oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

viernes, 1 de mayo de 2015

Los descansos y los días ibizencos

Día azul. Estrías de nubes en el cielo. Camino costeando por pequeños senderos. A veces el olor de los pinos llega como una ola magnánima, cubriéndome de alegría, esa alegría sutil que trae el perfume. Un coche se para y me pregunta con toda confianza, como si fuera una lugareña, y yo respondo con todas las ganas, sugiero pequeños cambios en su ruta. Nos miramos a los ojos, nos deseamos el mejor de los días. Voy sola por el camino. Hierbas altas que se cimbran, muchas flores en las cunetas, de todos los colores, campos tranquilos. Bajo la empinada cuesta y me recibe Aiguas Blancas, bella y a esta hora temprana casi desnuda, como la muchacha que me saluda. Me sumerjo en las aguas nuevas de mayo, dulcemente frías. Gracias a las gafas de buceo puedo dar los buenos días a algunos peces. Hoy me parece el mejor de los oficios, estar viva y ser educada con todo compañero de viaje.

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Tarde ventosa, que si sí, que si no, me llevo un jersey fino por si acaso echado a los hombros. Me han dicho que si cojo esta bifurcación podré atravesar la montaña y llegar andando hasta el Pou des Lleó, mi lugar favorito en la isla. La subida es amable, las orillas verdes, casas diseminadas y medio escondidas. Una se vende, no me cuesta imaginarme viviendo en ella. Por un momento dudo y tuerzo a mi izquierda. un ataque de tos me hace verter lágrimas, todavía estoy saliendo del catarro, no puedo parar, es desquiciante. Vuelvo sobre mis pasos. la tos me ha dado miedo, como de morir tontamente, y desecada, porque no llevo agua, no llevo nada en las manos. Un perrillo me está esperando, parece un cachorrillo. me mira serio. Lo acaricio. Anda unos pasos en pos y se gira. Comprendo que, como en las leyendas, un animal ha salido a mi encuentro para enseñarme el verdadero camino. Hécate está de mi parte. El perrillo me señala el camino de tierra que antes desheché, sorprendentemente mi tos se calma. Ahora el camino es todavía más bello. Unas cabras en un campo me miran curiosas mientras ramonean sus yuyos. Dos conejos salen disparados y se esconden. Las tórtolas sienten mis pasos y emprenden un vuelo que deja temblando el aire. Sigo y sigo, reconozco un muro de piedra donde llegué hace tres años, en un viaje en sentido inverso. Como si fuese un sueño el camino tiene algo de pasillo de una casa enorme y destartalada. Llego a ese espacio naranja y azulverdoso que tanto amo. Enfrente la isla de Tagomago. El alma sabe dónde nació por primera vez, mucho antes de que la vistieran con un cuerpo.

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