oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

martes, 31 de enero de 2012

es tan oscura
la raíz
y un cuerpo es raíz
de una flor que le nace adentro



este pequeño poema
pertenece a un poemario titulado
juana de arco visitada en versos
que escribí hace doce años, junto a un texto
dramático, juana -delirio- 
que también tiene por protagonista
a esta joven guerrera.    
El 20 de abril, parte del montaje
de este texto se podrá ver en el teatro La Corsetería,
en Madrid.

lunes, 9 de enero de 2012

VIVERO DE PLANTAS REFLEXIVAS

Las palabras semilla/
encierran dentro/
la potencia de un mundo/
por desplegarse



… el miércoles 11 comienzo un curso de escritura que he titulado BIG BANG & BIG CRUNCH, porque me parece que escribir tiene ese movimiento de sístole y diástole, tan orgánico, que nos conecta a nuestro propio imaginario y al imaginario colectivo.

A mi entender, es desde ese equilibrio entre estar entrañado con el lenguaje, hacerlo casa propia,  y estar empatizado con la realidad de los otros, que surge la chispa de la creación.

Una voz original es también una manera original de pensar, de sentir la vida, y de ahí nace la necesidad de la expresión.

La necesidad es un gran motor. Bienaventurados los que tienen hambre de sus propias palabras, y las labran, las tejen, las cultivan.

Sobre una misma mesa, abrir los cuadernos, compartir el vértigo de la página en blanco, el juego, las ramas del árbol de la imaginación, mancharse las manos de tinta y de instinto.

Reviso los materiales que quiero proponer a los participantes, y siento el sabor de la aventura.  A mi espalda, las viejas estanterías con los libros que me han acompañado de una ciudad a otra, de una casa a otra, de una edad a otra, como pájaros posados pero llenos de vuelo. Gracias a tantos escritores he volado y también he crecido y me he atrevido a inventar otros cielos… y con su bendición, humildemente, abriré la puerta de este curso.

lunes, 2 de enero de 2012

AÑO NUEVO, EDICIÓN NUEVA

Saludo el nuevo año con este regalo precioso, una nueva edición de mi texto teatral 
La América de Edward Hopper.

La escritura y puesta en escena de esta obra me ha brindado muchas alegrías, entre ellas, volver a trabajar con Alícia González Laa y Joaquín Daniel, dos actores a los que adoro, y también  con colaboradores magníficos como Quico Gutiérrez, el poeta de la luz, Frank Cruz o Júlia Bel, grandes aliados y magos de la practicidad y la materialización de las necesidades, y descubrir nuevos y talentosos compañeros de profesión, el honor de trabajar con el gran escenógrafo Jon Berrondo, con Romana, con Marc...tanta gente entusiasmada y creando este sueño. Gracias también a Frederic Roda y su equipo, por su confianza y apuesta en este proyecto que nos llevó a viajar por  escenarios donde abrimos nuestra ventana hopperiana, en la Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante, en Girona, en la larga temporada en el Teatro Español de Madrid, aquí en casa, en Barcelona, y también en mi tierra de origen: ha sido el primero de mis montajes que subió al Teatro Bretón de Logroño.

Ahora CAOS EDITORIAL, www.caoseditorial.com, saca una edición revisada del texto. Ha sido para mí un placer trabajar con su editor, Plácido Rodríguez, por la calidad, el cuidado y el respeto con que ha realizado su trabajo. Estoy muy contenta de este libro electrónico que ofrece, además del texto, una disposición de materiales complementarios muy interesante. Como libro electrónico tiene un precio popular, dos euros. Os invito a que entréis en la página de CAOS pues tienen una presentación de catálogo y unos autores muy interesantes.

Y para daros un poco de la miel de La América de Edward Hopper, añado aquí el texto que a la manera de epílogo escribí para esta edición. Salud y que lo disfrutéis.



LA AUTORA, MIENTRAS SE TOMA UN CAFÉ, DICE…

Hace algunos meses me mudé, dejé una casa en la que había vivido durante doce años. Deshacer una casa es desmembrar un orden, aunque sea frágil o aparente como es en mi caso, y vivir unos días en el caos: vaivenes de objetos, de pasado, cajones olvidados, fondos de armario abisales con su resaca de cuadernos descoloridos, piedras, chucherías, el broche favorito que diste por perdido, ese regalo tan bien intencionado que daba pena tirarlo…; así reencontré por sorpresa el calendario de Hopper, el original que me había evocado una primera sensación de la obra: la historia de unas vidas, de un amor y de una herencia, fragmentada a través del tiempo. La estructura de un ciclo temporal me permitía asociar la temperatura de las emociones a las de la climatología, y ligar el devenir del tiempo y de la historia a los paisajes y las habitaciones del particular universo pintado y poetizado por Edward Hopper. En el texto, esos doce meses que comprenden un año se abren como espacios paradójicos, porque, gracias a la inmersión en la escritura de la protagonista, el tiempo rompe su aparente linealidad y transcurre, paralelamente, en años históricos distintos y en distintas vidas, interconectadas por la imaginación y por la necesidad de trascender la muerte. En esa mudanza también encontré el otro calendario de Hopper que me regaló el productor de la obra poco antes de su estreno en mayo de 2009 en el Teatre de Ponent de Granollers. En enormes cajas rojas, decoradas con detalles de su pintura —una puerta al mar, una bañista leyendo en la cama, unos navegantes a vela blanca por un océano límpido y tranquilo, la palabra América como un poste indicador de carreteras— cuidé de dejar bien clasificados los muchos materiales que la gestación de esta escritura y después su puesta en escena generó. Recuerdo las primeras semanas de escritura de La América de Edward Hopper como una mezcla de sorpresa y delirio. Yo tenía el compromiso con el T6, el programa de autoría contemporánea auspiciado por el Teatre Nacional de Catalunya, de escribir una obra con unas fechas de entrega del texto, con sesiones en las cuales se leía la obra en construcción al resto de los autores componentes del T6 y, lo que era más acuciante, unas fechas de estreno. Éste era mi segundo texto dentro de esta experiencia, el primero había sido Una mujer en transparencia, del que acababa de salir. Tenía que dar un nuevo salto al vacío de la escritura. Un par de historias me rondaban, algunos personajes pedían audiencia. Me fui a América, a Buenos Aires, a pasar uno de los inviernos más helados de mi vida y según me dijeron también de la ciudad, donde nevaba por primera vez desde no sé cuantísimos años. Pasé dos meses y medio nutriéndome, de muchas cosas, en primer lugar de una sensación de libertad. A pesar de los compromisos me tomé ese tiempo como una especie de paréntesis. Intenté organizar ese viaje bajo la premisa de no hacer planes, no buscar objetivos, viajar a la deriva del día a día, a la intuición del momento, a las fuerzas y los deseos reales de los que disponía en cada instante. Viajar así es difícil. Muchas veces son las metas, aquello que nos proponemos conseguir, lo que nos da fuerza para encarar y atravesar la vida. Allí escribí unos poemas. Nada más.

Luego, de vuelta en Barcelona, las ideas para un texto dramático no acababan de cuajar, cuando, de repente, un día rompí aguas y un título y una idea de hace seis años irrumpió con mucha fuerza. Es bello comprobar cómo el inconsciente va haciendo su trabajo, su lenta sedimentación de los temas y los personajes de los que nos va a ser dado hablar. Hace poco, en la casa de mis padres, revisé unas libretas de la adolescencia y la primera juventud. Me asombró encontrar, al margen de la calidad de lo allí escrito, el mismo lugar de observación, las cosas que me llaman la atención, las imágenes que me tocan, incluso la asociación de ideas o las metáforas recurrentes. El jardín interior, del que hablaba Luis Landero en sus clases, ese jardín propio de nuestras querencias y obsesiones, que puede parecer muy pequeño y sin embargo es infinitamente grande a la hora de explorarlo con la paciencia de la pluma, la riqueza de sus pequeños detalles, la mutación de sus frutos.

La escritura de La América de Edward Hopper  tuvo algo de jardín de un Edén, fértil y generoso, pues a medida que escribía sus escenas iban apareciendo otros textos en paralelo. Por ejemplo,  escribí algunos de los poemas de la madre de Tomás (cuyo estilo, por cierto, nada  tiene que ver con el mío). Tendría que revisar toda esa hojarasca de aquellos días, esa exuberancia. Un día, ante el peligro de un río con muchos meandros que va perdiendo su fuerza, acoté las energías y la dirección de la escritura al único propósito de la obra. Cuento esto porque dentro de la pieza teatral hay un poco de caja de Pandora de los géneros literarios, la poesía, el cuento, la epístola, incluso el propio teatro…; la clave es que los personajes viven desde la inextricable conexión entre vida y ficción, la expresión de la imaginación y la plasmación de la realidad, a veces como juego consentido, a veces como destino más allá de lo que están dispuestos a aceptar, a veces como salvación, a veces como iluminación.

Porque la historia de este amor es, ante todo, el amor a la palabra. Creo que el héroe contemporáneo se nos presenta, con frecuencia, bajo el signo de la orfandad. En los personajes de Vera y de Tomás es así, de manera tan extrema que a ella casi la hago filia de una máquina de escribir. Más que el reencuentro con un objeto del pasado, la hago reencontrarse con su árbol genealógico en forma de Olivetti. Por su parte,Tomás, cuya madre es un personaje ausente de gran importancia en la obra, parece nacido de tomos y tomos de poesía. Los escritores son los protagonistas de esta historia, y por escritor entiendo a toda aquella persona que tiene en la palabra una herramienta viva, un camino y una pasión.

Normalmente, cuando leo la biografía de alguien a quien admiro o me interesa mucho sufro una decepción. Por mi propia experiencia sé que muchas veces lo que es verdaderamente crucial, lo que está lleno de vida y misterio y potencia, no ocurre en los hechos, en las anécdotas, en lo que se puede contar. Los personajes de los cuadros de Hopper, lejos de verlos a la manera canónica, como unos aquejados de melancolía, los siento inmersos en esos instantes, en esos mudos, íntimos e indescifrables instantes donde la vida está más viva que nunca, donde algo sucede de verdad, un pensamiento, un sentimiento, una revelación, una intuición, una total asunción del presente. Hablar de esa intimidad, de esos «paisajes interiores» con los que ironizaba Koltès, ¡qué difícil, qué material tan etéreo para la carnalidad de la escena! Y sin embargo, si hay algo que aprecio del teatro es su capacidad de magia, esa capacidad que me otorga de soñar un mundo y darle cuerpo, materia, y compartirlo en un escenario. Cuando era muy pequeña, con tres o cuatro años, tenía la extraña sensación de que ya conocía todo lo que tenía alrededor, la puesta en escena de la vida por así decirlo, sin embargo, y no sé por qué motivo, me parecía que estaba todo equivocado. Amo el teatro con pasión, pues es un lugar donde el arte, esa cosa misteriosa y maravillosa que es el arte, sucede de una manera única. A pesar de sus férreas leyes creo que todavía hay mucho por explorar en el lenguaje escénico, desde el mismo material matriz, desde el texto. Supongo que desde pequeña tengo una visión de las cosas y creo escribir, no de esa visión exactamente, sino de la falla que se produce entre lo que yo intuía o recordaba del mundo, y del mundo que he recibido. Esto es, sin duda, muy personal. La América de Edward Hopper es una obra muy personal. La concibo como un gran viaje, y con el espíritu de un viajero hay que adentrarse en ella.  

Ahora las cajas rojas, con todos los materiales, los papeles, los cuadernos, las fotos… están cerradas, en la estantería, en una nueva casa. Sin embargo, mientras sobre este escritorio cae el crepúsculo mediterráneo, vuelvo a sentir las voces de Joaquín y Alicia, los actores del montaje, cuando hacíamos una pausa para comer durante los ensayos; brindábamos con vino tinto y nos decíamos, «es raro que Vera y Tomás no sigan, habría que escribirles unas aventuras, nos interesa mucho conocerlos, queremos saber más de ellos, qué les pasará, qué harán después de la última escena». Y es que esta obra, con su estructura laberíntica, tiene una dirección hacia el futuro, unas ganas de vida que no acaban cuando cae el telón.

            Barcelona, mayo de 2011