oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

viernes, 13 de mayo de 2011

en la cocina

Entre el variado de lecturas por el que voy atravesando mayo, me he desayunado con Kitchen, de Banana Yoshimoto. Un libro mariposa, insecto nocturno, que roza la tela oscura, húmeda y brillante de la historia de un duelo y un amor. Noto la insuficiencia de la traslación de una lengua a otra. El castellano y su poderosa estructura solar parece demasiado recio para la voz de esta autora, para las oquedades que se adivinan entre las palabras, para las continuas referencias a la cavidad del corazón. Esa lejanía, esa imprecisión que intuyo, todo eso que se escapa en la traducción, me obliga a un bonito estado de alerta como lectora. No sé por qué pero lo que en un principio parece una carencia, una lástima, lo estoy disfrutando. Casi como si me estuvieran enseñando por ausencia a hablar otro lenguaje, otra estructura de pensamiento y de sentimiento. Como poeta eso me ayuda a hacer crecer la herramienta de mi trabajo, el castellano. Es la herramienta donde me forjo, la que conozco y desconozco profundamente, paradójicamente. Es el templo a habitar, la selva a desbrozar, el camino que peregrino y me transforma. Por ello noto como ese ser que es la lengua se esponja escuchando las carencias de la traducción de Kitchen, como le crecen tentáculos, brotes elásticos, poros por donde absorber ese silencio dicho para hacerlo suyo.

Me hace gracia que para la protagonista de esta novela la cocina sea el lugar central de la casa y de la vida, el lugar donde mejor se siente en el mundo. Para mí la cocina siempre ha sido una especie de corazón, el lugar más creativo de la casa. Quizás porque de pequeña jugaba allí, sobre una alfombra de lana de varios colores (mi alfombra mágica, la que me llevaba más allá) mientras mi madre cocinaba. Todos esos olores, a veces agrestes, como cuando quemaba los pelos de las orejas de cerdo que echaba al cocido, a veces arquetípicos, como esa enorme olla de leche fresca (yo bajaba cada dos días con la lechera a la furgoneta de reparto) hirviendo e hirviendo el olor fuerte del establo, a veces carnales y profundos como el de los kilos de anchoa que abría y destripaba, a veces dulces de bizcochos y compotas de manzanas, ese mundo olfativo se mezcla, inextricablemente en mí, con el de la creación. Quizás por eso he entendido que para que el lector viaje contigo es necesario que los personajes se muevan en un mundo sensorial.

Yoshimoto menciona la comida,  su protagonista se inclina por estudiar cocina, al principio de manera autodidacta, ese esfuerzo por conectarse a una pasión. La comida calma el vacío, y el vacío es una amenaza real, germinal, que intenta echar brotes en la existencia de los dos jóvenes personajes. Su compatriota Hiromi Kawakami, autora de la magnífica El cielo es azul, la tierra blanca,  trae frecuentemente la comida a  colación como una especie de calendario, de lugar real de acercamiento entre los dos protagonistas. Y el único libro de Patricia Highsmith que he leído y que me sorprendió gratamente, Small G, un idilio de verano, estaba plagado de minuciosas descripciones de los diferentes menús con que sus personajes se reconfortaban. Capote, en sus libros sureños, El arpa de hierba y los tres cuentos autobiográficos de su infancia que adoro, no pierde la oportunidad de relatarnos la dieta típica de su familia e incluso la confección de varias tartas es el eje central de una narración. Mi madrina Karen Blixen hace de la comida una cuestión principal en su Out of África, más que por los alimentos en sí, por lo que la cocina culturalmente significa.

Pienso en la novela que estoy escribiendo y pienso que no he de descuidar la nutrición de mis personajes. Es una forma interesante de ver las cosas ¿de qué nos nutrimos? Y no sólo estoy pensando en comida, pero sí, también en ese sencillo y necesario gesto de tomar algo del otro, e incorporarlo, que forme parte de mi energía, para poder seguir.

Mi novio, mi amor, es muy sensible para los olores, y tengo que tener mucho cuidado cuando cocino, ventilar bien a través de la galería de la cocina, encender el extractor. Los olores fuertes, penetrantes, no suelen gustarle. Hoy, cociendo unos puerros, sentía su dulce olor invadiendo las habitaciones (me había dejado la puerta de la cocina abierta). Me he dado cuenta de lo segura que me hacía sentir, más que ese olor, ese oler, como de una manera intangible me hacía aposentarme en algo que no sé definir, algo que debe ser puramente emocional pero que es sólido y me propulsa hacia una percepción poética. Quizás por lo que conté de mi infancia las tareas de cocina y las de creación están indisolublemente ligadas en mí, y quizás por eso siempre he sentido que para vivir hay que mancharse las manos, que la vida es también sucia, y huele, y que eso está bien.

PD: Al día siguiente. Mientras tomo el café de la mañana no puedo evitar acabar Kitchen. Me conmueve hasta las lágrimas. De Banana había leído, hacía poco, Sueño Profundo, que recoge tres maravillosos e inquietantes relatos. Creo que he encontrado una buena amiga, una amiga del alma. Y ese es un motivo de alegría ¿verdad? La compañía de sus palabras, de sus mundos, su punto de vista en ocasiones tan empático con el mío, sus pensamientos, a veces tan diferentísimos del lugar por donde vira mi cabeza, todo eso se queda aquí, labrando una conversación despaciosa en mi corazón. Tengo ganas de ponerme flores rojas en el pelo.

4 comentarios:

  1. Ponte flores rojas en el pelo, querida, envívete de olores y disfruta de la lectura que es otra forma de vivir. Un abrazo, amiga!

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  2. ¡Qué buen artículo, Eva!
    Y estoy de acuerdo contigo: Kitechen es maravillosa.

    Saludos nutritivos.

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  3. Fe de errata: "Kitchen", en lugar de "Kitechen".

    Muac!

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