Sirenas, bullicio de coches, pájaros contra el frío. El pequeño arbolito del balcón parece temblar. Despeinada, la larga cabellera enredada de sueños mal dormidos. Oigo las risas, los pasitos, de unos niños fantasmas (porque no están) hijos míos que me aguardan al doblar una esquina de esta vida.
Y también ensoñaciones orientales, espaldas muy blancas por donde resbala el kimono, bañeras calientes, olor rico de resinas y de flores verticales, erguidas con arte sobre el plato de cerámica negra, coquetamente desmayadas, casi mariposas estáticas en la penumbra, todo tan ámbar como vivir en el anillo de una reina, detenidos, conjurados, infinitamente lentos…
Hoy sabe a magia. Una magia chiquita, escurridiza, que precisa sosiego y atención, silencio para encontrarle los pasos y seguirla. Los lápices están llenos de colores y las páginas anhelantes. Acariciar el día, acariciarlo. Posar el tacto muy suavemente por entre las horas. Intimidad de cueva. La casa y sus pelusas, los desiertos que han pasado por aquí, por el pasillo, las dunas de polvo que caminan despacio, los animales persistentes que esperaron aletargados en el barro. El barro sucio, tan fecundo.
Posar el tacto muy suavemente entre las horas... Magistral, Evita, magistral... Te admiro mucho pero te quiero más!
ResponderEliminarprecioso...
ResponderEliminarhermosas mujeres, gracias por compartir la palabra
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