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los hilos de colores que se ponen en las velas para saber catar los vientos se han vuelto cabellos, olas, pájaros, sueños... |
Hoy, 12 de octubre, día del Pilar, el Ralip, velero de dos palos, saldrá del mar Griego para pasar el invierno en dique seco en la hermosa isla Aegina. A Fernando, su capitán, quien tan generosamente nos acogió en las últimas travesías de la temporada, le aguardan nuevas rutas con su caravana. Verdadero peregrino de espíritu libre, a él y al amor que profesa su barco, van dedicadas estas notas del viaje que compartimos, con gratitud y un brindis de orujo.
///La noche antes de mi partida es
incómoda, duermo en el despachito, apretada entre paredes forradas
de estanterías, cajoneras y el ancho escritorio que tiene estampadas
en su cristal flores y mariquitas. El escritorio de la Reina
Coralina, una especie de bola de cristal aplanada como un mapa mundi,
sobre la que, en tantas horas, me he acodado para escribir. Ahora ya
no escribo ahí, no puedo. Tampoco frecuento las estanterías, y eso
que todo el grueso de mi trabajo como directora de escena y como
escritora lo he almacenado en los altos de los armarios. Creando
espacio para lo nuevo, dije a los amigos que me ayudaban a subir las
cajas.
La pequeña maleta y la mochila están
al lado de la puerta. Fernando Biólogo ha insitido en que llevemos
pocas cosas, porque en un barco hay poco espacio. No me cuesta nada
hacer una maleta sobria. La cuestión de los pies es la que más
abulta; además de las sandalias que llevaré puestas meto unas
deportivas, porque un zapato cerrado puede ser vital si tenemos que
andar por islas pedregosas, unas cangrejeras, porque si estoy nadando
por la costa y quiero subirme a unas rocas -con lo sensibles que
tengo las plantas de los pies las voy a necesitar-, y unas chanclas
para moverme por el barco. Luego descubriré que por el barco hay que
ir descalzo, pero aún así las chanclas me vienen muy bien para los
días de lluvia. En el calzado acierto porque todo me va a servir.
Tendré un vestido oficial, un
“hiperponible”, y anilizando los pros y contras de cada una de
las prendas del armario me he decantado por el vestido de lunares.
Los lunares me dan alegría. No son muy griegos, bien es cierto, pero
llevar un vestidito de vuelo cuyo motivo es la noche profunda
salpicada de lunas llenas me parece un bonito poema téxtil para
brindar a las islas. Ayer, en un rapto, me fui a El Corte Inglés de
Can Dragó a ver si quedaba alguna ganga en las rebajas de bañadores.
Y sí, estrenaré un par de biquinis, mira que bien, aunque ni bien
el capitán se ponga en cueros haré lo propio, porque a la mar me
gusta entregarme con toda la piel en su inocencia. Completo con un
pantalón fino, una camisa de manga larga, dos camisetas, una
chaqueta de forro polar y capucha por si las noches traen mucho
relente, una falda vaquera que solo me pondré la mañana de mi
marcha, calcetines y mudas.
A las 5.30 de la madrugada pliego la
cama donde apenas dormí. Aún me da tiempo a transplantar la pequeña
planta que compré hace unos días. La siento contenta, respirando en
un tiesto mayor. Me despido de mi pequeño bosque y cierro la puerta
con cautela y dos vueltas de llave.
Espero continuación...
ResponderEliminarprontito...
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