oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

miércoles, 30 de marzo de 2011

de nácar,
las paredes bivalvas de las manos, abriéndose
a la marea de silencio, cerrándose
y atrapando
pequeños silencios

de oscura paciencia
el tejido de los muchos días y las noches muchas vividos, sudados, encarnados,
una entretela espesa y con escamas
basurillas
rodando y rodando por adentro del silencio

de nácar y oscura paciencia
de la extraña matriz de la oración
nace la perla

hoy pongo la perla, la mano y el perdón.

domingo, 20 de marzo de 2011

Miranda mirando hacia Hopper vía Milán



Tengo la maleta casi resuelta. Según las predicciones del señor del tiempo me saldrá nublado. Esta noche en la Scala se estrena La Flauta Mágica, pero las entradas están agotadas. De todas formas asomaré en hocico para ver lo que es una premiere en la bella y musical Milano, quizás hasta tenga suerte y pueda conseguir una entrada en lo alto de lo alto del paraíso, ahí donde puede mi bolsillo. Mi amigo Albert me ha dicho que además la Scala alberga una enooorme tienda maravillosa y un museo que casi es un santuario de fetiches de María Callas.

Tengo la maleta casi casi resuelta. He sumado faldas y jerseys y medias, pero claro, el neceser siempre es lo más complicado. Llevo apuntes para la conferencia y Las Tentaciones de San Antonio para el avión.

Tengo la maleta casi casi casi resuelta. Llevo los zapatos peregrinos de bruja, y las botas peregrinas de andar muchos caminos. El cuaderno insaciable, los ojos limpios y el paraguas liliputiense que me regala mi amor.

Tengo la maleta casi pero no del todo. Así que me despido, y envío este pájaro con una última sonrisa.

Peregrina a la milanesa

lunes, 14 de marzo de 2011

LAS CARTAS FRANCESAS_ de Peregrina al Conde Verdemar_

Querido Conde:

Mi jornada se dispersa. Vagabundeo entre papeles y fotografías, meto las manos en la tierra de las macetas, proyectando transplantes, y me quedo estampada, como una mariposa o una niña sin edad, contra el cristal de la ventana, viendo menudear la lluvia y esas cohortes de paraguas por la calle de enfrente.

Son días silenciosos. A las paredes les ha crecido una sobre piel, una pátina de terciopelo que en los lugares más húmedos del castillo (cocinas, bodegas, salón de baño) adquieren una textura de perla vegetal y viva; algo así como manchas de musgo y líquenes bellísimos alfombran el suelo y trepan muretes. Una pelusilla de melocotón, cálida y suave, protege las paredes de la alcoba. Más que en el interior de un edificio me siento en el útero de un fruto que me estuviera gestando. Yo soy el hueso, el hueso sol central, y me voy desplazando muy lentamente, pequeñas peregrinaciones que, como ve, me llevan muy lejos, a los anchos campos de la imaginación, esa otra suerte de percepción que tienen ciertos vigías en las noches más negras.

En algunos, o en varios cíclicos periodos de nuestra travesía vital sucede eso: la noche más negra. Nos desesperamos entonces por encontrar una luz, pues no toleramos que nuestro ojo escrute lo negro. En lo negro no hay límites, no hay contornos precisos ni posibilidad de barandillas. Todo se vuelve abismo: el tiempo, el espacio, la propia sensación del cuerpo…He recibido telegramas desde distintos puntos de la comarca con el mismo mensaje: son  pasadas las doce de la noche en muchos corazones.

Yo sigo obrando en silencio mis cartas astrales, mis panes, mis labores de aguja tatuando papeles, pieles, piélagos de papel. Todo el concierto de mis actos (el oboe de mi respiración, los metales de mis acentos, las cuerdas de mis sentidos, los timbales de mis gestos) se han vuelto una misma cosa. Desde que me levanto hasta que me acuesto. Desde la charla intrascendente hasta el sosiego de la lectura. Desde la cocción del arroz blanco hasta la espuma que jabona el plato. Desde mirarme en el espejo hasta ayudarte con las bolsas del supermercado. Todo se ha vuelto oración.

Leo y releo su carta, tan colorida y llena de sabores. Trae ese gusto de sal y de misterio que excitan el ánimo, y verdaderamente tengo muchas ganas de saber en qué parará su aventura, mi buen amigo.
Comparto, con Louise, el amor a la lencería fina, y creo que lo hubiera pasado muy lindamente en esa conversación de trastienda.

En cuanto a su pudor ante ciertas confidencias… lo respeto. No crea, no es el primer amante que siente la necesidad de hablar y callar sobre mis queridas e inexplicables hijas. Dejo en sus manos la necesidad de abrir esos cofres misteriosos que, en el fondo, sólo pueden contener sus propios tesoros, mi amigo, pues es con nuestra riqueza interior con la que miramos al mundo y su adivinanza (en este caso, hecha carne en mis hijas).

Y ahora vuelvo a mis quehaceres, muy contenta por haber pensado en usted y haber compartido este peregrino pensamiento que irá a buscarle a su posada, como un pájaro audaz.

Que lleve también, además de estas letras, un abrazo para usted y para Louise.

Su Peregrina.

domingo, 13 de marzo de 2011

noche del viernes y día sábado

Estaba todavía oscuro, con la noche apretada sobre la ciudad espesa, achaparrada de silencio y de sueño. Primero comenzó el viento, un vendaval de hojas podridas y basuritas, pequeños remolinos que juegan por los bordillos y luego se paran, atascando las alcantarillas. Todavía quedaba alguna chica con falda de vuelo saliendo de los bares nocturnos. Una llevaba una falda colorada, de ruedo amplio y cosida con godés. El viento se la infló como un globo, parecía una gran amapola deshojándose, porque las sacudidas hacían ver que se le desprendían infinitos pétalos de la falda, o también, desde lejos, desde lo alto de la empinada calle, semejaba a una medusa furiosa en los abismos de aquella plaza pública, justo en la esquina donde tomas el metro de Joanic. Sus amigos la sujetaban al suelo, pues era muy flaca y todas aquellas telas, alborotadas, amenazaban con propulsarla al oscuro y helado cielo. Mi novio ya me había contado que a veces pasaba, que en su balcón del séptimo cielo a veces, después de estas tormentas de aire, aparecen enganchadas en las macetas objetos insólitos, prendas arrancadas de algún tendedero del otro extremo de la ciudad, sombreros, paraguas destartalados, ligeras libretas de papel de arroz donde algún turista japonés estaba anotando sus impresiones, rosarios, tarjetas postales, ediciones del Gerald Tribune, servilletas de papel manchadas de grasa de calamar frito y donde alguien anotó un teléfono, billetes de lotería, hojas de berza, hojas sueltas de un manuscrito de teatro herido y deslavazado, cartas del tarot, cartones de leche, muñecos de peluche, molinetes de viento y mariposas de tul con las alas un poco destrozaditas, y también me aseguró que en un par de ocasiones había encontrado a unas señoras ancianas, extremadamente delgadas, con ese tipo de complexión deshidratada por los años y que presenta una piel casi transparente y unos huesecillos de ave; las señoras, envueltas en mantones que seguramente hacían las inesperadas funciones de un velamen izado, se habían posado unos minutos en su baranda hasta que la fuerza de una nueva ráfaga las llevó unos balcones más allá y después quién sabe dónde.

Yo llegué a casa en plena ventolera, y las plantas grandes, cabeceaban furiosas, asintiendo al discurso del aire atronador.Entre las ramas del ficus ya se había posado un sostén anónimo y perdido. Me metí en la cama y me dormí. Luego vino la lluvia, con esa gentileza de nudillos mojados, a golpear las ventanas, los cristales del inconsciente donde yo estaba en mis cocinas, soñando afanosamente. Desperté a medias saludando a la invitada que se quedó todo el día siguiente, metiéndose en cualquier resquicio que se le dejaba. En su honor me puse mi sombrero verde y mis margaritas vivas, las que viven en mi chubasquero, para que me las regara.

viernes, 11 de marzo de 2011

El Rap de Lady M_ o una noche en el teatro


Mi amiga y gran dramaturga Laura Freijo está de reestreno. En el Teatre Tantarantana (para los que viven en Barcelona cerca del Paralel, calle emblemática que en su día contó con 40 teatros salpicados en su larga geografía entre Plaza de España y las aduanas del puerto) luce en cartelera desde ayer jueves 10 de marzo, hasta el domingo 13, su inquietante y divertidísimo texto, El Rap de Lady M. Con Laura, formando equipo artístico y cocinando la puesta en escena, han estado la directora Ariadna Martí (también trapecista y mujer adorablemente pecosa, decidida a tomar riesgos y hacer dobles saltos mortales sin red) un fantástico elenco de actrices (Gran Carme, Gran Carla, y Grandes todas las demás) y actor (Gran Eduard) además de ese equipo en la sombra de grandes profesionales artísticos y técnicos, ya que este montaje maneja elementos como la música en directo y la videoproyección y tiene una voluntad de manejar la complejidad de lenguajes con finura y precisión.

El texto de Freijo es sorprendente, pues consigue un tono en el que mezcla dosis de absurdo, de salvaje crudeza, de tragedia, de carcajada y de hilaridad surrealista. Un texto contundente con grandes dosis de imaginación expresiva que reposa sobre elementos muy clásicos: la tragedia griega y los dramas históricos de Shakespeare. Nuestra astuta dramaturga despedaza y selecciona algunos referentes de esas fuentes clásicas y además insufla un hálito apocalíptico, un aire de sagrada escritura, lo que hace que el texto esté muy bien basamentado y que mantenga unos acordes de tono profundo y sombrío. Pero la melodía está pintada con una paleta de colores puros, estridentes, casi festivos, y eso es lo que hace que estemos con la risa inteligente y descacharrante buena parte de lo que dura la obra.

No es un texto fácil de cabalgar en su traducción escénica, pues desborda talento y maneja un lenguaje frontera, una especie de escatología verbal que raya en la encrucijada de los géneros. Al Rap de Lady M le va bien que le apoyen en sus excesos, en su danza macabra, en esa risa dislocada, desolada y aulladora. Me gusta mucho como la autora combina la falsa épica de un coro mutante (ahora amigo, ahora enemigo, siempre musical), el ágora pública de la tragedia griega donde todos los pecados son expuestos y exhibidos a la luz del pueblo (el juicio en programa de televisión) y donde no puede haber sombra de recato o lugar para la psicología intimista del teatro burgués, y esos momentos, pocos, que busca la soledad confesional de la protagonista. Es en el momento del monólogo insomne de Lady M, cuando el escenario queda vacío de voces y estímulos y sólo tenemos para guiarnos en la penumbra el relato atroz de sus pesadillas, cuando la fuerza de las palabras convoca al escenario a cientos y cientos de personajes ausentes. Creo que aquí el recurso es especialmente difícil y feliz, pues así como Macbeth nos hacía ver cómo todo un bosque era capaz de avanzar hacia su castillo, Lady M pone rostros y cuerpos a la pulsión más escalofriante del ser humano: la violencia cruda, el afán de destrucción sobre el otro.

Así que ahí estaba yo ayer, estrenando zapatos y tan contenta de disfrutar de ese espectáculo, esa musical patada en el culo, que desde aquí recomiendo. En el vestíbulo del teatro muchas caras conocidas y amigas (y también desconocidas. El teatro estaba lleno al 100%, un gozo). Nuestra maravillosa dramaturga, de riguroso negro y con las uñas salpìcadas de rojo, fue besada y felicitada y abrazada… y disfrutada y conversada alrededor de unas cervecitas y una insólita fuente de fresas gigantes con que nos sorprendió Caperucita Urroz.

Las fresas, un buen ágape para refrescar el paladar después de esta pieza ácida y con ese gusto a labio partido. Era algo así como comulgar un pezoncillo frutal, algo rosadamente femenino, bello y delicado. Una expresión en la materia del alma tremendamente hermosa, pura, esencial, que con voz casi transparente conforma el hilo central que atraviesa la obra.

miércoles, 9 de marzo de 2011

LAS CARTAS FRANCESAS_del Vizconde Verdemar a Peregrina

Querida amiga Peregrina:

Por supuesto nuestra excursión acabó como era de prever. Louise consiguió una prenda de lencería escandalosamente cara y extraordinariamente bonita, además de unos zapatos de montaña típicos de la zona, un par de guantes de algodón estampados con pequeños lunares rojos (que ella insiste en calificar como “adorables”) y toda clase de golosinas y chocolates, más una botella del licor local y un queso envuelto en cenizas. En cuanto a las confidencias perseguidas… no es fácil hacer chismorrear a estas gentes, bastante adustas con las “aves de paso”. Louise desplegó todos sus encantos como el magnífico pavo real que es, y, a decir verdad, la inversión en la tienda de lencería fue quizás la más cara pero la más provechosa. Resulta que la bendita e íntima prenda es una pieza totalmente artesanal, confeccionada a mano por la propia dueña del comercio, una señora entrada en años con dos rosas frescas en las mejillas y la mirada más chispeante y celeste que puedas imaginar, amiga mía. Imagino que debe de traer de cabeza a los hombres de la zona, pues es coqueta y graciosa y por el género y la finura que maneja en su comercio, se la ve una mujer llena de recursos para hacer feliz a cualquiera. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, tres comercios más tarde, en la licorería, se nos informó de que Madame Liceao, que así se llama esta encantadora mujer, fue durante muchos años novicia y después monja en un convento de clausura de la zona. De todas las maneras nos costó unos buenos veinte minutos que el natural amor de Loise por las labores finas y la sincera admiración con que alababa la combinación de puntillas, satenes, encajes y transparencias, ablandaran el carácter local de la buena señora, que finalmente se nos abrió como una piña madura, y aún nos sirvió un delicioso té en la trastienda. De los tules y ligas pasamos a hablar de barcos, otro tema favorito de Madame Liceao, en el que me sentí más cómodo y pude opinar con mayor desenvoltura. Y así, picoteando en la conversación por aquí y por allá, pudimos llegar hasta nuestra posada y la misteriosa mujer del rostro azul.

Según nos contó madame Liceao, el almirante Blake tenía unos cuarenta años corridos, ya más cercanos a los cincuenta,  cuando su fragata vino a estamparse contra estas costas. Corre la leyenda de que era un hombre terriblemente apuesto, de casi dos metros de altura, noble porte, nariz aguileña, cabello castaño dorado, rizado y abundante, ojos tan verdes como los profundos bosques bretones y huesos delicados y esbeltos.  Además de estos atributos dicen que tenía dos principales encantos: una voz bellamente timbrada, espesa y aterciopelada que ponía al servicio de una conversación ágil e inteligente, trufada por ese sentido del humor tan particular que tienen los ingleses y que por aquí no parece muy apreciado. La otra cualidad preciosa residía en sus manos, tan gráciles como dos jóvenes pájaros, y por algún motivo tan especiales que su mujer hizo que viniera un famoso artista desde París para que sacar un vaciado en bronce de las mismas. En cuanto a esta enamorada mujer, parece que estaba saliendo de la adolescencia cuando conoció al que sería su marido, moribundo y enfermo, en el lecho hospitalario de su padre, que fue el pescador que lo recogió después del naufragio. La pasión entre estos dos seres fue extraordinaria y escandalizó a todo el pueblo, a pesar de estar bendecida por los altares, y a pesar de que “el viejo halcón peregrino” del almirante plegó sus alas para siempre y decidió instalarse y abandonar su vida en el mar. Parece que a los mayores de la comunidad no les gustó que se decidiese a abrir una casa de hospedaje como negocio de sustento, ya que, tradicionalmente, las posadas eran puntos de enlaces entre contrabandistas, refugios de perseguidos y, además, estas gentes tan hoscas, quieren evitar a toda costa la presencia de foráneos en sus parajes (de hecho han pasado dos siglos y sigue siendo el único albergue para viajeros). Sin embargo, con sus modales de Lord y su voz subyugante supo ganarse poco a poco el afecto y la confianza de sus vecinos. Debieron pasar diez años y tres hijos cuando comenzaron las “apariciones”. Hombres mal encarados, algunos mutilados, otros con cicatrices espantosas en el rostro, comenzaron a merodear por el pueblo y a pedir informes del patrón de la posada. Fueron tiempos tormentosos, parece que hubo un par de crímenes que nadie pudo resolver, y el miedo y la sospecha se apoderaron de estas tierras. Comenzaron los rumores, por lo bajinis se traficaba con la idea de que el almirante había tenido un pasado de bucanero. Algunos especulaban con que era Dick The Dirty, (Dick El Sucio) un cruel pirata que sembró el horror durante dos décadas en todos los mares del mundo. Ya sabes, mi muy querido Peregrino Corazón, que a muchos de estos caballeros de fortuna la Reina de Inglaterra los indultó e incluso dio títulos y una nueva e inmaculada reputación ya que, en verdad, con sus horribles hazañas de sangre y fuego, habían prestado un servicio valioso a los enemigos de la Gran Bretaña. Y estando en este punto tan estimulante de la conversación para nuestra desgracia entraron dos ancianas señoras en busca de pololos, con lo que tuvimos que despedirnos.

Louise y yo hemos deambulado por las habitaciones de la posada buscando las manos de bronce o el retrato del almirante, ya que nuestra lencera nos aseguró que había uno muy bueno hecho por un retratista italiano, y que incluso un marchante vino hace unos años a intentar comprarlo, sin éxito. Sin embargo no hemos encontrado nada, aunque sí algunas puertas cerradas con llave. También Louise, la traviesa,  ha levantado un tapiz de la biblioteca y dice haber descubierto un cerco cuadrado,  más pálido que la pintura de la pared, algo así como la huella tumefacta de donde tuvo que estar el cuadro durante años. He de decirte que esta biblioteca te encantaría, con sus muebles de nogal perfumado y su magnífica cristalera orientada al oeste y al mar.

Como nos hemos dejado seducir por este infantil juego de detectives, sígueme mandando las cartas a esta dirección, pues creo que no nos iremos de aquí con las manos vacías y sin una buena historia.

Para descongestionarme de estas emociones y un poco como fuga y descanso en un paraíso privado, sigo visitando el libro de tu querida hija. No puedo separar sus páginas de su voz, que me acompaña en las horas silenciosas de la siesta o del insomnio de las cuatro de la madrugada. Me gustaría poder confesarte tantas cosas…, pero siento pudor de que tú, mi amiga y consejera, seas su madre, y además, esta carta ya va tan crecida como un río con el deshielo de la primavera.

Y sí, encontré suaves versos, sedosos, entre los pliegues de ese mar de papel que es el “Libro de todas las cosas”:

            Era la luna un alma de tela
            Y yo la vestía
            En la noche dulce de mi cuerpo

Te abrazo con ternura, tu amigo

Conde de Verdemar

lunes, 7 de marzo de 2011

entrando en una novela_capítulo 1, pequeña obertura de metal y animales

En una de las calles cercanas al puerto, en el número 15, hay una persiana de metal que acostumbra a  permanecer medio echada.  La persiana es un mapa de graffitis y de manchas. Los dibujos son bonitos, una fauna excesiva de escarabajos, mariquitas que en vez de puntos lucen pequeños corazones en sus alas,  saltamontes de patas desmesuradamente largas y rematadas en zapatos de tacón,  huevos de diversos tamaños con los embriones transparentados, retorcidos y el corazón rojamente latiendo, telas de araña, comadrejas con antifaz, hormigas con tutú rosa, Campanilla morreándose a la mucha lengua con una Sirenita de cabellos enredados en flores y frutos, flores y frutos vagamente carnívoros, con colmillos y digestiones de gusanos u otras especies difíciles de determinar, varios ojos con sus pestañas y sus cejas, pero sobre todo una constelación de ojetes, abiertos y al parecer celebrativos.  Por sobre toda esa maraña reinan, gracias a su tamaño, dos mariposas follando. Una de ellas es una Acherontia atropos, en negro y oro, con la calavera bellamente dibujada. Es de esta mariposa que salen, como surtidores, unos falos en espiritrompa, muchos de los cuales se insertan en la otra mariposa, tan blanca y cubierta de encajes que recuerda una virgen barroca, o un pavo real albino.  La persiana no gusta a los vecinos, sin embargo muchos turistas que se pierden en el laberinto del puerto detienen su vagabundeo y le sacan fotos.  

La pequeña mujer se divertía pestañeando con su Canon sobre aquella superficie delirante. Tomó varias fotografías generales, algunas desde la esquina de la calle, en perspectiva con las basuras, con la gente que pasaba, con la escuadra de sol dura y recortando el edificio como si la porción de luz fuese el trozo herido de una tarta. Luego se acercó e intentó, de muchas maneras, encuadrar sólo la persiana, a modo de mural autónomo, artístico y vivo en el museo de la calle. Y después se concentró aún más, en planos detalle minuciosos, cartografiando ese mundo de individuos y relaciones con pelos y pezuñas y alas, y también esas pequeñas palabras que pasaban desapercibidas, y que a veces lucían colas como de lobo, o cuernos, o vaginas. Las palabras se diseminaban  por entre los cuerpos fabulosos, quizás los inseminaban, ¿de sentido? Cuando se dio por exhausta enfundó la máquina y de su mochila sacó una guía. Las últimas páginas hacían las veces de un pequeño diccionario, pero aunque lo intentó no encontró ninguna de aquellas palabras animales.  Cerca resonaron tres campanadas, graves, lapidarias,  y el sonido la sacó de esos estudios. De pronto se sintió desconcertada, le vino como un peso enorme sus cincuenta y seis años y su soledad absurda en la calleja. Y pensó en rendirse y en marchar al hotel porque ya ese cansancio le iba a impedir disfrutar de lo que fuese, del paseo, de lo desconocido, de querer asombrarse. Así que guardó también la guía, miró que si a derecha, que si a izquierda, se decidió y se fue. Pero doblada la esquina le vino  un impulso y volvió para atrás. Miró sus manos, tan pequeñas, tan finas. Su amante a menudo las comparaba con pequeños pájaros. Hacía tiempo que le costaba mantenerlas abiertas, sin querer, se acaracolaban buscando hacerse puño. Están cansadas, se decía ella, se están recogiendo como para morir. Y cerraba la tapa del piano. Pequeños pájaros que ya no se posan en las ramas del sonido, le hablaba a su amante, en su cabeza. Y dejó que su mano izquierda se cerrara, la levantó y llamó a la persiana. Primero dio tres repiqueteos y esperó. En ese tiempo no pensó en nada. Luego volvió a llamar, esta vez, dos golpecitos. Y esperó. No podía pensar. Miró hacia arriba. Las nubes pasaban rápido. De nuevo alzó la mano, un solo llamado, metálico, retemblón. Y a esperar y a mirarse la punta de los pies. Entonces se le ocurrió, me gustaría tener unos zapatos de musgo. Y casi seguido, mira, esto es un pensamiento. Pero nadie acudió a abrir la persiana. Entonces ¿qué?, ¿marchar? Probó con la otra mano, cuatro golpes, suaves, una dulce impertinencia que se permitió. Y casi en seguida la persiana que se pliega hacia arriba, como una frente enfurruñada, y allí estaba la chica, totalmente de negro y vagamente familiar.

jueves, 3 de marzo de 2011

SANDRINE_diario de una niña y su gato_ 4, el encuentro

Sandrine pela naranjas. Ha subido a la azotea con un capazo de paja lleno de fruta. Esta tarde celebran el cumpleaños de la tía, y a la tía le gusta poner brochetas de colores (se trata de ensamblar distintas frutas en un mismo palo fino, como si fuese un pequeño estandarte de piedras preciosas.) Sandrine  se ha ofrecido a ayudar con las naranjas. Va sacando la peladura y divide los gajos, que a veces lagrimean y le dejan las manos dulces y ácidas.

Sandrine mira los gatos de los tejados vecinos. Están en celo y causan un alboroto escalofriante. Sin embargo hay uno tranquilo, apartado del grupo, que la está mirando fijamente.

La tarde empieza su desmayo de luz. Hay un poco de viento y de papelitos por el aire. Lejos, la sirena de una ambulancia, pasa. Lejos, una nube en forma de pez, pasa. Sandrine pela soles de poniente y los desgarra. El gato solitario mueve la cola. De pronto, ella se levanta y lo llama, grita ¡Nohome!

Hay un poco de eco entre las paredes encaladas del barrio viejo. El gato tranquilo levanta las orejas, responde ¡Miau!

Los separa el abismo de la calle, el río del abismo con su fondo de coches y pececillos gente de altos tacones. Sin embargo se han encontrado. Esa noche Sandrine escribe en su diario:

“He quitado la piel a tres kilos de soles chinos, los he abierto en muchas partes, sin romperlos, he inventado así unas nuevas gemas preciosas en forma de pequeño balancín. Creo que soy una sacerdotisa antigua, y eso me da un poco de miedo. Pues he encontrado a mi gato. No sabía que me correspondía uno, pero el destino es así, no envía cartas de aviso. Debería estar contenta pero tengo doce años y me resulta muy incómodo moverme dentro de ellos. Yo antes era una niña clara pero ahora soy una ¿? turbia. No sé que soy, estoy a medias como entre dos destinos, estoy frontera. No sé por qué mi gato se llama Nohome, pero así me ha salido. En la fiesta de la tía querían que bailara, que me lo pasara bien. Ponían tanto empeño que no he sabido hacerlo. A mis espaldas deben decirme “la pobre huérfana”. No creo que sepa hacer bien de “pobre huérfana”, ni tan siquiera sé si voy a saber hacer bien de mí. Mi cara está cambiando, el cuerpo hace cosas raras, se hincha, sangra. Creo que soy una sacerdotisa antigua y ahora he encontrado a mi gato mágico. Yo antes vivía en tierra firme y ahora vivo en arenas movedizas. ¿Qué va ha ser de mí?