiales
y la relación con el mundo de las palabras; todos ellos presentes
también en las otras historias que se suceden como un caleidoscopio
iluminándose mutuamente, como si al mirar muchas vidas espiáramos
una única vida: la nuestra.
La América de
Edward Hopper nació
dentro del programa T6 de autoría contemporánea auspiciado por el
Teatro Nacional de Cataluña del que fui residente durante las
temporadas 2006 a 2009. Lo estrené
en La Sala Ponent de Granollers y además de hacer temporadas en el
Teatro Español de Madrid y en la Sala Beckett de Barcelona, tuvo una
importante gira además de ser nominado al Premio Max Revelación por
Cataluña en 2009 y obtener el Premio de la Crítica a la mejor
Iluminación en 2010.
- A modo de
acompañamiento a este nuevo estreno quiero compartir aquí el
prólogo
que escribí para la segunda edición del texto en Caos Editorial (a
día de hoy lamentablemente dada de baja. La primera edición se
puede encontrar en Proa,
Barcelona 2008. Si quieres acceder al texto desde cualquier punto
del planeta puedes ponerte en contacto conmigo a través de la
plataforma de autores Contexto
Teatral)
- Prólogo
a la 2ª edición de La
América de Edward Hopper, por
Eva Hibernia
- LA AUTORA,
MIENTRAS SE TOMA UN CAFÉ, DICE…
Hace
unos meses hice una mudanza, dejaba una casa en la que había vivido
durante doce años. Deshacer una casa es desmembrar un orden, aunque
sea frágil o aparente como es en mi caso, y vivir unos días en el
caos: vaivenes de objetos, de pasado, cajones olvidados, fondos de
armario que de pronto contienen cuadernos descoloridos, piedras,
chucherías, ese regalo que no sabías que hacer con él, ese broche
que tanto te gusta y que extraviaste…, así reencontré por
sorpresa el calendario de Hopper, el original que me había evocado
una primera sensación de la obra: la historia de una vida, de un
amor y de una herencia, fragmentada a través del tiempo, doce meses
que me permitiesen asociar la temperatura de las emociones a las de
la climatología, y que sucediesen en los paisajes y en las
habitaciones del particular universo pintado y poetizado por Edward
Hopper. Luego, esos doce meses que comprenden un año se abrirían
como espacios paradójicos, porque gracias a la inmersión en la
escritura de la protagonista el tiempo rompe su aparente linealidad,
y ese año se está viviendo, paralelamente, en años distintos y en
distintas vidas, interconectadas por la imaginación y por la
necesidad de trascender la muerte. También encontré el otro
calendario de Hopper que me regaló el productor de la obra poco
antes de su estreno en mayo de 2009 en el Teatre de Ponent de
Granollers. En enormes cajas rojas, decoradas con detalles de su
pintura –una puerta al mar, una bañista leyendo en la cama, unos
navegantes a vela blanca por un océano límpido y tranquilo, la
palabra AMÉRICA como un poste indicador de carreteras- cuidé de
dejar bien clasificados los muchos materiales que la gestación de
esta escritura y después la puesta en escena generó. Recuerdo que
las primeras semanas de escritura de La
América…
fueron una mezcla de sorpresa y delirio. Yo tenía el compromiso con
el T6, el programa de autoría contemporánea que auspicia el Teatre
Nacional de Catalunya, de escribir una obra con unas fechas de
entrega del texto, con “controles” en los que se leía la obra en
construcción al resto de los autores componentes del T6 y, lo que
era más acuciante, unas fechas de estreno. Éste era mi segundo
texto dentro de esta experiencia, el primero había sido Una
mujer en transparencia,
del que acababa de salir. No sabía desde que lado dar el salto al
vacío de la escritura. Había un par de historias que me rondaban.
Me fui a América, a Buenos Aires, a pasar uno de los inviernos más
helados de mi vida y parece que también de la ciudad, era la primera
vez que nevaba en no sé cuantísimos años. Pasé dos meses y medio
nutriéndome, de muchas cosas, en primer lugar de una sensación de
libertad. A pesar de los compromisos que me esperaban me tomé ese
tiempo como una especie de paréntesis. Intenté organizar ese viaje
bajo la premisa de no hacer planes, no buscar objetivos, viajar a la
deriva del día a día, a la intuición del momento, a las fuerzas y
los deseos reales de los que disponía en cada instante. Viajar así
es difícil. Muchas veces son las metas, lo que nos proponemos
conseguir, lo que nos da una fuerza extra para encarar y atravesar la
vida. Allí escribí unos poemas. Nada más.
Luego,
de vuelta en Barcelona, las ideas para un texto dramático no
acababan de cuajar, cuando, de repente, un día rompí aguas y un
título y una idea de hace seis años irrumpió con mucha fuerza. Es
bello comprobar como el inconsciente va haciendo su trabajo, su lenta
sedimentación de los temas y los personajes de los que nos va ha ser
dado hablar. Hace muy poco, en Logroño, en la casa de mis padres,
revisé unas libretas de la adolescencia y la primera juventud. Es
increíble como reencontré el mismo lugar de observación, las cosas
que me llaman la atención, las imágenes que me tocan, incluso la
asociación de ideas o las metáforas que están como forjadas desde
un tiempo muy remoto. El jardín interior, del que me hablaba Luis
Landero en sus clases, ese jardín propio que nos acompaña desde la
infancia, ese jardín que puede parecer muy pequeño pero que es
infinitamente grande a la hora de explorarlo con la paciencia de la
pluma, la riqueza de sus pequeños detalles, la mutación de sus
frutos.
La
escritura de La
América… tuvo
algo de jardín de un Edén, pues a medida que escribía sus escenas
me iban apareciendo otros textos en paralelo. Por ejemplo escribí
algunos de los poemas de la madre de Tomás (cuyo estilo por cierto
no tenía nada que ver con el mío). También escribí un pequeño
ensayo filosófico, tendría que mirar toda esa hojarasca de aquellos
días, esa exuberancia. Un día tuve que acotar las energías y la
dirección al único propósito de la obra. Cuento esto porque dentro
de esta pieza teatral hay un poco de caja de Pandora de los géneros
literarios, la poesía, el cuento, el epistolar…, pero sobre todo
los personajes viven desde la inextricable conexión entre vida y
ficción, a veces como juego consentido, a veces como destino más
allá de lo que están dispuestos a aceptar, a veces como salvación,
a veces como iluminación.
Porque
la historia de un amor, que dije antes, es, ante todo, el amor a la
palabra. Creo que el héroe contemporáneo se nos presenta en los
libros, con frecuencia, bajo el signo de la orfandad. En los
personajes de Vera y de Tomás también es así, de tal manera que a
ella casi la hago filia
de una máquina de escribir. Más que el reencuentro con un objeto
del pasado, la hago reencontrarse con su árbol genealógico en forma
de Olivetti.
Por su parte Tomás, cuya madre es un personaje ausente de gran
importancia en la obra, parece que fuese en realidad, hijo de tomos y
tomos de poesía. Los escritores son los protagonistas de esta
historia, y por escritor entiendo a toda aquella persona que tiene en
la palabra una herramienta viva, un camino y una pasión.
Siempre
que leo la biografía de alguien que me gusta o me interesa mucho
sufro una decepción. Por la propia experiencia de mi vida sé que
muchas veces lo que es verdaderamente importante, lo que está lleno
de vida y misterio y potencia, no ocurre en los hechos, “a las
claritas del día”. Los personajes de los cuadros de Hopper, lejos
de verlos a la manera canónica, como unos aquejados de melancolía,
me parece que están inmersos en esos instantes, en esos mudos,
íntimos e indescifrables instantes donde la vida está más viva que
nunca, donde las cosas pasan de
verdad,
un pensamiento, un sentimiento, una revelación, una intuición, una
total asunción del presente. Hablar de esa intimidad, de esos
“paisajes interiores” con los que ironizaba Koltés, ¡qué
difícil, qué material tan etéreo para la carnalidad del teatro! Y
sin embargo, si hay algo que aprecio del teatro es su capacidad de
magia, esa capacidad que me otorga de ser un pequeño demiurgo, soñar
un mundo y darle cuerpo, materia, y compartirlo en un escenario. Uno
de mis primeros recuerdos, cuando era muy pequeña, con tres o cuatro
años, es que ya conocía todo lo que tenía alrededor, la puesta en
escena de la vida por así decirlo, sin embargo sentía que estaba
mal, que estaba todo equivocado. Este recuerdo, tan vívido todavía
ahora, no lo he compartido con casi nadie. Hoy, en este crepúsculo
de primavera en el mediterráneo, lo escribo tranquilamente, ya no es
una sensación que me turba. Amo el teatro con pasión, pues siempre
he pensado que es un lugar único donde el arte, esa cosa misteriosa
y maravillosa que es el arte, se daba de una manera única. A pesar
de sus férreas leyes creo que todavía hay mucho por explorar en el
lenguaje escénico, desde el mismo material matriz, desde el texto.
Supongo que desde pequeña tengo una visión de las cosas y creo que
escribo, no de esa visión exactamente, sino de la falla que se
produce entre lo que yo intuía o recordaba del mundo, y del mundo
que he recibido. Esto es, sin duda, muy personal. La
América de Edward Hopper
es una obra muy personal, he tenido la satisfacción de que, desde el
propio equipo que me ayudó a levantarla escénicamente y al que
estoy muy agradecida, hasta gran cantidad de público que así me lo
ha expresado, causara fascinación, placer y empatía. Creo que es un
gran viaje, y que con el espíritu de un viajero hay que adentrarse
en ella. Para mí, como dije en alguna rueda de prensa, es un acto de
fe.
Ahora
las cajas rojas, con todos los materiales, los papeles, los
cuadernos, las fotos…están cerradas, en la estantería, en una
nueva casa. Sin embargo, siento las voces de Joaquín y Alicia, los
actores del montaje, cuando hacíamos una pausa para comer durante
los ensayos, brindábamos con vino tinto y nos decíamos, “ es raro
que Vera y Tomás no sigan, habría que escribirles unas aventuras,
nos interesa mucho conocerlos, queremos saber más de ellos, qué les
pasará, qué harán después de la última escena”. Y eso sí que
creo que pasa, que la obra, con su estructura laberíntica, tiene una
dirección hacia el futuro, unas ganas de vida que no acaban cuando
cae el telón.
Eva Hibernia
Barcelona, mayo de 2011