oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

lunes, 29 de noviembre de 2010

ESPEJOS CON NOMBRE


espejos con nombre en la casa de la poesía es una forma de reflejar mi verbo en el verbo de otros poetas que me acompañan, nutren y hospedan en el camino, la verdad y la vida. presento aquí una selección de estos espejos de las habitaciones del castellano. esta selección se ha incluído en la antología Voces del Extremo que se presente del 3 al 5 de diciembre de 2010 en Logroño, La Rioja.


estos poemas fueron escritos en colonia del sacramento (uruguay), septiembre 2008









                                                                           antonio  machado



solo,
en el camino polvoriento de grises y amarillos,
guardador de silencios,
un sol de la infancia
iluminaba
las sombras
de su canción



juan de la cruz



desnudo.
enteramente lírico, abierto,
ardido,
desnudo.
habitado de madreselvas que se abren abren
y en su vientre
la tormenta del amor
desnuda,
desnudo,
ni hombre ni mujer
ni criatura ni creador
ni dos sin uno
puro desnudo
desnudado

que en mi verbo llevo tatuado




federico garcía lorca



-         niño sol, ¿a dónde vas?
-         a florecer los labios de las muchachas
que en los balcones
suspiran por amores
y se adornan de azahar

-         mocito de la luna, ¿de dónde vienes?
-         de comer caracoles
que enfriaron mi lengua
hasta dar escorpiones, yunque y agua muerta

-         joven que mira su sombra, ¿qué tienes?
-         fiebre tengo y soledad
y cuerpo tengo y soledad
mi vida láctea derramada por el frío cielo y soledad

-         hombre en lo verde, ¿por qué te vas?
-         La noche me ha tragado.
yo era un beso
muy largo y jazmín, ponía los orgasmos
blanquitos de ángeles de llamas
pero la noche era una boca
demasiado
ansiosa
de mi placer mi piel mi verbo alma
devoró


alejandra  pizarnik



miraba la pared
su mancha
la letra que quizás
rota
alguien arañó

un mensaje un grito
mudo
muda
rompió el lenguaje






         gustavo adolfo becker



amar un nombre y acariciarlo con la lengua,
despacio,
en voz callada


amar un poco de luz que se adelgaza
a través de la cortina
blanca


amar despacio el porvenir por no asustarlo
abrirle
un pequeño nido ramillete
de sencillas palabras


sábado, 27 de noviembre de 2010

UN CUADERNO ABIERTO


Sirenas, bullicio de coches, pájaros contra el frío. El pequeño arbolito del balcón parece temblar. Despeinada, la larga cabellera enredada de sueños mal dormidos. Oigo las risas, los pasitos, de unos niños fantasmas (porque no están) hijos míos que me aguardan al doblar una esquina de esta vida.
                                       Y también ensoñaciones orientales, espaldas muy blancas por donde resbala el kimono, bañeras calientes, olor rico de resinas y de flores verticales, erguidas con arte sobre el plato de cerámica negra, coquetamente desmayadas, casi mariposas estáticas en la penumbra, todo tan ámbar como vivir en el anillo de una reina, detenidos, conjurados, infinitamente lentos…
                                                                                        Hoy sabe a magia. Una magia chiquita, escurridiza, que precisa sosiego y atención, silencio para encontrarle los pasos y seguirla. Los lápices están llenos de colores y las páginas anhelantes. Acariciar el día, acariciarlo. Posar el tacto muy suavemente por entre las horas. Intimidad de cueva. La casa y sus pelusas, los desiertos que han pasado por aquí, por el pasillo, las dunas de polvo que caminan despacio, los animales persistentes que esperaron aletargados en el barro. El barro sucio, tan fecundo. 

martes, 23 de noviembre de 2010

María Zambrano: Claros del bosque (música Arvo Pärt)



peregrinar por las palabras de maría
detenerse en frases que son paisajes, son territorios
bastísimos por donde nuestro pensamiento y sentimiento se animan a discurrir
como agua
a crecer
como árboles
a tomar impulso
como pájaros de alto vuelo.

habitar las palabras de maría, abismarse en ellas,
zambullirnos en su hondura
darles nuestro sol y nuestra sombra

qué amable compañía
viajar con tus libros
nutrirme
ser

                         es profeta el corazón, como aquello que siendo centro está en un confín, al borde     siempre de ir todavía más allá de lo que ya ha ido. 

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL LENGUAJE DE LOS AMANTES_Ella dice


Usted me furia, me astrálaga dulcemente, me limba de mieles y claveles y yo me desesperezno de golosura, me libio tanto que tiemblo, todo me tiembla, muy por encima de todo, lo que vívive debajo de mi falda, ese animal óscuro y humedal por donde pájaros vuelan, anidan, picotean suavemente las junqueras rizadas, rubiamente rizadas, de mi delta de noche. ¡Oh cuando la noche y Usted me visitan!...entonces mareas vivas y plenas de luna viva, me voy creciendo toda luz hasta el grito callado, y entonces, Usted, aún teca que teca en ramonearme un poco más, en pastitos mi piel, en hacer cobijo de mis costillas, cuevearme hasta cobijarlo entero, y me rima a su nombre y saca mi raíz cuadrada matriz, y allí, teca que teca, me place al rojo a dieta de besos boreales.

jueves, 11 de noviembre de 2010

HABITACIÓN NINFA DANAE ( de El Balneario -cuento por habitaciones-)

Habitación Ninfa Danae

Allí pasa la noche Galatea. Llueve entre sus sábanas. Ella se toca y llueve. No puede parar los vértigos del pubis, el cielo borrascoso, con pelo, la tormenta viva. Muerde un pañolito de seda azul, y a veces se tapa los ojos.

Dentro de los ojos tiene otros ojos otro paisaje. Allí pasa la noche Galatea. Tiene 15 años. Sed. Demonios que le atosigan el hígado. Se precisa mucha agua con ella, baños de caderas, barros en el abdomen, friegas de hierbajos macerados.

Le gusta comer dulzainas, come bombones y piensa en bocas, pero sabe que no es exactamente igual. Una señora le ha traído higos cubiertos de chocolate, le han durado un cuarto de hora, quería estudiarlos, detenerse con ciencia en su deshacerse, tantearles toda la estructura en su desmoronarse contra los dientes y el paladar. Quería, pero viven tan poco esas fugacidades…

Galatea tiene las telas del alma sedosas, un poco aún el gusano sigue ahí, pariendo hilos por la boca.  Un señor del balneario se le acercó el otro día, en la sombra del pasillo, le ofreció moras sobre pañuelo de lino, moras casi noche, casi más oscuras que lo que por allí rondaba por el pecho rondaba por el pecho de quién. El hombre la llevó a un aparte, como si aquel balneario fuese un inmenso teatro con sus réplicas bien escritas por alguien con mucho ingenio. Él se la llevó a ese lugar fuera de foco fuera de madre donde ya no son las flores, las desechadas por madame Filomena. Allí, entre las basuras de las hortensias, los gladiolos amoratados, las azucenas cadáveres, él, aquel hombre dijo una palabra grosera: su nombre: Darío.


Luego se desabrochó la blusa blanca, la blanca excusa de algodón, el telón infantil de una comedia, y dejó al descubierto aquello oscuro, lo prohibido, la sánscrita pregunta nunca resuelta. Allí el deseo, latiendo.

Le dijo a ella, a la Galatea flor, caracol, recién niña, le dijo, pásame la mano por el pecho, por lo oscuro, por la gacela que huye por mi piel. Conocerás que soy como tu. Galatea se involucró en la carne de aquel Darío, al que le temblaron los pechos, se le inflamaron como a mujer: Supo, entonces, lo que él había querido decirle, sintió en el tacto las vírgenes que aquel hombre contenía bajo su máscara de cuerpo fálico. Le quiso mucho, entonces. Dijeron que se buscarían por entre las horas prohibidas y los lugares imposibles.

lunes, 8 de noviembre de 2010

HABITACIÓN NINFA GALEA ( de El Balneario -cuento por habitaciones-)


El hombre que ocupa la habitación llegó un jueves, con diez maletas, sombrero y gabardina. Llovía.

Sólo una de las maletas contenía algo, ropa, un libro. Las demás estaban mudas por dentro, ni sangre, ni una foto. Era extraño, pesaban. Era extraño. El hombre venía de matar a su hija.

Seguramente ya la había matado antes, sólo que nunca lo recordaba. Pero la noche del miércoles soñó, esta vez con nitidez, que la mataba. Quiso despertarse nuevamente en el olvido. Pero no, no hubo escapatoria. Era atroz soñar esa violencia. ¿Por qué él? Su hija era algo así como una amapola, algo demasiado rojo en la vida de un hombre tan sencillo, que se dedicaba a sumar las cuentas de los demás y a leer versos de poetas idiotas y siempre traducidos pésimamente.

Nada más llegar quiso cenar algo, buitres asados, coliflor con espumas, imposibles que le venían a la boca y le daban vergüenza. Le preguntaron si sentía amargura, sequedad en la cavidad del beso. Dijo sí, siseó, saludó a Madame Filomena. Entonces lo sentaron solo, porque todavía era casi de fuera, le dieron alcachofas asadas, y un pescado enorme, casi un tiburón con piñones y anzuelo, con almendras y tabla de naufragio. Luego dulces pequeñitos y negros, como cagaditas de cabra. Luego vino de grosellas. Luego paz en tisana y con azúcar. Y así le consolaron aquella noche el vacío estrepitoso de su huída.

Miraba la ventana. El hombre blanco de la habitación miraba la ventana. Su hechura, su madera, su cristal, tan transparente, el espejo del jardín ahí detrás. Si su cara fuese ese árbol, esa acacia alta y cargada de flores, ese deleitarse en sostener pájaros, cometas que se perdieron de los dedos.

Pasaba horas allí, viéndose en el espejo de la ventana. Viéndose lluvia, fresal, mujer que pasa, sombra que se derrite ante el sol implacable.

Cuando no podía más se iba a la habitación de los libros. Llevaba el suyo escondido en el bolsillo. Era un diccionario prohibido. En casi todos los lugares donde se acumulan libros suele haber varios de poetas idiotas traducidos pésimamente. Encontró seis, encuadernados, descosidos, ilustrados, con un pequeño retrato al principio de aquello, del libro.

Por ejemplo, se afanaba con una tal Clarisa Marcela de Rodoendro, quizás monja en otro siglo, quizás encerrada y loca en un pazo muy verde, custodiado por diez encrucijadas. Le inventaba una vida a Clarisa Marcela, unos hechos apócrifos que justificasen la calidad de sus versos. Sus versos, mal traducidos del alma al papel, el los remendaba, les daba pescozones de azul, los desmontaba en palabras, los significaba de nuevo, intentaba verles las telillas interiores. Tenía paciencia aquel hombre.

Por ejemplo, Clarisa Marcela de Rodoendro había escrito que si gacelas saltaban, que si arrollos corrían, que si las flores siempre acababan marchitas, que si la hermosura arena, que si la nube nube. Todo ello demasiado rodeado de preposiciones y adjetivos embarazados de si mismos. Entonces el hombre tenía la paciencia, la palabra, la entraña, y sacaba a relucir algún destello, algo aún vivo, intocado.

También se acordaba de su hija, que seguía muerta en sus sueños.

O quizá era el sueño quien se acordaba de él y no le dejaba, no le dejaba, no le dejaba. Despertarse.

lunes, 1 de noviembre de 2010