1.
Domingo 15 de
septiembre. Amanece lluvioso y desabrido.
Ayer, cenando, mi amiga Karel me ha recordado que la exposición dedicada
a Pasolini en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona concluye hoy.
Siempre pasan estas cosas, uno lo va dejando y de pronto se encuentra con el
susto de la desaparición. Cuando llego al museo la puerta está cerrada, la
chica de la librería me explica que no abren hasta las once, y me dedico a
ojear los libros allí expuestos. Hay un par de ediciones de Orgía y Fabulación, ambas traducidas por la gran Carla Matteini, sabia de
voz áspera y mirada inteligentísima que fue mi profesora de teatro
contemporáneo en la RESAD de Madrid. A ella debo mi entrada por la puerta
noble, fascinante, gratamente acompañada por sus palabras, al conocimiento de
autores que han sido fundamentales en mi cosmogonía y en mi capacidad de
reflexionar nuevos horizontes. Uno de ellos, sin duda, es este hermoso ser
llamado Pier Paolo Pasolini. Uno de los textos más preciados que poseo es su Calderón, otra pieza teatral bajo cuyo
hechizo y relectura sigo viviendo y de la que sigo alimentando el ferviente
deseo de encarnarla escénicamente (tarea, vive Dios, que necesitará de la ayuda
de la Fortuna y exigirá de mí mis tuétanos)
Tres horas de
minucioso paseo por la exposición que me parece magníficamente montada, aunque
lamento algunas ausencias (incomprensiblemente no se menciona Teorema, novela y
película para mí claves a la hora de aprehender el sentido sacro de Pasolini).
Tres horas de intenso diálogo y regocijo con la obra, la imagen, los pequeños
detalles.
Pasolini, a lo
largo de mi vida y en este nuevo encuentro desde su perspectiva vital, me ha
dado muchas cosas, mejor dicho, me ha restaurado e iluminado certezas que él ha
expresado como nadie y que, a mi entender, vertebran, traspasan y hacen
trascendente su almaobra: el inmenso
amor a la vida, la celebración de la belleza, el sentido y el sentimiento de lo
sagrado, la aspiración a la verdad como diana sobre la que arroja su aliento poético.
Pasolini, poeta crístico, el mayor demoledor de falsos ídolos no solo
religiosos sino de toda índole que alienan y esclavizan al ser humano. Y todas
las armas en él: la risa, el absurdo, la tragedia, la entrevista, el cine, la
palabra, la pintura, se convierte en una sola: ARTE. Pasolini nunca fabricó
cultura, cosa esta última que agrada tanto al poder y a la que nuestra sociedad
está condenada, condicionada y subvencionada. Una pátina de cultura es
agradable. Por el contrario hacer y encontrarse con el ARTE es lo más
aterrorizante para un sistema como el nuestro. Todos los juicios a los que se
vio sometido se resumen en una misma imputación, a mi entender: el escándalo es
EL ARTE.
Como yo lo
siento, el ARTE exige un contacto total. No es agradable, ni estéticamente
complaciente, ni moralmente confortable, no es un roce gentil. No sé qué
escritor dijo que lo que esperaba de la lectura de un libro es salir con la
sensación de que le habían dado un golpe, que lo habían transformado. Para mí
también es así. Y esa transformación no es si no el encuentro con nuestro sagrado.
Y quien ha tocado su sagrado ya sabe que de ahí se nace una y otra vez (lo que
quiere decir que otras partes mueren).
El discurso de
Alberto Moravia en el funeral de Pasolini me puso los pelos de punta. Cuánta
verdad desesperada en su grito: ¡nos ha dejado un poeta, y poetas hay pocos,
sólo nacen 3 o 4 cada siglo! Somos huérfanos de Pasolini desde 1975. Gracias a
dios nos dejó su obra, para alimentarnos en los duros días, esperanzados días
porque nos obstinamos en nuestra fe de que un mundo mejor está viniendo (probablemente
aquí el nos es mayestático).
No me canso de
mirar su rostro, tanto en las entrevistas como en las fotografías. Su hermoso y
abruptamente consumido rostro, quizás el poema más bello, profundo y misterioso
que labró pacientemente, incesantemente. La erguida figura, el plante elegante al
caminar.
La impresión más
luminosa y desgarradora que me acompaña cuando salgo al vestíbulo de salida, es
la de haber entrado en contacto con un hombre bueno, un ser ofrecido, fraterno,
una persona entregada al oficio del amor, una sensibilidad custodia de todo lo
esencial que estamos en peligro de perder, un corazón bravo y valiente, un
aliento creador capaz de reinventar o de destruir, un amigo, un poeta.
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