oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

miércoles, 21 de marzo de 2012

EL JARRÓN _capítulo 3

   Llegó carta de la isla. De vez en cuando aún le escribía el señor Borch, y ella a él. No se podía decir que tuviesen una amistad. El señor Borch era demasiado seco para esas efusiones. Sus cartas parecían esquelas, y ella no había encontrado el desenfado suficiente como para que el tono de las suyas resultara más cordial, más fresco. Pero la verdad es que durante todos esos años habían mantenido el interés el uno por el otro, y una verdadera simpatía corría entre los dos. 

   En los primeros años, cuando el jarrón todavía era propiedad del señor Borch, ella le mandaba, además de los giros, cartas serias, donde hablaba de sus progresos en los estudios, o en los trabajos que conseguía, o en los concursos que ganaba. Empezó a enviarle fotos de los Ikebanas. Él le pidió que alguna vez posara junto al Ikebana. Le decía que ponía esas fotos en un corcho, detrás del mostrador, y que algunos clientes se interesaban, entonces él les contaba de ella y de cómo se conocieron. Una vez un alemán, al saber la historia, dejó cien euros a favor de la cuenta de Agustina. Tanto ella como el señor Borch se quedaron sobrecogidos por ese gesto. Cuando al fin pagó su precio y lo tuvo en Argentina siguió mandando cartas a la isla, preñadas de fotos donde el protagonista era el jarrón. Recortes de periódicos donde se daba la noticia de que la Señora Agustina Pellegrini había ganado tal certamen y tal otro, aunque las fotos en blanco y negro y en papel barato no hacían justicia ni a la belleza del jarrón ni a la composición floral que albergaba. Una vez también le envió la carta de un maestro de Ikebana escrita en japonés y traducida al castellano, donde le hacía una crítica minuciosa e inspirada de sus aptitudes y estilo en el desarrollo de ese arte. 

Una primavera incluyó en la carta la tarjeta personal que se había mandado hacer. En ella el jarrón contenía una composición floral muy simple y elegante y su nombre, en una delgada línea, parecía una cuarta rama, horizontal, tendida, a punto de ser alzada y vivificada entre las orquídeas. Todas esas cosas se las enviaba al señor Borch como si fuesen comprobantes de que la confianza, la buena fe y la paciencia que había tenido para con ella, tuviesen plena justificación y no hubiesen sido en vano. 

   El jarrón era un centro en la vida de Agustina, un centro por el que ella merodeaba cargada de flores, de verdín, de tijeras e hilos, rafia y alambres invisibles. Un vacío ligeramente rosado donde ella se inventaba algunas formas de mirar.

jueves, 15 de marzo de 2012

El Premio

Marzo ha comenzado de una manera maravillosa. Mientras estoy escribiendo suena el teléfono, número desconocido, y una voz de señor muy contenta me dice que he ganado el 15è Premi de Comte Infantil Hospital San Joan de Dèu.

Presenté a concurso Ratlles Blaves, y después de escuchar el acta del jurado he sabido que ha competido con otros 168 cuentos, uf!

El cuento será editado por La Galera en catalán y en castellano. La ilustradora será Nilobon Kijkrailas, de origen tailandés. Hoy he navegado por su página y os la recomiendo, es muy divertida y llena de encanto.

El viernes 9 fui a recoger el premio al auditorio del hospital.  Allí estábamos reunidos, las artes y las ciencias (las artes vestidas con falda y las ciencias con bata blanca)

Acercarse al corazón de un niño, compartir el tiempo junto a él, proponer un juego, es una experiencia privilegiada. Me emociona pensar que a través de este libro tendré la posibilidad de generar un diálogo con tantos niños, porque creo que un libro, un cuento, un poema, siempre provocan un diálogo con el que lo lee.

Creo que si hay algo que debemos de entender como especie, si hay algo nuevo por construir, por redimir, es la relación con nuestros niños. En cómo los respetemos y apoyemos para que se descubran a sí mismos, su potencial y su capacidad para inventarse como seres libres, reinventando así un mundo libre, lograremos la manera de trabajar en la raíz de un cambio y una esperanza para todos.

La imaginación es una herramienta y una fuerza de gran poder. Es la gran propulsora de la ficción, pero también es capaz de incidir y transformar la realidad. Para mí es una medicina natural que uno mismo genera y que se contagia por la capacidad de crear e implicarse en los juegos con otros y también por la lectura, solitaria o compartida, de libros. Sé que un libro puede salvar la vida.

Quiero agradecer a mis sobrinos, Juanjo y Miguel, la alegría que ponen en mi vida, infinitamente mucho más rica y amorosa desde que ellos están.

Por último agradecer a Rubén, Ruth y Salva su cariño y su presencia, acompañándome en ese día tan luminoso de la entrega del premio..

lunes, 5 de marzo de 2012

EL JARRÓN _capítulo 2

Una de esas tardes vino Inés, la mediana, con su pequeño. Le dieron lápices de colores y un cuaderno enorme, de anillas, donde pintaban todos los nietos. Agustina luego apuntaba en una esquina a quien pertenecía cada rayajo. Algunas hojas aparecían rotas por la pasión del trazo. Madre e hija hablaban, tomaban el té, se reían, jugaban con Valentín, le alababan los dibujos. Inés se probó un vestido. Lo había comprado de camino, en un impulso. Era de manga corta y espalda escotada.
-¿Me queda bien?
-Muy bien. Un poco largo para mi gusto.
-¿Demasiado estrecho?
-A mí me gustan más con la medida por la rodilla. Y con tacones. Unas sandalias rojas, por ejemplo.
-¿No me marca mucho la barriga?
-Al contrario, te hace más esbelta.
         El pequeño de Inés abandonó los lápices y empezó a trepar sillas, coronaba las cimas tapizadas con gran fiesta, apoyaba las manos en la mesa grande, dejando todas sus huellas pringositas, luego  se daba fuerza y aún ascendía más, poniéndose de pie en la silla. Inés se apretó el michelín del vientre con las dos manos.
-Tengo un zorongo insoportable.
-No es para tanto. Y estás muy linda.
-Mamá…
         Valentín tomó un libro de la mesa y lo tiró al suelo con fuerza, tanta, que trastabilló él y estuvo a punto de caer.
-A Valentín no le gusta Kawabata –bromeó su abuela mientras recogía el libro y bajaba al niño al suelo-, ¿Valentín, te vienes conmigo al sofá?
-Mamá, ¿no estoy todavía muy gorda?
-A mí no me parece que sea tanto.
-Pero es que Valentín ya tiene dos años.
-¿Va todo bien con Flavio?
         La joven se miró los pies y Agustina reconoció ese gesto de su hija tantas veces visto durante la infancia, cuando había algo que la preocupaba y no sabía expresar. Se acercó a ella y la abrazó, un abrazo redondo y anaranjado donde Inés empezó a ablandarse hasta que miró por encima del hombro de Agustina y gritó ¡Mamá, el jarrón! Lograron detener las manitas del pequeño bárbaro. Agustina no perdió la sonrisa. Lo sentó en la falda. Con su dedo índice señalaba al jarrón y le decía a Valentín, por enésima vez, Valentín, por favor ya te hemos dicho que el jarrón no hay que tocarlo. No quiero que lo toqués ni que intentés alzarlo, pesa mucho para vos. Podría romperse. El jarrón no, Valentín. El jarrón no.