Ya comienza la
temporada. Abro el salón literario, las cocinas creativas, los jardines de
flores exóticas, las galerías del alma. Es la temporada de los cursos de
escritura. Alrededor de una mesa viajamos por el mundo, lo reinventamos.
Durante el
verano me han acompañado varias lecturas. Como ahora estoy en proceso de
escribir mi propia novela es muy particular mi contacto con la lectura. De
alguna manera voy buscando en la lectura un tipo de conmoción que me aliente a
persistir en esta aventura esforzada, y muchas veces árida, que es la larga
escritura de una novela. De entre la hojarasca de lo leído hay un libro en
especial y una voz en particular que me han nutrido y excitado y echo girar la
cabeza y tocado y propulsado. El libro es Campos
de Nijar, de Juan Goitisolo, un libro de viajes y también uno de los libros
más políticos que he leído, sin hacer panfleto, desde una austeridad y una
limpidez gemela a esa Almería casi desnuda de su viaje. La gran gozadera de
este libro es el manejo de Goitisolo del lenguaje, el sabor, la plenitud, la
curva del castellano, su poderosa sonoridad, su riqueza de matices y su
colorido expresivo. Sólo por eso ya es un libro para tener en la estantería, de
referencia, para conectar con la belleza de la materia prima con que uno
trabaja. Pero hay más, claro (***desarrollarlo en otro escrito).
La voz en
particular que he mencionado antes es la de Mario Levrero, un escritor uruguayo
fallecido en 2008. De él he leído La
novela luminosa y El discurso vacío
(en ese orden, aunque el orden de escritura es inverso). Ya tengo encargados
otros dos libros suyos: París y La ciudad. Mis impresiones sobre Levrero
bien merecen un plantón a parte en este vivero de plantas reflexivas sobre la
escritura. De su primer libro salí como si Levrero fuera una persona a la que
realmente hubiera conocido, y lo tengo ya como amigo, y hasta me acuerdo de él
con nostalgia. Un hombre que se forjó su verdadero nombre y se dio una
identidad a través de la escritura, dejando atrás el nombre que le correspondía
por ser hijo de sus padres y quizás, también, el destino. De él aprendo muchas
herramientas que no se instalan en la técnica y que me serán muy útiles en los
próximos cursos de escritura y en mi relación con los participantes.
Hoy el día
viste de tintes grises, sin embargo el otoño aún no se huele (para mí el otoño
siempre es un olor). Septiembre, mes en el que comienza el verdadero año; el
año de aprender, de crear, de vivificarse. Hay algo realmente maravilloso en
juntarse y compartir la pasión por la escritura. Hay algo emocionante en ver,
semana a semana, como van creciendo los cuadernos, en los pequeños y los
grandes descubrimientos que cada uno hace con respecto a su propia voz. Así que
me pondré una falda muy alegre, para comenzar con amplia vuelo nuestra travesía
de palabras y más.
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