oración

si yo fuera peregrina de mi misma
si llegara a la dulce
posada esmeralda
del corazón

jueves, 9 de diciembre de 2010

SANDRINE_diario de una niña y su gato_ 1

Cuando cumplí los doce años nos llevaron a mi hermanito y a mí a vivir con la familia de mi tía Cecilia. Mi nueva habitación daba a los patios de vecindad, y detrás de las terrazas de los bajos se adivinaba el murete del callejón sin salida, donde se hacinaban  cubos repletos de basura y palomas muertas. A los pocos meses de llegar alguien escribió sobre el murete un poema muy triste, muy desgarrado. Todas las noches antes de rezar leía el poema triste, también recién levantada lo leía, también después del colegio lo leía, y lo leía y lo leía, pero a mi no me ponía triste, sólo me hipnotizaba. Después vinieron las lluvias de otoño y con las primeras aguas el poema se borró. No sé por qué pensé que la pared dejaba así de estar desgarrada y dolorida. Pero lo que no cala en el ladrillo puede inundar los frágiles muretes de una chica de doce años, y derribarlos. Así  empecé a estar triste. Y como abandonada. Dejada por aquel poema al que habían sujetado entre basuras, como a un cachorro vagabundo. ¿Cómo es que puede morirse un poema? Yo no recordaba nada de su letra, sólo que estaba partido y arrinconado, y que todos cuantos lo leían decían que era una cosa muy triste.


Desde entonces la lluvia, el muro y yo tenemos rencillas pendientes. Nos amontonamos en papeluchos y grafito, y acabamos siempre escondidos en un cestaño de mimbre que era de mi abuela y que todos tienen prohibido abrir. Un día mi tía Cecilia se acercó muy silenciosa a mis espaldas, echó una ojeada al papelucho, y no vio nada. Sin embargo por la noche entre bromas y sopas de pescado dijo que yo era poeta, y  eso explicaba que fuese callada, y después me miró con mucho cariño como para que la perdonase el decir secretos tan grandes. Pero yo no me enfadé, ni me da frío ni calor que desde entonces me llamen la poeta, con una mezcla de cariño socarrón y lengüita haciendo burlas. No sé qué es esto que tenemos la lluvia, el muro y yo. Son cosas que no se entienden, pero están vivas, tanto como un cuerpo, un cuerpo raro e ilimitado que nos palpita y que no acaba de nacer.

3 comentarios:

  1. Y tanto que eres poeta, querida Eva! Un besazo!

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  2. Pinta bien la saga de Sandrine. Ganas de seguirla de cerquita. Abrazos grandes

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  3. hola hermosas, parece que Sandrine nos va ha confiar algunas páginas de su diario, mmm, me han dicho que filosofa con un gato que vive en el tejado...

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