oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

jueves, 31 de enero de 2013

La Invención del Paraíso_cinco pasos

hoy la alegría,
dejar al sol obrar su maestría y su libar
en la colmena de mis células, en el maestro
corazón
hoy

hoy la sabiduría
dejar al sol que hile su oro y teja el manto
de verdad fresca
que me cubra y descubra una realidad
fecunda 
hoy

hoy la armonía
dejar al sol la guía de las naves, el surco
que me lleva y me encuentra
la danza y sus brazaletes de luz, tintineantes
hoy

hoy la fusión
                    átamo con átono
                                              contigo sol
hoy

lunes, 28 de enero de 2013

Lecturas de estos días, pensamientos sobre la escritura, fe. (1)



Ayer, de vuelta a casa tras pasar una tarde memorable en el calor de la amistad y la buena conversación, tomé un libro de la estantería donde colocamos los libros peregrinos que vienen de la biblioteca o prestados de otros fondos. De una sola sentada y sin interrupción leí las 157 páginas de Déjame ir, madre, de Helga Schneider. Evidentemente me impresionó.

Previa a la novela leí la solapa donde se daban datos biográficos de la autora, a quien yo desconocía. Es la primera vez que leo en una nota biográfica sobre un escritor como dato relevante un suceso, o decisión, de la vida de la madre del autor. Es decir, la biografía de la madre de la escritora se vuelve biografía de la escritora. Esto, quizás, parezca una tontería, pero a mí me parece monumental. Lo escribo en neutro porque el hecho en sí ya me da mucho en que pensar, pero voy a precisar que ese dato biográfico de la madre es que cuando su hija, la escritora, tenía cuatro años, abandonó a la familia para ingresar en las filas de las SS. nazis (sólo de escribir la palabra “nazi” ya siento malestar).

Helga, nacida en Polonia, con una infancia entre Berlín y Austria, optó por un destino italiano. Es más, decidió que Italia se convirtiera en su patria y el italiano en su lengua adoptiva y su lengua de trabajo.

Como escritora las relaciones entre el escritor y su lengua materna son algo que me fascina, me inquieta, me conmueve. De hecho, gran parte de mi teoría y metodología como profesora de escritura tiene que ver con ahondar en el lenguaje para encontrar los vínculos absolutamente únicos que cada persona establece con el Verbo, cómo por adentro del leguaje siempre hay un “léxico familiar” en palabras de Natalia Ginzsburg, pero más aún, una tensión-relación con la capacidad de decir y expresar que son una huella digital que contiene la individuación del escritor y, además y en manera misteriosa, la síntesis de una potencia de pensar/sentir y obrar/vibrar que es la suma de muchas lenguas vivas (digo pensar y obrar porque para mí el pensamiento ya es acción, y digo sentir y vibrar porque para mí el sentimiento es una frecuencia que armoniza la realidad a su semejanza; y ayunto pensar y sentir “pensar/sentir” en una sola palabra, porque para mí un buen pensamiento está ligado nuclearmente al sentimiento, de la misma manera acoplo obrar y vibrar “obrar/vibrar”, porque una buena acción emite y parte de una correcta vibración).

Así me encuentro a Helga Schneider, escritora que abandona el alemán, el idioma de su infancia y sus recuerdos, y encuentra el oxígeno del logos, del sentido, en un idioma desmaternizado. Lasciami Andare, Madre, escrito en italiano y publicado en 2001, calculo que cuando la escritora tiene 64 años, es una ¿novela? compacta donde Helga cuenta el último encuentro con su madre, de 90 años, en una residencia de ancianos en Austria. La madre de Helga los había abandonado cuando ella contaba 4 años y su hermano era un bebé, optando por “ser adiestrada en deshumanización” y desarrollando una carrera como celadora de diversos campos de concentración, como Auschwitz, Birkenau, Ravensbrück y otros. En 1971, a raíz de tener un hijo la propia Helga siente la necesidad de reencontrar a esa madre perdida y presentarle a su hijo. Ese reencuentro no puede ser más doloroso ni más decepcionante, la madre se muestra indiferente hacia el nieto y de Helga parece que sólo quiere que se pruebe su antiguo uniforme de la SS. Esa es toda la historia en común de estas dos mujeres hasta el último encuentro que narra la novela.

Hay un momento en que Helga cuenta que tras la visita de 1971 “…conocí en Bolonia a un compatriota que, como es natural, empezó a hablarme en alemán. Me bastaron unas cuantas frases para darme cuenta de que ya no podía hablar en mi idioma de forma correcta y fluida. Aquello me horrorizó. Fue como darme cuenta de que me habían amputado un miembro del cuerpo sin haber sentido dolor. Como en la guerra, cuando alguien pierde una pierna y sigue corriendo hasta que cae, y sólo entonces comprende el motivo por el cual ya no se mantiene en pie. Ahora, después de cincuenta años (…) me he visto obligada a recuperar mi idioma. Aunque no ha sido fácil: ha sido como remontar, peldaño a peldaño y a gatas, una escalera alta y escarpada. Miro a mi madre: tan lejana, tan desconocida, tan incomprensible, tan irritante. Tan agotadora, por momentos.”

Este momento me estremece. La asociación sólo por proximidad de lengua y madre. La amputación del lenguaje, la sensación de órgano, de vitalidad de la lengua, es también la amputación del vínculo del maternaje. La fisicidad de tener que volver a tener que ponerse a gatas psicológica y emocionalmente para recuperar el habla, para recuperar la madre, recuperarse a ella como niña y como ser completo, el esfuerzo desproporcionado entre esa imagen desvalida de un pequeño cuerpo a gatas y una escalera escarpada, inespugnable, madreescalerainespugnable, la asociación inmediata con los adjetivos dedicados a la madre, pero también a la lengua que nos parió donde se formaron nuestras primeras capacidades de comprender, aprehender, sentir el mundo: lengua lejana, desconocida, incomprensible, irritante, agotadora. La lengua que es mi basamento, mi raíz, es también mi rechazo. (Observo que no puedo dejar de elaborar esta reflexión en primera persona, ¿ha conseguido Helga romper la ilusión del tú y el yo?)

Este libro, al que todavía estoy rumiando, tiene una fuerza que nace de la absoluta sinceridad de su autora, de su transparencia y su valentía. Creo que a María Zambrano le hubiese deslumbrado. Quizás es un libro que encaja mejor en el concepto de “confesión” tal como lo entendía la filósofa. Su tragedia es tan honda y las raíces de esa tragedia son tan del ser que se presenta como un acertijo sin resolución posible.

Escrito en forma magra, sin retórica ni golpes de efecto. Lo recomiendo encarecidamente. Gracias a Helga por romper las barreras de una posible mudez, porque ser hija de esa madre podría haberla condenado a una mudez, y, a pesar de que ese enorme abismo está en el medio de su biografía, configurándola, ella ha sabido encontrar y escribir con su propia voz. Siento que Helga redime a muchos con este libro, no es tan solo, como anuncia el editor, el intento de exorcitar el demonio materno, es también, en mi opinión, la posibilidad de complección que se da a sí misma y a todos los que como ella han sido arrollados de manera avasalladora por una Historia.

domingo, 27 de enero de 2013

la invención del Paraíso_cuatro pasos


inventa el paraíso, invéntalo,
inventa la manera en que la Belleza
se te ofrezca
                            la Paz
sea tu casa
                            la Sonrisa
tu inocencia

inventa tu desnudez y tu paso tranquilo
por todas las cosas,
inventa el fuego
las manos que son nido
la altura de la felicidad,

inventa tu juventud y tu asombro y cada día
nace,

inventa el canto y el silencio reunidos
y óbralos.

jueves, 24 de enero de 2013

miércoles, 23 de enero de 2013


Leo libros escritos en una biblioteca
en horas muertas
mientras se leen y estudian otros libros, Cicerón y la estructura
de la égogla, pongo por caso,

leo geniales libros de jóvenes estudiantes aburridos
aburridos hasta su propia inspiración
inspirados hasta mostrar un sexo ambiguo
y su minotauro concéntrico,

leo libros con tupé de Rimbaud
y mocos verdes de mucho catarro,
letras afiebradas que acaban en sarcasmo
-la vieja juventud vieja-,

leo a púberes clásicos que hacen del plástico un motivo
a prematuros contemporáneos que riman en acongojante
bronquios y flautines, gasóleo y filomenas,

me divierto mucho y me compro
una magdalena - por ser ella proustiana
e integral
y yo haber sido joven y sentimental –
pido un cortado
en la cafetería del Ateneo Barcelonés
y considero las cosas del mundo
cuando me traen la cuenta y veo
que cuesta lo mismo que un café con leche
en mi barrio,
¡oh quien tuviera la disposición de Catulo
para rimar impertinencias y mandar así un saludo!

Y sigo leyendo a esos jóvenes poetas que me devuelven
mi propia juventud, obstinada, incapaz de agostarse,
pero que ya no florece a través del aburrimiento
entre la presión de los exámenes
ni se encabrita, exultante de osadía.

Aún así conservo mi pintoresca costumbre
de arrojar la magdalena dentro del café
- por ser ella esponjosa
y yo golosa –,
y disfrutarla en sopitas
poco elegantes.

Aún así ejerzo el amor
de los tiempos robados, los escondidos
en un rincón de la ciudad, los no debidos,
la travesura infinita
de ser yo.


miércoles, 9 de enero de 2013

la Invención del Paraíso_dos pasos

Trina el pájaro
solitario
enredado en la luz y las ramas
apretadas del olivo

Comienza la mañana
aún aterida de haber sido noche

Comienzan también mis ojos
solitarios
a comprender cada forma
y a cantarla