oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

lunes, 22 de julio de 2013

CELIA


Sencillamente gracias, lo primero, por haberte conocido. Nos recuerdo charlando calle abajo, por esa amplia y fea avenida donde estuvo la casa de vuestra infancia - la tuya, la de mi madre -, casa que yo no conocí pero de la que mi hermana, cinco años más mayor se acuerda perfectamente.

Venías cada verano desde Valencia y traías algo muy bonito a mi vida, un cariño especial, una luz clara y verde de tu mirada. Hermosa, me llamabas, hermosa. Una vez, siendo pequeña, me diste un mordisco. Me hizo daño, me sorprendió, pero desde el primer momento he integrado ese recuerdo con cariño, porque no he sido ajena a esa forma de querer un poco gulosa, un tanto animal.

Me vienen a la cabeza, también, fotografías tuyas en blanco y negro, junto a mi madre -que en ese momento es una chica joven sonriendo a la cámara, a alguien al otro lado de la foto y que no imagina que, años más tarde, ese alguien será otra chica, su hija-, del brazo de tus amigas, en meriendas campestres, en una caseta de tiro, con unos sombreritos de fiesta graciosos y ridículos junto al hombre con el que más tarde te casarías.

Aunque no te conocí en esa época, sin embargo, tu presencia en esas fotos me es muy cercana. Casi puedo escuchar tus anhelos.

Uno de los recuerdos más maravillosos que tengo es estar contigo un verano en el mar de Oropesa, una playa infinita y un día de olas y fuerte resaca. Nos metimos al agua en una punta de la playa y la mar nos fue llevando, a sacudidas, hasta la otra. ¡Cómo nos reímos! No podíamos hacer otra cosa que reír y tragar agua. Fue un tiempo de epifanía, de comunicación total sin palabras: la alegría de estar, de estar juntas, de compartir ese vaivén, ese jaleo de la vida, esa sal que escuece, ese sol ardiente, esa fuerza del agua que agota, que te hace fluir aunque no quieras, esas zarpas marinas, brillantes, cósmicas, y gozarlas como un juego. Teníamos, en ese continuo zarandeo de olas que nos rompían encima, miedo, excitación, grito y la defensa de la risa. Y la defensa de la risa era también un placer de verdad, total, desafiante, casi tan fuerte como el empuje del mar que nos arrastraba. Nos agarramos de las manos, nos miramos a los ojos, aparecíamos y desaparecíamos entre la espuma. Fue una aventura.  Un tesoro.

En la casa de mis padres hay algunos cuadros de los que pintaste. A mí me hiciste una copia de Modiliani porque sabías que me gusta mucho. Es un desnudo femenino. Por la inclinación de la cabeza, por la oscuridad abismal de los ojos, esa mujer desnuda al óleo se esconde y se muestra al mismo tiempo.  Supongo que todos somos así, puntas de un iceberg, apenas emergidos entre las aguas de la personalidad que nos vamos construyendo para poder ser sociales. Sin embargo no se nos escapa que una persona es mucho más que todas las palabras que dijo, los hechos que vivió, las decisiones que tomó, los acontecimientos que se le impusieron, los pensamientos que realizó, incluso el amor que dio. Una persona es algo tan misterioso que me sobrecoge intuirlo. Y como en los perfumes, la esencia es invisible pero evidente. Yo siento la huella de tu esencia en mí, Celia, indeleble. Gracias, de nuevo, por haber estado en  mi vida.

Sólo una vez hablamos de Dios, y me dijiste: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Me doy cuenta, una vez más, que yo que te quiero y sigo aquí, sobre esta tierra, soy el hoyo donde quedas muerta y el bollo donde sigues viviendo. En mi corazón y en mi mente están las imágenes del pasado, y el recuerdo muy nítido de tu voz clara, el arco griego de las cejas y el perfil de la nariz. Está lo que ha sido y está lo que sigue siendo.  La mente y el corazón no admiten la muerte como fin, corte radical y vacío; siguen tejiendo con otros hilos invisibles vida y vida, y esto es quizás porque ni el corazón ni la mente están sujetos a las leyes del tiempo sino que obedecen una sabiduría más arcana e ilimitada.


Hoy tu cuerpo transita y se trasmuta en el abrazo del fuego. Una llama, también, en estas palabras. Una llama que no aniquile, sino que expanda para ti y en ti  la luz y la gracia, las bendiciones, la belleza sobre cada segundo vivido en esta tierra, el vuelo y la verdad del umbral. Así sea.