oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

martes, 1 de noviembre de 2011

una espera

Esa mañana la pequeña mujer se levantó más temprano que de costumbre, ¿quería cazar al sol? Afuera de la ventana la negrura de la noche no dejaba distinguir nada. Esperó pacientemente. Los pies fríos sobre baldosas rojas, deslucidas, viejas. Esperó pacientemente. No ocupó la espera en pensamientos, en recuerdos, no hizo la lista de la compra, no resolvió ningún problema. Dejó que la espera fuera sólo eso, espera. Y entonces la espera se volvió algo parecido a una oración. Los pies fríos sobre baldosas rojas, cocidas, barro viejo. La noche afuera no cedía, las horas se agarrotaban, duras, contra el cristal. El hueco de la cama aún lo sentía caliente, allí, a sus espaldas, percibía ese tibio olor de su cuerpo reposando ahí. Por alguna razón sintió nostalgia de los animales mansos, los corderos, las vacas, los bueyes y su vahído. Pero apenas la punta de la nostalgia, no quería distraerse. Esperaba llena de espera, con paciencia, con atención de artesano. Luego una línea de oro. De repente, un brillo súbito, cegador. Y otra vez el nubarrón de la noche. No se desanimó. Es el preludio, se dijo. Los pies fríos sobre las baldosas rojas, rotas de viejas. Y enseguida, otra vez, mil pétalos de luz detrás de la ventana. No era el único sol, el que conocía de toda la vida, no era el único. Millones de soles pequeños, de flores soles, girados hacia ella, luciendo, abriéndose detrás del horizonte, llenando el paisaje de detrás de la ventana, llenando su retina, hasta calentar la noche más profunda que ella, la pequeña mujer, llevaba en el centro de su esperanza.

2 comentarios:

  1. Gracias por calentar con la poesía de tu prosa y de tu cariño esa noche más profunda que también yo llevo en el centro de mi enorme esperanza.

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