oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

jueves, 26 de mayo de 2011

Con Yul en el lago

Yul mide casi dos metros, tiene la piel del color de una noche pantera, aterciopelada y moteada de diminutas estrellas. Parece mentira que  una superficie tan oscura pueda brillar así, emanar esa luz. Yul es luz negra.

Ha venido al lago, con nosotros, no sabíamos que hacer para que cupiera en el coche, para que se sintiera cómodo. Él sonríe, dice que prefiere ir en la parte de atrás, a mi lado. Durante el viaje me aprieta la mano, no fuerte, parece saber cuál es el tacto exacto para cada cosa. Llevamos las ventanillas abiertas y el bosque pasa rápido por las orillas, melenas enramadas y desesperadamente verdes, trinos de pájaros en fiesta, olores a humedad y a jara.

En la cocina me ayuda con la comida, no le importa el olor fuerte del pescado. Miramos a las niñas correr fuera, alrededor del gran álamo blanco. Ellas llevan aquí toda la semana, van descalzas, han tomado la medida del silencio del paraje como una oportunidad para expandir sus jóvenes voces, gritan, yerguen la voz como un surtidor que quisiera tocar el cielo. Me disculpo ante Yul. Para él no es molesto, dice que su madre también hablaba así, hacía retumbar la casa, hasta los cimientos. Entonces me habla de su infancia pobre y dura en el barrio negro de la ciudad. Cemento y solo cemento, voces superpuestas a voces, incomprensión aplastando a la incomprensión. Pero no se pone triste al hablar de eso. Sigue cortando con delicadeza finísimas rodajas de un pepinillo, -¿cómo puede hacerlo? Me pregunto, el pepinillo es bastante más pequeño que su propio meñique-.

Cuando después pienso que todos están descansando me acerco a la orilla del lago, voy con mi pequeño balancín a cuestas. De pronto siento una voz a mi espalda que se ofrece a ayudarme con el peso. No lo había sentido a mi espalda, camina con el sigilo de un animal en la selva. Veo que en las manos lleva su trompeta. No me atrevo a pedirle que toque. La tarde se está posando suavemente sobre el lago. Hay pequeñas olas, y entre las junqueras vemos posarse una bandada de garzas que están descansando en su viaje migratorio. Yo le hablo entonces de mi exilio. Tampoco me siento triste al hablarle de eso. Hasta soy feliz contándole mi paseo favorito, de mano de mi abuela, por mi ciudad natal. Él también parece feliz de pasear por esas calles desconocidas junto a nosotras y, a la vez, de estar aquí, a mi lado, recibiendo el crepúsculo.

Me dice, vamos a hacer algo juntos, y levanta la trompeta. El sol la vuelve un cuerno de oro. Es mi unicornio negro con su cuerno de oro.

Me incita, dime una frase y yo la toco. Nos miramos a los ojos, pero yo enseguida desvío la mirada hacia las garzas que por fin han levantado el vuelo.

Y digo,
Eran de nata y eran de humo y eran de cielo y de primavera
eran de vuelo y eran de nube eran de atardecer y de promesa

y él toca una frase blanda, ascendente y liviana, con pequeños trinos, con ráfagas de aire sin sonido, con notas que se posan, como pompas irisadas
sin romperse

Y yo digo
Yul es mi unicornio y yo soy su dama

Y él levanta la trompeta y la llena de soles, como un vítore, pero suave y secreto

Y yo digo
Si camino la tierra la tierra me camina.
Yo soy su mapa, su única montaña y su desierto
la tierra se pierde en mí, y cuando se cansa en mí, la entierro
entera
entre mis costillas.
Yo soy su madre y ella es mi madre

Y él toca una frase espiral, que no puede acabar y que queda en puntos suspensivos…

…y así estamos, ya es de noche, y seguimos conversando.

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