La Peregrina adora el café. Cuando empieza el frío suele ir a un tostadero pequeñito del barrio de San Antonio, en Barcelona, y comprar al peso café de Kenia. Luego va a casa, saca de la estantería a su amiga y madrina Karen Blixen y juntas beben y charlan de muchas cosas. Es sabido que el café anima a mirar por las ventanas, ver las copas de los árboles agitándose, la gente huyendo de la lluvia con sus paraguas de colores apresurados, los gatos furtivos que viven de las basuras...(la lluvia es propicia para los amantes en moteles muy oscuros con cortinas blancas, de esos en que las ventanas cierran mal y se abren de repente. Y el café es bueno para los recuerdos, los falsos y los verdaderos)
Así que La Peregrina, distraída, no se quita las zapatillas de andar por casa, verdes y afelpadas, un poquito horrorosas, y sale a callejear. Necesita recordar cosas que quizás nunca le pasaron...o le están sucediendo siempre. Además ha empezado una delicada tarea: la adopción de un barrio, un miembro del enorme cuerpo de la ciudad donde pronto La Peregrina echará su leve ancla. Con su mirada de todos los mares pasea estas nuevas aceras y se deja absorver por el paisaje. Poco a poco, con paciencia de cartógrafo y de confesor, irá entendiendo el misterio de estas calles, su mitología, el arquetipo de sudor obrero y despiadado desde donde se levanta esta extraña arquitectura, ya cercana a las montañas, en las postrimerías de la ciudad. Las afueras, que cantara su amigo y co-bebedor de espejos enjaulados, Jaime Gil de Biedma, las afueras, dice Peregrina, ya están adentras. Las sucesivas pieles de alquitrán que van envolviendo el núcleo antiguo y primigenio de la ciudad, ese corazón primero que huele a orines y que es barrido día a día por la avidez asombrada de los turistas y gentes de paso. En ese corazón pútrido y bellísimo, en esa esquina del barrio chino, vivía La Peregrina, y todos los mares y los silencios con ella. Ahora se pasea en zapatillas por la epidermis noroeste de la ciudad, abre los oídos a estos nuevos vientos, bebe el café en un cafecito con ventanas a unas acacias y a un pedazo de cielo transparente. Saca su cuaderno de bitácora y escribe algunas nubes, sólo por el placer de ver desplazarse enormes animales blancos sobre su cabeza. Señora vecina no riegue las plantas, que de tanto escribir nubes esta noche lloverá.
me apunto emocionada a tu bitácora. sé que vas a disfrutar y por eso me alegro. enhorabuena!! grandes besos desde la lluvia de santiago, m,
ResponderEliminarquerida peregrina, por aquí no llueve aunque apunta a rotura el cielo de nubes blancas. todavía no he vuelto pero ya estoy volviendo desde que sé que voy a volver. me encanta que inicie esta andadura con paso firme e ilusión en los bolsillos. la seguiremos con atención y con gusto. un abrazo!
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