oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

miércoles, 21 de octubre de 2015

CATAVIENTOS_Cuaderno de Grecia_2, bienvenida al sol y al viento

 
///La azafata de vuelo anuncia que quedan veinte minutos para aterrizar, y pronuncia una hora. La hora me choca, es una hora menos que la española a pesar de que volamos hacia el este. Pero no hago mucho caso. Luego en los relojes luminosos del aeropuerto veo que pone una hora más que la del reloj de mi movil. No me he preocupado en absoluto de la cuestión de las horas y como he quedado con mis compañeros de viaje a las 3.30 doy por hecho que quedamos en el horario español. Ahora mismo no puedo pensar en nada más que en salir del aeropuerto porque estoy helada, me duele el cuerpo del frío que he cogido en la cabina del avión. Ya he visto en el monitor el número de autobús y los horarios para ir hasta el Pireo, el puerto desde donde sale nuestro ferry a Hermioni.

Salgo en estampida a un día lleno de sol y de viento. Enseguida me gusta esa luz, esa caricia briosa que me envuelve. Como mi emparedado debajo de un parterre, pero los alrededores del aeropuerto son, como era de esperar, desangelados. Sé que me van a crucificar pero tengo demasiado tiempo de espera, así que me voy a la cafetría de un pretendido hotel de lujo. La cafetería se llama Artemisa y me encuentro con la emoción de la carta y las letras en griego, que me dedico a deletrear como un niño la cartilla en el parvulario. Pido un Ἑλληνικός Καφές, sin azúcar, y me lo sirven en una tazita blanca sobre un plato rectangular de diseño que lleva al lado un hueco sobre el que han vertido uvas pasas en almíbar, una delícia de combinación entre el sabor dulcemente otoñal de la confitura y la aspereza terrosa del café. Como en la Argentina los griegos también tienen el maravilloso detalle de acompañar el café con un generoso vaso de agua. Luego, en nuestras bajadas a tierra, comprobaré que son muy cafeteros y que les gusta llevarse el café puesto. Es normal ver a viandantes llevando un largo vaso de cartón con tapa semiesférica y pajita a la que se amorran para sorber su café frappé, que es la variedad a la hora de servir cafés que parece más popular.

En mi mesa de la terraza del Artemisa, rodeada de viajeros, saco mi cuaderno y una de las lecturas que he traído y que ya empecé en casa y continué en el avión antes de quedarme dormida. Se trata de “Sociedad, amor y poesía en la Grecia Antigua” de Francisco Rodríguez Adrados. La lectura me enfrasca y me estimula. Los capítulos dedicados a la mujer y lo femenino en la Odissea despiertan mi fuero reflexivo y conecto con un trabajo ensayístico que llevé a la práctica a través de un curso que di en la librería Pròleg hace ya muchos años. Lo titulé “Viaje a la mujer soñadora” y estaba inspirado en esas figuras femeninas de la Odissea. Como todo lo que es raíz en nuestra vida, la visión sobre el tema, con el paso de los años, se ha amplificado, profundizado y revelado nuevos aspectos. Escribo fluidamente varias páginas en mi cuaderno y con un poco de pena pongo punto final porque ya es la hora y tengo que salir a esperar a los chicos a la puerta de desembarque. Cuando llego allí algo no funciona, no está anunciado el vuelo de Madrid. Apenas me da tiempo a inquietarme porque una voz me pregunta si soy Eva. Yo sé que es Fernando porque me han dicho que es pelirrojo y porque quién va a saber mi nombre en el aeropuerto de Atenas. Detrás de él está mi prima Teresa con cara de agobio llevando en brazos a Iris, que con un año y medio será la compañera de viaje más joven y más preciosa con la que compartir una aventura. He metido la pata hasta el fondo de los tiempos, y es que el tiempo en el que habíamos quedado era el griego. Así que corremos hacia un taxi porque en autobús ya no llegamos a coger el último ferry a Hermioni. Negociamos el precio con un taxista sacado de los “Fragel Rock” y en el coche voy recibiendo los pormenores de la búsqueda y captura de mi persona mientras yo tan felizmente filosofaba sobre las sirenas, el deseo y otras lindezas. Se ve que los altavoces han resonado con mi nombre, y aunque me avergüenzo de mi despiste, también me impresiona esa voz del Corifeo llamándome a escena y mi vacío por respuesta.

El ferry va a toda pastilla, mejor dicho a todo nudo, pues es en nudos como se mide la velocidad en la mar y en el aire. La azafata nos riñe por salir a cubierta y sólo nos será permitido cuando el barco aminore la marcha porque llegamos a los puertos. Iris corretea sin problema por los pasillos, intrépida y determinada, cada vez que se cae se levanta. La verdad es que en una de estas se hace un pequeño chichón, pero apenas llora. Es muy valiente. A sus espaldas, Teresa y Fernando trafican con cinco quilos de conguitos que han traído “por si las moscas”, delicioso plan de salvamento al que atacaremos en horas tontas, listas, enteras y medias. En la tele un monitor de televisión con el volumen generosamente alzado ofrece una teleserie griega. La peluca rubia de una de las actrices que sin duda interpreta el personaje de “la mala” me tiene fascinada por el horror mismo. Pienso en el peinado de la ex reina Sofía, esa cosa cincelada y sin vida que recordaba a los cráneos de quita y pon de los Pin y Pon. Reflexión esta cacofónica. Ya es de noche cuando llegamos a Hermioni.

En el pequeño puerto de Hermioni nos espera nuestro capitán, Fernando. No tenemos que andar mucho para llegar al Ralip, el velero que será nuestra casa por una semana. Superado el primer desafío de cruzar la estrecha pasarela ya estamos dentro. El capitán, con extrema generosidad me cede su camarote. Yo insisto en que no y el en que sí. Mi política es obedecer al capitán. Dormiré, pues ,como una privilegiada, en la proa del barco, mi cama tiene forma de pico y una escotilla arriba me permitirá asomarme cuando vuelva cada noche del baño, a ver si cazo la luna y las estrellas. Hasta tengo un armarito estrecho e irregular donde meter mis pertenencias.

Vamos a cenar a un restaurante del puerto, precioso, donde nos sirven un surtido de platos griegos que están buenísimos. A Teresa y a mí nos han entusiasmado las berengenas rellenas. El vino blanco va a acompañar nuestras comidas y cenas. Es ligero y muy bueno. Saludamos a los dueños del restaurante que ya conocen a Fernando Capitán desde hace mucho, pues este lobo de mar de raíces gallegas y larga vida menorquina, lleva nueve años surcando las aguas griegas con el Ralip. La dueña es Miren, una mujer vasca encantadora. Un pequeño paseo después de la cena nos pone en la pista de que los griegos son amigos de los dulces, panes y pasteles hechos con calidad y esmero. Hacemos acopio de provisiones para el desayuno que, nos anuncia el capitán, será ya navegando. Partiremos tempraneros de Hermioni. Hemos atravesado callejitas estrechas hasta cruzar al otro lado de la bahía. Hemos visto pulpos colgando como reliquias de los toldos de los restaurantes. Despido a la luna en su travesía creciente y cierro los ojos. La mar acuna. Mañana más.

lunes, 12 de octubre de 2015

CATAVIENTOS, cuaderno de Grecia 1_los preliminares



los hilos de colores que se ponen en las velas para saber catar los vientos se han vuelto cabellos, olas, pájaros, sueños...

Hoy, 12 de octubre, día del Pilar, el Ralip, velero de dos palos, saldrá del mar Griego para pasar el invierno en dique seco en la hermosa isla Aegina.  A Fernando, su capitán, quien tan generosamente nos acogió en las últimas travesías de la temporada, le aguardan nuevas rutas con su caravana. Verdadero peregrino de espíritu libre, a él y al amor que profesa su barco, van dedicadas estas notas del viaje que compartimos, con gratitud y un brindis de orujo.


///La noche antes de mi partida es incómoda, duermo en el despachito, apretada entre paredes forradas de estanterías, cajoneras y el ancho escritorio que tiene estampadas en su cristal flores y mariquitas. El escritorio de la Reina Coralina, una especie de bola de cristal aplanada como un mapa mundi, sobre la que, en tantas horas, me he acodado para escribir. Ahora ya no escribo ahí, no puedo. Tampoco frecuento las estanterías, y eso que todo el grueso de mi trabajo como directora de escena y como escritora lo he almacenado en los altos de los armarios. Creando espacio para lo nuevo, dije a los amigos que me ayudaban a subir las cajas.

La pequeña maleta y la mochila están al lado de la puerta. Fernando Biólogo ha insitido en que llevemos pocas cosas, porque en un barco hay poco espacio. No me cuesta nada hacer una maleta sobria. La cuestión de los pies es la que más abulta; además de las sandalias que llevaré puestas meto unas deportivas, porque un zapato cerrado puede ser vital si tenemos que andar por islas pedregosas, unas cangrejeras, porque si estoy nadando por la costa y quiero subirme a unas rocas -con lo sensibles que tengo las plantas de los pies las voy a necesitar-, y unas chanclas para moverme por el barco. Luego descubriré que por el barco hay que ir descalzo, pero aún así las chanclas me vienen muy bien para los días de lluvia. En el calzado acierto porque todo me va a servir.

Tendré un vestido oficial, un “hiperponible”, y anilizando los pros y contras de cada una de las prendas del armario me he decantado por el vestido de lunares. Los lunares me dan alegría. No son muy griegos, bien es cierto, pero llevar un vestidito de vuelo cuyo motivo es la noche profunda salpicada de lunas llenas me parece un bonito poema téxtil para brindar a las islas. Ayer, en un rapto, me fui a El Corte Inglés de Can Dragó a ver si quedaba alguna ganga en las rebajas de bañadores. Y sí, estrenaré un par de biquinis, mira que bien, aunque ni bien el capitán se ponga en cueros haré lo propio, porque a la mar me gusta entregarme con toda la piel en su inocencia. Completo con un pantalón fino, una camisa de manga larga, dos camisetas, una chaqueta de forro polar y capucha por si las noches traen mucho relente, una falda vaquera que solo me pondré la mañana de mi marcha, calcetines y mudas.

A las 5.30 de la madrugada pliego la cama donde apenas dormí. Aún me da tiempo a transplantar la pequeña planta que compré hace unos días. La siento contenta, respirando en un tiesto mayor. Me despido de mi pequeño bosque y cierro la puerta con cautela y dos vueltas de llave.