oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

miércoles, 10 de agosto de 2011

nocheando


Es la noche y su callado paso por las habitaciones. Sopla una brisa tan fresca que hemos tenido que cerrar la puerta del balcón. Afuera las plantas cabecean, y más lejos, hasta el mar, las luciérnagas eléctricas de la ciudad sostienen la enorme masa negra que ahora nos unifica, cielo con tierra, tierra con asfalto.

Los vecinos de arriba mueven muebles, parece que alguien barriera.

He dedicado el día al orden y la limpieza, y eso me ha hecho sembrar el caos, el suelo desbordado de papeles y preguntas ¿dónde pongo esto, dónde lo otro? Los libros de arte han emigrado a otro nido, ahora hay hueco en la estantería para poder albergar nuevas carpetas con nuevos escritos.

Al amparo de una bóveda de luz, tumbada en el sofá, leo cuentos de Jean Rhys. Son tristísimos, de inocentes irónicos, de duros humanos, de desnudos en carne viva. Gran autora de la que hace poco he regalado su Ancho mar de los sargazos a una amiga por su cumpleaños. Entre cuento y cuento me tomo todo el silencio del mundo. Voy mirando las pocas cosas que hay que ver, las de todos los días, ahora súbitamente misteriosas por esa pátina mágica de la noche. Siento a esa señora, la nuit, impregnándose en todo, como un licor que llama a los bravos del placer, impregnándose en las yemas de mis dedos, de repente, ansiosos.

La intimidad de la noche es un poema delicioso de vivir, infinitamente escrito, vestido de mil maneras, con tacones altos, con calles estrechas, con playas amantes, con bares que cierran, con risas, con lágrimas, y también en la cotidiana sorpresa que habitamos.

Siempre he querido componer un disco nocturno, un canto nictálope, susurrante, gateando tejados, maullante de lunas. Ahora me pondría a cantar, pero todos duermen, hasta los vecinos de arriba dejaron de arrastrar sillas.

Así que dulces sueños a los que cerraron los ojos y dulces ensueños a los que aún los tienen abiertos.

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