oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

lunes, 5 de marzo de 2012

EL JARRÓN _capítulo 2

Una de esas tardes vino Inés, la mediana, con su pequeño. Le dieron lápices de colores y un cuaderno enorme, de anillas, donde pintaban todos los nietos. Agustina luego apuntaba en una esquina a quien pertenecía cada rayajo. Algunas hojas aparecían rotas por la pasión del trazo. Madre e hija hablaban, tomaban el té, se reían, jugaban con Valentín, le alababan los dibujos. Inés se probó un vestido. Lo había comprado de camino, en un impulso. Era de manga corta y espalda escotada.
-¿Me queda bien?
-Muy bien. Un poco largo para mi gusto.
-¿Demasiado estrecho?
-A mí me gustan más con la medida por la rodilla. Y con tacones. Unas sandalias rojas, por ejemplo.
-¿No me marca mucho la barriga?
-Al contrario, te hace más esbelta.
         El pequeño de Inés abandonó los lápices y empezó a trepar sillas, coronaba las cimas tapizadas con gran fiesta, apoyaba las manos en la mesa grande, dejando todas sus huellas pringositas, luego  se daba fuerza y aún ascendía más, poniéndose de pie en la silla. Inés se apretó el michelín del vientre con las dos manos.
-Tengo un zorongo insoportable.
-No es para tanto. Y estás muy linda.
-Mamá…
         Valentín tomó un libro de la mesa y lo tiró al suelo con fuerza, tanta, que trastabilló él y estuvo a punto de caer.
-A Valentín no le gusta Kawabata –bromeó su abuela mientras recogía el libro y bajaba al niño al suelo-, ¿Valentín, te vienes conmigo al sofá?
-Mamá, ¿no estoy todavía muy gorda?
-A mí no me parece que sea tanto.
-Pero es que Valentín ya tiene dos años.
-¿Va todo bien con Flavio?
         La joven se miró los pies y Agustina reconoció ese gesto de su hija tantas veces visto durante la infancia, cuando había algo que la preocupaba y no sabía expresar. Se acercó a ella y la abrazó, un abrazo redondo y anaranjado donde Inés empezó a ablandarse hasta que miró por encima del hombro de Agustina y gritó ¡Mamá, el jarrón! Lograron detener las manitas del pequeño bárbaro. Agustina no perdió la sonrisa. Lo sentó en la falda. Con su dedo índice señalaba al jarrón y le decía a Valentín, por enésima vez, Valentín, por favor ya te hemos dicho que el jarrón no hay que tocarlo. No quiero que lo toqués ni que intentés alzarlo, pesa mucho para vos. Podría romperse. El jarrón no, Valentín. El jarrón no.

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