oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

lunes, 19 de diciembre de 2011

UN CUENTO PEQUEÑITO CON SEMÁFORO Y NUBES

Habían anunciado tormenta de nieve para la tarde. Era viernes, y Leire se imaginó un fin de semana en pijama, o mejor desnudos, bajo el grueso cobertor, hablando de los planes para el próximo verano, leyéndose en voz alta los Winter Tales de Isak Dinensen, comiendo a deshoras, dulces y bizcochitos que dejarían sus huellas de migas por entre las sábanas, haciendo el amor y revolviendo los abrazos entre todas esas cosas, largas caricias y besos caracol ascendiendo lentamente por la espalda hasta lograr el escalofrío de placer en la nuca.

Abrió el frigorífico. Presentaba la desolación de dos yogures y una rama de perejil yaciente. Se enfundó las botas y Salió a comprar provisiones. La gente le venía de cara con las narices encendidas, como guindas o como payasos, pensó Leire. Pero las frentes se cerraban en un gesto duro, los ojos lagrimeaban y las bocas se apretaban tensas, quizás en un gesto involuntario por abotonarse contra el frío un poco más.

Mientras esperaba a que el semáforo cambiara a verde, vio a un niño en la otra acera. Tenía a su muñeco muy bien abrigado, lo abrazaba contra su cuerpo. La carita de plástico estaba justo debajo de la cara pecosa del niño. Eran las únicas caras que sonreían en la apretada fila. La pequeña boca se entreabría y dejaba escapar una nube caliente, generosa.

El niño miró a Leire, miró su boca pintada, curvada, descerrajada en una amplia sonrisa, la nubecilla del calor de la sonrisa flotando delante de su cara.

Al cruzarse se dijeron adiós con la mano. Fue una señal mínima, íntima, y con las caras una en dirección de la otra lanzaron una gran bocanada de nube y sintieron el calor fugaz de la felicidad del otro.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Un poeta habla




gracias
por oler
la madera que nunca muere
y crece en sonidos
sigue brotando
esculpida en voz

gracias
por tu voz
y su pausado recorrido
los abruptos paisajes de la pasión
la orografía de volcanes y mujeres
y simas esteladas de noches

gracias por dejarte
visitar, fecundar
por la abeja poesía
sus flores y sus venenos

gracias
por dejarme
abierta
la ventana
de tu mirada
por ayudarme a comulgar
con esa parte
que es el todo
y que me ama

gracias
por nuestra intimidad
casi conyugal
pero sobre todo amante

          the sea so deep and blind
          where still the sun must set
          and time itself unwind
          oh love , aren´t you tired yet?
          and time itself unwind
          oh love, aren´t you tired yet?

y gracias

martes, 1 de noviembre de 2011

una espera

Esa mañana la pequeña mujer se levantó más temprano que de costumbre, ¿quería cazar al sol? Afuera de la ventana la negrura de la noche no dejaba distinguir nada. Esperó pacientemente. Los pies fríos sobre baldosas rojas, deslucidas, viejas. Esperó pacientemente. No ocupó la espera en pensamientos, en recuerdos, no hizo la lista de la compra, no resolvió ningún problema. Dejó que la espera fuera sólo eso, espera. Y entonces la espera se volvió algo parecido a una oración. Los pies fríos sobre baldosas rojas, cocidas, barro viejo. La noche afuera no cedía, las horas se agarrotaban, duras, contra el cristal. El hueco de la cama aún lo sentía caliente, allí, a sus espaldas, percibía ese tibio olor de su cuerpo reposando ahí. Por alguna razón sintió nostalgia de los animales mansos, los corderos, las vacas, los bueyes y su vahído. Pero apenas la punta de la nostalgia, no quería distraerse. Esperaba llena de espera, con paciencia, con atención de artesano. Luego una línea de oro. De repente, un brillo súbito, cegador. Y otra vez el nubarrón de la noche. No se desanimó. Es el preludio, se dijo. Los pies fríos sobre las baldosas rojas, rotas de viejas. Y enseguida, otra vez, mil pétalos de luz detrás de la ventana. No era el único sol, el que conocía de toda la vida, no era el único. Millones de soles pequeños, de flores soles, girados hacia ella, luciendo, abriéndose detrás del horizonte, llenando el paisaje de detrás de la ventana, llenando su retina, hasta calentar la noche más profunda que ella, la pequeña mujer, llevaba en el centro de su esperanza.

martes, 18 de octubre de 2011

aquellas pequeñas cosas





caminar la lluvia, buscar adrede los charcos, caer adentro, al fondo de los lagos urbanos,


ondinas de asfalto, en las fuentes de los parques, en el agua que sobra de las macetas
balcón abajo,


caminar las horas del crepúsculo, empezar un extremo de la acera en día
y acabarlo en noche,
perseguir el canto de los pájaros
en las ramas que empiezan a dormirse


caminar, bien arrebujados en el sofá,
la tierra adentro de los recuerdos y de las ensoñaciones


y una voz que nos toca las entrañas
un dedo voz, íntimo, en un rincón oscuro del pasillo,
que parece decirnos
levántate y canta

jueves, 29 de septiembre de 2011

cuánta hermosura!

Qué hermosos son los muros blancos, desnudos, casi huesos
de una casa,
como si el sol y el desierto hubieran roído al animal
casa
y sus ventanas simples cuadrados negros, líneas puras
a fuerza del agotamiento, de los dientes del tiempo;

y qué hermosas son las paredes desconchadas, esos lienzos
de manchas imprecisas, capas
de papeles pintados, de baldosa deslucida, de cemento,
esos mapas sobre las paredes,
esas rutas de las heridas, calendarios plásticos con sus pieles
cayendo…

… y qué hermosas esas fachadas
sobre las que han caído miles de lluvias
y tienen enredaderas de sombra y suciedad,
marcos comidos, puertas hinchadas, ruidos
de vieja desmembrada,

cuántas hojas de silencio
con tanto escrito

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La llegada.


            Las luces tiemblan en la ventanilla. Es la lluvia, las atrapa en goterones, las rompe en un calidoscopio enfermo.  Yo estoy dentro, en el taxi. A mi lado el profesor Dexter habla y habla. Hace ocho años, en mi primer viaje a esta ciudad, no me hubiera importado la lluvia. Viajaría con las ventanillas completamente bajadas, la cabeza afuera, ávida por recibir toda esta fiesta. Mientras veníamos desde el aeropuerto el crepúsculo caía tan lento como si tuviera miedo de aplastarnos. Nuestro pequeño coche, cucaracha rubia entre las demás cucarachas; mi pequeña vida y su maleta, la noche nos sabe demasiado frágiles frente a su poder. Al cruzar el puente me he esforzado por sentir la vieja emoción, pero no estaba en su sitio, sin duda otra cosa más perdida en este traslado. Sobre el agua ancha del río se reflejaban los párpados artificiales, los semáforos, las farolas, las largas guirnaldas de los faros y de las fachadas de los teatros. Inventamos la luz cuando nos falta el sol, inventamos los faros sobre los escollos del océano, la alegría, la esperanza, son artesanías talladas en la pura necesidad. Creo que no volveré a la casita, lo mejor será ponerla en venta. No sabría ya dar los paseos, seguir los senderos por donde las dos reíamos jugando a bandoleras, llegar al faro viejo, imaginar lo que cantan las sirenas y cantarlo, ella con su voz pequeñita aupada a mi voz de tabaco. Por fin el taxi para en un edificio de ladrillo rojizo. El profesor Dexter se hace cargo de las maletas. Insiste en una melopea de disculpas, monótono, como esta lluvia sin drama ni poesía, agua sucia, aplastando la polución contra las aceras. Estoy demasiado borracha para prestarle atención. Me he estrenado como viajera en primera clase, donde esas chicas te miran tan simpáticas mientras agitan vasitos con hielos de colores. Subimos escaleras hasta un segundo piso. El profesor abre la puerta y entiendo lo que quiere decir, sus lamentos, sus genuflexiones. La casa está vacía. Huele a recién pintada, pero no hay ni un mueble, sólo una cama, con el colchón todavía enfundado en su plástico. Vamos a la cocina, él abre armarios y comprueba, aliviado, que por lo menos hay vajilllas y cazuelas y provisiones en latas y esa extraña robótica tan propia del atrezzo americano. Sobre la encimera unos paquetes envueltos en papel de aluminio. Es comida preparada, solo hay que recalentarla en el microondas. El profesor Dexter, sin embargo, insiste en salir a cenar fuera para celebrar mi venida. Necesitará compañía en su primera noche, me dice. Creo que me mira el pecho. Me excuso. Estoy demasiado cansada. Le pido un cigarrillo. Cuando cierro la puerta tras él no sabría describir su cara, quizás tenga unos ojos, seguramente, todo el mundo los tiene, pero ¿de qué color, qué color puso sobre mi pecho? Me doy cuenta de que tengo los tres primeros botones de la blusa desabrochados, se me ve el sujetador. Los neones de un anuncio entran en el salón tiñendo la penumbra ahora de rojo, ahora de azul, ahora de rojo, ahora de azul. No hay manera de salirse de ese paréntesis. Paseo por la casa, toco las paredes, su franca desnudez. Me siento agradecida de que esté así, vacía, es más verdad. No tengo estómago para quitar la piel de plástico del colchón. Cierro la puerta del dormitorio, hasta querría tener una llave por candarla, candar a esa puerta imprevisible de mis sueños; quizás mi auténtico miedo sea ahora descansar, me parecería una traición.
Me tiendo en el suelo. Ni tan siquiera espero dormir. Fumo, dejo mi aliento en este vacío, espirales azules que en algún punto hacia el techo se quiebran y desaparecen.

lunes, 5 de septiembre de 2011

DICCIONARIO DE USO, ETIMOLOGÍA Y ALMALOGÍA DEL ESPAÑOL DE TÉRMINOS COSMOLINGÜÍSTICOS PERTEJOS O PEREGRINOS. (En construcción)



Albriscente.- adj. Dícese de toda persona, animal, cosa o circunstancia que aúna las cualidades del brillo, la claridad y la frescura, por lo general en un grado que permite suponer que aún irán en aumento. Es decir, éste término tan singular cifra lo calificativo en el tiempo. Es un adjetivo que habla de un presente creciente -un adjetivo lunar por tanto-, y que connota una dirección de mayor plenitud, el futuro. Suele aplicarse sobre elementos jóvenes o nuevos. (Pej, el potro albriscente en medio de la manada, un proyecto albriscente y emprendedor, las primeras lluvias albriscentes de la primavera.) 2. m. En filosofía, úsase para designar una mente brillante capaz de sorprenderse así misma. De los poetas dícense que son albriscentes cuando comienzan a versificar a edades tempranas (Rimbaud, el maldito albriscente). Los temperamentos albriscentes son muy temidos en los colegios religiosos y en toda institución subsidiaria de la obediencia y la constricción. Por eso en ciertos curriculos se lee una nota escrita en caracteres escarlatas, “cuidado, albriscente”. En ciertos pueblos de Soria las choperas y alamedas por la noche son los bosques albriscentes, por lo que vuelve a redundar aquí la importancia del tiempo, en este caso sumado al elemento mágico que comporta la ausencia de día. Los bosques albriscentes han dado un rico folklore de leyendas y cuentos en dichas comarcas.

viernes, 26 de agosto de 2011

PAPELITOS SUELTOS



Camino por las calles  enormemente pródigas en papelitos, llamar a Ana 93 456 y lo demás borrado por la lluvia, Tintorería La Españolita americana de ante 35 euros, un trozo de papel cuadriculado en el que una niña pintada con boli bic punta fina sostiene un globo en forma de corazón, una carta con el tres de tréboles, un ticket del supermercado que suma cebollas, ajos, margarina, queso de bola, varios botellines de cerveza y al final, con lápiz de ojos, una pregunta, ¿iremos?

Retazos de gente que no conozco. Escamas de vida, desprendidas, viajando a ras de suelo. Pedazos mínimos de un jeroglífico, que se compone y se descompone con igual celeridad.


***


Los fondos de mis bolsos son abisales. Viven papelitos raros, arrugados, a veces tan viejos y amarillos que no se les leen las venas, lo que un día contaron. Las frases empalidecen y mueren. Saco un manojo de extractos del cajero automáticos, ¿para qué saqué ese dinero, qué compré, en qué lo empleé, qué necesitaba? Servilletas de tantos bares con dibujitos, pequeños poemas con huellas de café, teléfonos y nombres que no sé a quién pertenecen, ¿quién era Marta la de las castañuelas?

***


Las notas de amor se posan sobre las superficies de la casa. A veces esperan en el recibidor, junto a la luz encendida que me aguarda por la noche. Algunas quedaron imantadas en la puerta del frigorífico y te saludan cada vez que necesitas desayunar o comer o tienes sed o simplemente estás tontona y picas por picar. En ocasiones son pícaras y se esconden en lugares insospechados, el cajón de la ropa interior, o reposan sobre la almohada, acompañadas de jazmines. Hay unas muy tiernas que rodean el marco del espejo del cuarto de baño, y te hacen reír a pesar de las legañas y los ojos hinchados. Las soñadoras se enganchan en el cristal de la ventana. Y están también las viajeras, de un libro a otro, del corcho a la mesita, del cajón a la papelera… Las notas de amor, esos pajarillos silenciosos alegrando la casa.

miércoles, 10 de agosto de 2011

nocheando


Es la noche y su callado paso por las habitaciones. Sopla una brisa tan fresca que hemos tenido que cerrar la puerta del balcón. Afuera las plantas cabecean, y más lejos, hasta el mar, las luciérnagas eléctricas de la ciudad sostienen la enorme masa negra que ahora nos unifica, cielo con tierra, tierra con asfalto.

Los vecinos de arriba mueven muebles, parece que alguien barriera.

He dedicado el día al orden y la limpieza, y eso me ha hecho sembrar el caos, el suelo desbordado de papeles y preguntas ¿dónde pongo esto, dónde lo otro? Los libros de arte han emigrado a otro nido, ahora hay hueco en la estantería para poder albergar nuevas carpetas con nuevos escritos.

Al amparo de una bóveda de luz, tumbada en el sofá, leo cuentos de Jean Rhys. Son tristísimos, de inocentes irónicos, de duros humanos, de desnudos en carne viva. Gran autora de la que hace poco he regalado su Ancho mar de los sargazos a una amiga por su cumpleaños. Entre cuento y cuento me tomo todo el silencio del mundo. Voy mirando las pocas cosas que hay que ver, las de todos los días, ahora súbitamente misteriosas por esa pátina mágica de la noche. Siento a esa señora, la nuit, impregnándose en todo, como un licor que llama a los bravos del placer, impregnándose en las yemas de mis dedos, de repente, ansiosos.

La intimidad de la noche es un poema delicioso de vivir, infinitamente escrito, vestido de mil maneras, con tacones altos, con calles estrechas, con playas amantes, con bares que cierran, con risas, con lágrimas, y también en la cotidiana sorpresa que habitamos.

Siempre he querido componer un disco nocturno, un canto nictálope, susurrante, gateando tejados, maullante de lunas. Ahora me pondría a cantar, pero todos duermen, hasta los vecinos de arriba dejaron de arrastrar sillas.

Así que dulces sueños a los que cerraron los ojos y dulces ensueños a los que aún los tienen abiertos.

jueves, 7 de julio de 2011

algunas maneras de escuchar el silencio_ antes de volver al hogar

Miriam volvió a la casa. Llamó tres veces, con suaves toques en la puerta pintada de color teja. Mientras esperaba se miraba los dedos libres en las sandalias, las uñas pintadas de color chocolate, movía todos aquellos tentáculos tan lejanos como si fuesen capaces de tocar la pianola. De pronto la puerta se abrió. La cara de su madre en la penumbra, con una pregunta en los ojos.

-Me he dejado los melocotones en tu frigorífico.

         Desde hacía años la vecina de al lado, María, les traía barcas de fruta  y verdura de los bancales de su pueblo. Emma hacía la repartición entre sus hijos. Había guardado dos kilos de melocotón amarillo para Miriam. Así que ella había venido a la casa y se habían pasado dos horas charlando y comiendo natillas y después bebiendo una copita de champán tan ricamente. A la hora de las despedidas, como tantas veces, su hija se volvía sin la embajada.

-Por lo menos te has dado cuenta ahora y no en el metro.

         La cocina estaba silenciosa. La sombra de la morera y del parral entraba pesada, cada vez más densa, y ponía una paz apagada sobre cada cosa. Sólo se atrevía a relucir una tetera de cobre a la que aún llegaba un rayo del sol de la tarde.

-¿No tienes que poner una lavadora?

         Emma miró sorprendida a su hija. El cesto de mimbre siempre estaba a rebosar. Ahora que se habían quedado su marido y ella solos, sin embargo, las faenas no disminuían. Los nietos que había que cuidar y que tenían su propia ropita en los armarios que fueron de sus padres, los hijos pródigos que volvían intempestivamente-su matrimonio roto o con problemas en el piso de alquiler-, la tía Amelia a la que se le había roto su vieja lavadora.

- Siempre hay algo por lavar.

         Miriam se sentó en la mesa. Hizo crujir la bolsa de plástico y sacó un melocotón. Lo acarició pacientemente.

- ¿Y tú, no quieres meter algo?

         Emma, doblada, metía en el tambor de la lavadora camisetas, toallas, ropa interior, calcetines, bermudas. Luego puso en la cajeta los polvos de detergente y el suavizante de color azul.

- Me gustaría meterme entera, pero sólo voy a mirar.

         Desde pequeña a Miriam le gustaba mirar la lavadora mientras hacía su programa. Se concentraba en el ojo de buey y en las vueltas que hacían girar y girar los colores de la ropa. Decía que el sonido la tranquilizaba.

- Es como una nana.

         Peló su melocotón y se lo comió a mordiscos pequeños. El jugo le resbalaba por las muñecas y los antebrazos. En la puerta de la lavadora se veía espuma girando y girando. Estaba sola. Oyó a su madre que empezaba a regar las plantas en el patio. Los pájaros de la tarde hacían su conferencia. El ruido monótono marcaba el compás. La tetera había dejado de brillar y era una sombra más en el humo de las estanterías. Miriam pensó que le gustaría saber pintar el tiempo para detenerlo. Pero el tiempo, hasta en una pintura, no se detiene. El tiempo lo roza todo, lo suda. Y por eso había que lavar tanta ropa, aunque no estuviera realmente sucia.

- ¡Gol!

         Unas cuantas voces, excitadas, se oían retumbando en la calle. Después un petardo y una bocineta. Miriam tiró la peladura a la basura. Cogió la bolsa y se acercó a la puerta que daba al patio.

- Adiós mamá, gracias.

         Su madre le saludó con la mano mientras el chorro de agua de la manguera daba de beber a la buganvilla. Miriam sonrió con cariño al perfil de su madre, esa mujer que aún tenía las manos bellas. De pequeña, cuando volvía de la fábrica, ella se empeñaba en extender la crema por sus manos agrietadas. Era una crema que llevaba un nombre pomposo, como de otro siglo, y estaba hecha con pétalos de rosa. De pronto el olor le vino, a la manera de una caricia gatuna, silenciosa.

         Miriam cerró la puerta. Le esperaba un viaje largo en el metro. Llevaba un libro empezado y algunos pensamientos nuevos.



lunes, 27 de junio de 2011

estos últimos días

suena el timbre, estridente, descuelgo, pregunto, una voz enérgica, los coches pasando en diferido detrás de la voz, pulso la tecla, abro, el hombre de la voz enérgica pulsa el botón, sube, verticalmente asciende por la columna del ascensor, otro timbre, feo, el de mi puerta, abro, en las manos del hombre de la voz enérgica un paquete, firmo, nos damos los buenos días, cierro,

rasgo el paquete, varios papeles juntos, doblados, manuscritos a dos tintas, una carta, confidencias, deseos, y una sorpresa, un regalo tardío de cumpleaños, envuelto, protegido, en un colchón espeso de burbujas de aire, deshago la nube, deshago, el papel, deshago la caja, dentro una pluma, delicadísima, de cristal, delicadamente malva, algo bellísimo como un sueño de palacios antiguos, a la derecha un frasco de tinta, no entiendo el color, es un color mágico, no hay nombre, es el color de un tiempo que no es pasado ni presente ni futuro,

dibujo espirales,

la frente me arde, alambres en la garganta, tengo que meterme en la cama, duele, no puedo hablar, oh enfermedad yo te conozco, los huesos se ablandan, la cabeza es algo demasiado compacto, intento dormir, intento leer, me duermo, las hogueras de San Juan dentro de mí, en mi frente, quemándose extraños sueños, desde el balcón fuegos artificiales por todos los barrios, flores de luz que se abren y mueren al instante, bombollas de sonido, crepitación, mis ojos duelen, me duermo, sigue la hoguera quemándome lentamente,

intento leer, me duermo, bebo agua en algún lugar que no es mi casa, los sueños duelen, los ojos duelen, me despierto, me quejo, soy consolada, me río, doy un pequeño paseo, por la noche toso mucho, enciendo una vela en el balcón, cenamos bonito, romántico, toso mucho, el camión de la basura pasa por debajo, estalla otro petardo, el basurero grita ¡que ya no estamos en San Juan!, toso mucho, intento leer, me duermo, a las cuatro de la tarde la hoguera sigue ahí, en mi cuerpo, mareas de sudor, fuego líquido, abro la caja y tomo la pluma de cristal, dibujo una cara con ese color de tiempo que no sé qué tiempo es, la vida es rara, intento leer,

acabo la educación sentimental

viernes, 17 de junio de 2011

Billie Holiday - I'm a Fool to Want You (subtítulos en español)




en la noche
como flores que necesitan la irreal
luz de la luna, su pálida fuerza
para crecer

se abren las ventanas, las cortinas blancas revolotean
se abren las voces, las palabras negras revolotean

las cosas, las almas, el humo,
tiemblan unos instantes suspendidas en el aire
luego caen
hacia la gravedad del patio de vecinos
o se diluyen en el frío de la noche

suena un teléfono
pero la esperanza está equivocada
y la luna sigue su paso hasta agotarse
hasta salirse del recuadro de todas las ventanas

esas son las horas más difíciles

PD: Santa Billie, gracias por tu amor.

lunes, 13 de junio de 2011

Hoy
no me siento muy bien
todo es muy confuso, todo es muy confuso.

Qué simple es escribir
esto
y qué difícil vivirlo

y si lo vivo ¿por qué lo escribo?
quizás para vivirlo un poco mejor
con la rítmica
de una canción
esas canciones que una canta en el coche
cuando está de viaje
una larga carretera hacia el sur
el cielo brillante de luz
las ventanillas abiertas
y yo cantando

“hoy
No me encuentro muy bien
Todo es muy confuuuuso, todo es muy confuuuuuso “

Está bien, suena…ligero, gilipollitas,
a caramelo de fresa
da un poco de risa.
Es fácil escribir da un poco de risa
y reir,
claro que también es fácil decir da un poco de risa
y echarse a llorar,
a quién no le ha pasado
mezclar churras con merinas
la sal y el azúcar
los polos opuestos y…
electrocutarse,

Pero vamos a procurar reír, no porque sea mejor que llorar,
en definitiva en una poesía el llanto
tiene mejor prensa,
una sólida tradición
de imágenes tristes, lluviosas, de vísceras dolientes, agonizantes,
verbos con muy mal aspecto, afiebrados, la lengua sucia,
el significado verde de bilis
y el sentimiento amarillo de hígado fatal.
Vamos, poetas que se sienten muy mal
porque todo es muy confuso, todo es muy confuso.

Lo mejor para estos casos, para este caso, el mío,
es no intentar hacer proezas,
no irme de copas con Gil de Biedma o Mallarmé,
directamente
escribir un verso simple, tan simple
como cuando te llama una amiga y le dices
Hoy
no, hoy
no, es que se me ha muerto el tiesto de las margaritas
y yo lo había regado,
¿por qué todo es tan confuso?

Y ella responde
¡Y yo qué sé! ¡Y quién lo sabe!

Entonces te metes en una página en blanco
y escribes
aunque sea mal, qué importa
tropezar con el silencio entre palabra y palabra,
hacerse un cardenal de tinta azul en el dedo
porque la pluma se ha roto,

aunque la pluma se quiebre
el pájaro del anhelo vuela alto
aún hoy, día raro en que canto
con palabras confusas
el desconcierto y la ilusión de estar viva

sábado, 4 de junio de 2011

cómo pasar la tarde

Me preparo un batido de fruta fresca: fresas y kiwi. El color sale muy bonito, lo sirvo en una copa, pienso que a la copa le iría bien que yo la sostuviera elegantemente ataviada con mi biquini y mi largo collar de falsas perlas. También me recojo el pelo en un complicado moño y lo adorno con un enorme hibisco rojo. Pongo en el tocadiscos vinilos de jazz, la suave voz de Chet Baker se arrastra como un dedo por la arena caliente de viejas canciones. Bailo y mantengo una animada conversación con un amigo invisible, un tipo duro y descarado que durante años fue poli en L.A. y ahora ejerce como detective privado. Insiste en que fue él quien me regaló el collar de falsas perlas un verano, cuando aún estaba colado por mis huesos. Yo le callo con frases ingeniosas, de esas de alto voltaje que hacen que los dos bebamos un poco de nuestras copas para disimular entre sorbos la risa que nos damos. Insiste en que quiere conocer mi dormitorio, pero yo le digo que he venido a este hotel con mi cuarto esposo, al que le gusta constiparse con los aires acondicionados, y que por ello está disfrutando de nuestra habitación él solito, en una larga y afiebrada siesta. Mi amigo, el inspector invisible, se las arregla para que salgamos a la terraza del barco, desde esa proa habla de las nubes como de cachalotes blancos y algodonosos invadiendo los mares celestiales. Señala un cúmulo de enormes cachalotes nubes, de panza grisácea. Son los machos, me dice cerca del oído, vuelven desde el norte para aparearse con las hembras. Me parece que nos pueden estar mirando desde las azoteas vecinas así que vuelvo adentro y giro la cara del disco. Invento un rápido crepúsculo bajando las persianas. Le digo a mi amigo, el inspector invisible, no enciendas las luces que dan calor. Él se saca un cigarrillo de algún cajón que ni me acordaba. Dice que es una pena que haya acabado mi batido de niña buena, tan rico, y me propone algo un poco más intenso mientras llama al barman. Yo le digo que ahora soy una mujer casada, y nos reímos, principalmente porque él vino a detenerme cuando yo tenía dieciséis años e intentaba casarme por primera vez con un documento falso. Así es como nos conocimos. Fuma despacio y me pasa el cigarrillo, y después de la más nostálgica de las canciones, aplaudimos a la orquesta.

miércoles, 1 de junio de 2011

         El pasado día 29 fue un domingo precioso. Por la mañana un largo paseo por el barrio de San Andreu, pincho de tortilla de patatas en el Versalles, fotos en las puertas viejas de madera y una bonita conversación. Por la tarde ¡tachán! Mi amiga Laura Freijo, pensapoadora, hacía un “estriptis” emocional en un garito llamado La Papa, en pleno barrio de Poble Sec. Fue algo maravilloso.

         Laura llegó a mi vida hace muchos años. Una vez al mes nos sentábamos juntas en asamblea, pues las dos pertenecíamos a una asociación de mujeres creadoras escénicas que se llama Projecte Vaca. Fueron las vacas las que nos juntaron por primera vez en un proyecto de lecturas dramatizadas, las dos compartimos programa junto a otras dos autoras. Para mí era muy emocionante conocer a otras personas que también se adentraban en la difícil vocación de escribir teatro. Una noche, perdida en las fechas de la memoria, en plena algarabía asamblearia, Laura levantó la cabeza, me miró y me dijo ¿por qué no hacemos algo juntas? Y yo dije, Vale. Encontramos una excusa magnífica en el hecho de ser las dos géminis para crear un cosmos cabaretero y poético bajo el título de Geminianas. Vivimos un proceso de creación delicioso (solíamos acompañarlo de cafecitos con etcétera), divertido (cuántas risas) y peripatético (deambulábamos por la ciudad y yo le enseñaba a Laura mis recorridos sentimentales por las callejas y los rinconcitos que me tocan) Hablábamos, leíamos a María Zambrano y nos tirábamos en parapente hacia una improvisación poética, las dos armadas de cuaderno, pluma y la musa que andaba rondándonos por la cabeza.

         Lo mejor de Geminianas es que se ha fundido y confundido con nuestra amistad. Cada vez que estamos juntas o cuando nos hablamos por teléfono, hay un estado de intimidad y creación inextricablemente ligados y activos.

         Laura es uno de esos grandiosos regalos que me ha hecho la vida y la ciudad de Barcelona, y por los que doy gracias cada día cuando me despierto. Hemos vivido muchas cosas juntas y también nos hemos acompañado en las cosas que a cada una le han tocado. Nos hemos tenido paciencia mutua, y admiración, y “mi visión del asunto”, y apoyo, y broncas, y conversaciones apasionadas, y lloros, y nocheviejas… y muchas cosas más.

         Me gustaría pintárosla al óleo, en un lienzo muy grande, mejor en un fresco, en la pared de una iglesia antiquísima, tan antigua que hubiera pasado por varias confesiones distintas hasta remontarse a  templo pagano. Ese sería el espacio ideal, porque Laura tiene la fuerza de lo sacro en ella, un alma antigua con la potencia de una amazona, una chamana y una profeta. Sí, en ella se juntan la guerrera, la sanadora y la comunicadora, tres torrentes manando desde su espíritu y confluyendo en su mente.

         Como creadora que es tiene el don de la versatilidad, pero ha elegido la palabra como herramienta esencial desde donde forjarse y darse al mundo. Y allí se da, en la desnuda sencillez de un escenario, ella, un atril y sus pensapoamientos (bichitos híbridos y lúcidos de filosofía y poesía)

         Viajar con ella por su espectáculo Soy lo que estás buscando es una experiencia bella, intensa, divertida, emocionante. Hay mucha verdad y mucha vida allí, servida desde un amor y una confianza genuinos en la palabra (¿qué más se puede pedir?). A quien pueda estar leyendo le invito a que visite el blog de pensapoamientos de Laura, que está “linkado” en este, en las Casas de Hospedaje. Allí podrá leer, pero sobre todo yo recomiendo que se hagan con el calendario de próximas actuaciones, compartir en voz alta la poesía es una comunión única.

         Y brindo por Laura, que cree en esa comunión (no es una broma, estoy abriendo una botella de cava)

         PD:
                   amiga del aire
                   con las manos amarillas de soles
                   sembrando palabras
                   lloviendo voces

                   te dibujo como un niño pintaría
                   a un gigante
                   acariciando a las águilas en su vuelo
                  
te coloreo
mezclando los colores del paisaje
                   - la tierra, los árboles, las casitas a lo lejos, el humo,
                   la nube, el cielo y la luna que sale
                   y el sol que entra-
                   en una mancha que pasa, deprisa,
                   como desde la ventanilla de un tren,

                   y ese color tan lleno de todos
sería el tuyo

jueves, 26 de mayo de 2011

Con Yul en el lago

Yul mide casi dos metros, tiene la piel del color de una noche pantera, aterciopelada y moteada de diminutas estrellas. Parece mentira que  una superficie tan oscura pueda brillar así, emanar esa luz. Yul es luz negra.

Ha venido al lago, con nosotros, no sabíamos que hacer para que cupiera en el coche, para que se sintiera cómodo. Él sonríe, dice que prefiere ir en la parte de atrás, a mi lado. Durante el viaje me aprieta la mano, no fuerte, parece saber cuál es el tacto exacto para cada cosa. Llevamos las ventanillas abiertas y el bosque pasa rápido por las orillas, melenas enramadas y desesperadamente verdes, trinos de pájaros en fiesta, olores a humedad y a jara.

En la cocina me ayuda con la comida, no le importa el olor fuerte del pescado. Miramos a las niñas correr fuera, alrededor del gran álamo blanco. Ellas llevan aquí toda la semana, van descalzas, han tomado la medida del silencio del paraje como una oportunidad para expandir sus jóvenes voces, gritan, yerguen la voz como un surtidor que quisiera tocar el cielo. Me disculpo ante Yul. Para él no es molesto, dice que su madre también hablaba así, hacía retumbar la casa, hasta los cimientos. Entonces me habla de su infancia pobre y dura en el barrio negro de la ciudad. Cemento y solo cemento, voces superpuestas a voces, incomprensión aplastando a la incomprensión. Pero no se pone triste al hablar de eso. Sigue cortando con delicadeza finísimas rodajas de un pepinillo, -¿cómo puede hacerlo? Me pregunto, el pepinillo es bastante más pequeño que su propio meñique-.

Cuando después pienso que todos están descansando me acerco a la orilla del lago, voy con mi pequeño balancín a cuestas. De pronto siento una voz a mi espalda que se ofrece a ayudarme con el peso. No lo había sentido a mi espalda, camina con el sigilo de un animal en la selva. Veo que en las manos lleva su trompeta. No me atrevo a pedirle que toque. La tarde se está posando suavemente sobre el lago. Hay pequeñas olas, y entre las junqueras vemos posarse una bandada de garzas que están descansando en su viaje migratorio. Yo le hablo entonces de mi exilio. Tampoco me siento triste al hablarle de eso. Hasta soy feliz contándole mi paseo favorito, de mano de mi abuela, por mi ciudad natal. Él también parece feliz de pasear por esas calles desconocidas junto a nosotras y, a la vez, de estar aquí, a mi lado, recibiendo el crepúsculo.

Me dice, vamos a hacer algo juntos, y levanta la trompeta. El sol la vuelve un cuerno de oro. Es mi unicornio negro con su cuerno de oro.

Me incita, dime una frase y yo la toco. Nos miramos a los ojos, pero yo enseguida desvío la mirada hacia las garzas que por fin han levantado el vuelo.

Y digo,
Eran de nata y eran de humo y eran de cielo y de primavera
eran de vuelo y eran de nube eran de atardecer y de promesa

y él toca una frase blanda, ascendente y liviana, con pequeños trinos, con ráfagas de aire sin sonido, con notas que se posan, como pompas irisadas
sin romperse

Y yo digo
Yul es mi unicornio y yo soy su dama

Y él levanta la trompeta y la llena de soles, como un vítore, pero suave y secreto

Y yo digo
Si camino la tierra la tierra me camina.
Yo soy su mapa, su única montaña y su desierto
la tierra se pierde en mí, y cuando se cansa en mí, la entierro
entera
entre mis costillas.
Yo soy su madre y ella es mi madre

Y él toca una frase espiral, que no puede acabar y que queda en puntos suspensivos…

…y así estamos, ya es de noche, y seguimos conversando.

martes, 24 de mayo de 2011

Sorprendida

La mesa sobre la que escribo es de cristal. Tiene un diseño japonés, entre el negro y la transparencia se dibujan flores, pájaros, escarabajos mariposas, lunares, ramas sinuosas y sus hojas… parece que la crearon especialmente para mí. Como dijo una amiga al verla, es muy coralina.

Todas las cosas que hay encima de la mesa tienen un reflejo en la mesa de cristal, como si estuvieran apoyadas sobre el agua. También mi cara. Se refleja desde una perspectiva extraña, un contrapicado en el que me veo los ojos un poco hundidos. Desde este lado es una Peregrina cabeza abajo.

El caso es que estos días estoy pensando en esta mujer, la que aparentemente vive cabeza arriba, como si fuese alguien un poco desconocido. La miro levantarse y como canta mientras prepara su cafetera. Hoy ha bajado al mercado temprano, el suelo entre las pescaderías estaba regado, todavía los reponedores iban de un lado a otro con sus carretillas cargadas de albaricoques, bacalao salado, salmones entre hielo picado…, en los mostradores las tenderas se afanaban colocando la mercancía, preparando encargos, quizás. Esa mujer hacía sus compras, tranquila, la ha sorprendido que la llamasen señora, y en dos ocasiones tenía el dinero exacto de la compra, con el pico en céntimos y todo.

Luego la sigo, con su falda amarilla, regando las plantas, parece que les dice cosas, toca los pétalos, se ha quedado distraída mirando a la calle. ¿Espera a alguien? Tiene varios libros abiertos, lee cosas muy interesantes, desde luego parece entusiasmada por sus lecturas, ahora mira un libro de fotografías de Alberto García- Alix, se nota que ya lo ha mirado otras veces, no sé a dónde asomarme, si a las imágenes que mira o a la imagen que ella misma genera, de espaldas a la ventana, sentada tan quieta, tan concentrada. ¿Qué piensa, qué siente mientras mira esas fotografías? ¿Reconoce a alguien de los que allí posan, reconoce la isla (las fotografías son de Formentera, una isla que ella también adora) a través de esa mirada parcial, emocional, anímica del poeta-fotógrafo, reconoce en la mirada del poeta-fotógrafo algo de su propia mirada, algo de sí misma en la vida de los otros?

Esa mujer empieza a interesarme realmente. Encuentro que sus días pasan muy curiosamente. Ayer, por ejemplo, se echó una larga siesta. Dicho así parece sencillo, y es, sí, sencillo. Pero yo lo encontré apasionante, ese gesto, de repente, virar el rumbo del día y dejarse entre sábanas blancas, cerraba los ojos, sé que soñó. Aparentemente no sucedía nada, sólo dormía. Pero ¿de qué fatiga venía para ir hacia ese sueño, o qué anhelo, o qué placer buscaba allí? Dormía pero vivía intensamente. Y su vida me sorprende.

Creo que no sabe distinguir si está cabeza arriba o cabeza abajo, si la pienso o me piensa, si vive y me hace vivir. Por primera vez la siento de esta manera, como si me dejara ser consciente de ese proceso de imaginación que es vivir cada minuto, como si me revelase que ella también está desplegando ese misterio que la fascina tanto, ese misterio inaprensible que es lo que todo escritor pretende atrapar, o sugerir, o apenas señalar –es tan frágil el misterio- cuando escribe. Es maravilloso que alguien con quien has vivido tantos años te siga sorprendiendo así.

viernes, 20 de mayo de 2011

algunas maneras de escuchar el silencio_ otra vez domingo

Hacía una semana que Rosalía había regresado de su viaje. Volvía a ser domingo, un día caliente y espeso. Era todavía temprano y en el parque no paseba casi nadie. Las pelusas de los chopos caían semejando una nieve vegetal, todo el suelo estaba blando y como leproso. Miriam y Darío bajaban por la cuestecita, recién desayunados. Iban cantando una canción. Darío se emocionó con las pelusas, intentaba cogerlas, corría de un lado al otro. Había pedido que le pusieran su camiseta favorita, a rayas azules y verdes, y estaba muy contento. El teléfono móvil de Miriam empezó a silbar una cancioncilla de ragtime, miró en la pantalla y vio que era su hermana pequeña. Le sorprendió que estuviera “operativa” a esas horas, por lo general Rosalía era de larguísimos despertares.
        
- Hola guapa, buenos días.
- En realidad no muy buenos, tengo un problema. Me echan de casa.
- ¿Quién?
- Mis compañeros de piso.
- ¿Por qué?
- Es largo y tendido. Y además tengo que irme, no quiero quedarme ni un minuto más aquí. Estoy recogiendo mis cosas. ¿Puedes venir a buscarme?
- Pero ¿a dónde vas a ir?
- Si no puedes no te preocupes.
- ¿Estás segura de que quieres irte, no vas a pelear? El piso lo encontraste tú.
- Me importa un huevo. En tres horas lo tengo todo recogido.
- Iré con Gregory.
- Preferiría que vinieses tú sola. ¿Vais a ir a comer donde los papás?
- Los papás se han ido de excursión.
- Mejor.


Acordaron que Rosalía la volvería a llamar media hora antes de estar lista. Miriam vio la pequeña figura de su hijo, exultante de placer, los brazos alzados, la risa como el trino de un pajarito locuaz, corría, botaba, cada vez más pequeño, en fuga por la ribera de los chopos. Quiso gritarle que no se alejara tanto, pero no encontró las fuerzas o las palabras. Se le atropellaron algunos pensamientos, como que para el traslado quizás sería mejor pedirle a su marido la furgoneta del trabajo, aunque eso implicaba ir hasta el garaje en el centro, claro que si la acompañaban en coche hasta allí podrían tomarse los tres juntos una de esas copas de helado que tanto le gustaban a Darío. Y se vio a los tres, alrededor de la redonda mesa de mármol rosada, con la enorme copa y las tres cucharillas, las bocas sucias de chocolate, fresa y nata, Darío de rodillas en la silla, Gregory quitándoles el helado de sus cucharillas y ellos dos protestando con grandes gritos, a pesar de las miradas desaprobatorias de los clientes. Así educan al niño, seguro que era el comentario más popular entre las viejas cotorras que iban a tomarse su horchata después de misa. De pronto vio el puntito luminoso de Darío corriendo hacia ella, le abrió los brazos. Traía las manos llenas de pelusa. Las dejaron como un nidito sobre una piedra plana. Por si los pájaros, dijo Darío.




         Hacía una semana que su hija Rosalía había regresado de viaje. Y hacía trece días que su hijo Marcos se había separado de su mujer y dormía en el sofá del salón. Su esposa le había preparado su habitación de niño, sábanas limpias, un florero con flores frescas, claveles blancos de los del patio, esos pequeños detalles que ella cuidaba sin poner peso en ellos. Pero por alguna razón Marcos insistía en que ese mismo día se marcharía, ya vería dónde, a una pensión, a casa de unos amigos, que no merecía la pena deshacer la mochila, entrar en aquellas sábanas frescas. Y luego, invariablemente, se hacía la noche. Cenaba con ellos y después se quedaba mirando la televisión, le daban las buenas noches, y él poco a poco se inclinaba, vencido por la modorra, hasta que finalmente se estiraba y mal dormía. Su mujer le insistía en que no había que hablar en serio con él. Déjalo, le decía, deja que se sienta cómodo y libre de hacer lo que quiera.

         Hacía una semana que Rosalía desplegó todos aquellos paquetes envueltos en papel de regalo. Las risas, las preguntas, las anécdotas del viaje. Desde entonces no se habían vuelto a reunir todos juntos. Hoy volvía a ser domingo y el cielo brillaba sin una sola nube. Marcos dijo que ese día lo pasaría con su hija pequeña,
- Quiero llevarle a comer fuera, luego iremos a ver el circo.

Esteban entonces convenció a su mujer de que dijesen a todos que el domingo se iban de excursión.
- ¿Pero a dónde quieres que vayamos? –Preguntó ella.
- No, si lo que quiero es quedarme en casa, pero no tengo ganas de que se aparezcan. Últimamente no hacen más que auto invitarse. Me gustaría pasar el domingo en casa, a solas contigo.
- Y con Rita. –Puntualizó ella.
- ¡Ah, sí! Rita…

También hacía trece días, trece noches para ser más justos, que su mujer había encontrado a aquella perra en la calle. En el teléfono grabado en la chapa no contestaba nadie.

Emma trasteaba en la cocina. Él había salido al patio, con un libro de viajes de Paul Bowles, Cabezas verdes, manos azules. A diferencia de sus hijos Esteban era un viajero de asiento. Nunca había necesitado ir a países lejanos. Todos los años se iba solo a la pequeña casa que heredó en los montes de Palencia. Los demás compraban billetes y mapas y reservaban hoteles y le preguntaban cosas, que les recomendase lecturas porque, sorprendentemente era un gran conocedor de literatura de viajes. Abrió el libro por la marca que había puesto, un sobre de azúcar robado en algún bar. Leyó el título del capítulo que le tocaba iniciar, No hay que ser demasiado musulmán. Después le vino Marcos a la cabeza y ya no pudo leer nada. El libro le sirvió como una especie de escudo para adentrarse en su pensamiento. Lo que más le apenaba era en qué medida él, como padre, había contribuido en los fracasos de su hijo. “Y tu estirpe será maldita hasta nueve generaciones”. Aquellas terribles palabras de la Biblia se le habían quedado dolorosamente marcadas desde niño. Su mujer asomó la cabeza por la ventana de la cocina y lo llamó. Él dio un respingo y salió otra vez a la página escrita, a la luz del sol sobre aquellas palabras detenidas, No hay que ser demasiado…



         - Hoy hace una semana que volvió Rosalía. Parecía contenta.

         Emma y Esteban hablaban en susurros, ella en el hueco del brazo de él, los dos tendidos en la cama, desnudos, acababan de hacer el amor. El aire del mediodía entraba cargado de perfume de rosas y movía con suavidad los visillos. Habían echado un poco la persiana para que la habitación se mantuviese en penumbra. A Emma le gustaba pensar que era una habitación de hotel, siempre desconocida, y a Esteban le reconfortaba saber que era su territorio, un pequeño cuadrado de espacio cerrado e inmutable.

         - ¿No crees que les está pasando algo a nuestros hijos? Últimamente vienen mucho por aquí.
         - No sé, como siempre. – Y Emma se encogió levemente de hombros y después acarició el ancho pecho de su hombre, enredándose en el vello.
         - Como siempre no. Yo los veo… raros, como sin norte.
         - ¿No será que me quieres sólo para ti, viejo verde? –Rió ella.

         Él aprovechó para besarla, reirla, lamerla, volcarse encima de ella, buscar el olor de su garganta y sus pechos cuando, de repente, sintieron el débil chirrido de la puerta del patio y unas voces. Se quedaron helados. En ráfagas, junto al vahído de las rosas, les llegaba la clara voz de Miriam y la apagada y hundida de Rosalía. Se levantaron y espiaron por la ventana. Rosalía se sentaba al lado de la fuente y se mojaba la cara. Su hermana se sentó al lado y le acarició la larga melena. Los padres, desnudos, agachados, asomaban apenas la nariz. Se miraron confusos, les parecía que el espionaje era la única opción posible.

         - ¿Y si bajamos a la cocina? Se oirá mejor. – Dijo Esteban
         - A la cocina seguro que acaban entrando. Pero aquí no se atreverán.

         En ese momento Rita entró en el dormitorio meneando la cola. La hicieron cómplice con muchos shhhhh y otros gestos pintorescos, luego cerraron la puerta. Esteban puso las almohadas en el suelo para estar más cómodos. Emma sirvió dos copas de champaña de la botella que había subido. Qué cosas tan raras tiene la vida, suspiró.



miércoles, 18 de mayo de 2011

entre las cosas del día

Mediada va la mañana. Puse a cocer unos huevos.
Desayuné junto a las plantas. Fregué cacharros. Hice
tareas de escritorio, pausadamente.

Placer de estar en casa. Habitando el silencio. Habitando los cuadernos.
Pensé en mi testamento.

El viento hace que esta casa sea casi
proa de barco,

y este cielo, tan mar, con sus ángeles y sus tempestades


un golpe de tiempo. Muy suavemente vino la Poesía, con pies descalzos,
se sentó en el umbral de mi corazón puerta,
y estoy contenta