oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

jueves, 3 de noviembre de 2011

Un poeta habla




gracias
por oler
la madera que nunca muere
y crece en sonidos
sigue brotando
esculpida en voz

gracias
por tu voz
y su pausado recorrido
los abruptos paisajes de la pasión
la orografía de volcanes y mujeres
y simas esteladas de noches

gracias por dejarte
visitar, fecundar
por la abeja poesía
sus flores y sus venenos

gracias
por dejarme
abierta
la ventana
de tu mirada
por ayudarme a comulgar
con esa parte
que es el todo
y que me ama

gracias
por nuestra intimidad
casi conyugal
pero sobre todo amante

          the sea so deep and blind
          where still the sun must set
          and time itself unwind
          oh love , aren´t you tired yet?
          and time itself unwind
          oh love, aren´t you tired yet?

y gracias

martes, 1 de noviembre de 2011

una espera

Esa mañana la pequeña mujer se levantó más temprano que de costumbre, ¿quería cazar al sol? Afuera de la ventana la negrura de la noche no dejaba distinguir nada. Esperó pacientemente. Los pies fríos sobre baldosas rojas, deslucidas, viejas. Esperó pacientemente. No ocupó la espera en pensamientos, en recuerdos, no hizo la lista de la compra, no resolvió ningún problema. Dejó que la espera fuera sólo eso, espera. Y entonces la espera se volvió algo parecido a una oración. Los pies fríos sobre baldosas rojas, cocidas, barro viejo. La noche afuera no cedía, las horas se agarrotaban, duras, contra el cristal. El hueco de la cama aún lo sentía caliente, allí, a sus espaldas, percibía ese tibio olor de su cuerpo reposando ahí. Por alguna razón sintió nostalgia de los animales mansos, los corderos, las vacas, los bueyes y su vahído. Pero apenas la punta de la nostalgia, no quería distraerse. Esperaba llena de espera, con paciencia, con atención de artesano. Luego una línea de oro. De repente, un brillo súbito, cegador. Y otra vez el nubarrón de la noche. No se desanimó. Es el preludio, se dijo. Los pies fríos sobre las baldosas rojas, rotas de viejas. Y enseguida, otra vez, mil pétalos de luz detrás de la ventana. No era el único sol, el que conocía de toda la vida, no era el único. Millones de soles pequeños, de flores soles, girados hacia ella, luciendo, abriéndose detrás del horizonte, llenando el paisaje de detrás de la ventana, llenando su retina, hasta calentar la noche más profunda que ella, la pequeña mujer, llevaba en el centro de su esperanza.