Habitación Ninfa Danae
Allí pasa la noche Galatea. Llueve entre sus sábanas. Ella se toca y llueve. No puede parar los vértigos del pubis, el cielo borrascoso, con pelo, la tormenta viva. Muerde un pañolito de seda azul, y a veces se tapa los ojos.
Dentro de los ojos tiene otros ojos otro paisaje. Allí pasa la noche Galatea. Tiene 15 años. Sed. Demonios que le atosigan el hígado. Se precisa mucha agua con ella, baños de caderas, barros en el abdomen, friegas de hierbajos macerados.
Le gusta comer dulzainas, come bombones y piensa en bocas, pero sabe que no es exactamente igual. Una señora le ha traído higos cubiertos de chocolate, le han durado un cuarto de hora, quería estudiarlos, detenerse con ciencia en su deshacerse, tantearles toda la estructura en su desmoronarse contra los dientes y el paladar. Quería, pero viven tan poco esas fugacidades…
Galatea tiene las telas del alma sedosas, un poco aún el gusano sigue ahí, pariendo hilos por la boca. Un señor del balneario se le acercó el otro día, en la sombra del pasillo, le ofreció moras sobre pañuelo de lino, moras casi noche, casi más oscuras que lo que por allí rondaba por el pecho rondaba por el pecho de quién. El hombre la llevó a un aparte, como si aquel balneario fuese un inmenso teatro con sus réplicas bien escritas por alguien con mucho ingenio. Él se la llevó a ese lugar fuera de foco fuera de madre donde ya no son las flores, las desechadas por madame Filomena. Allí, entre las basuras de las hortensias, los gladiolos amoratados, las azucenas cadáveres, él, aquel hombre dijo una palabra grosera: su nombre: Darío.
Luego se desabrochó la blusa blanca, la blanca excusa de algodón, el telón infantil de una comedia, y dejó al descubierto aquello oscuro, lo prohibido, la sánscrita pregunta nunca resuelta. Allí el deseo, latiendo.
Le dijo a ella, a la Galatea flor, caracol, recién niña, le dijo, pásame la mano por el pecho, por lo oscuro, por la gacela que huye por mi piel. Conocerás que soy como tu. Galatea se involucró en la carne de aquel Darío, al que le temblaron los pechos, se le inflamaron como a mujer: Supo, entonces, lo que él había querido decirle, sintió en el tacto las vírgenes que aquel hombre contenía bajo su máscara de cuerpo fálico. Le quiso mucho, entonces. Dijeron que se buscarían por entre las horas prohibidas y los lugares imposibles.
Acabo de entrar aca por casualidad, sabes apretas un link y luego otro y otro...y feliz, me gusta tu relato, fuerte...Saludos
ResponderEliminarhola Claudia, bienvenida y encantada de recibirte y de caminar el trecho de un cuento juntas. Hasta la próxima!
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