La casa de la tía Cecilia está cerca del puerto, por eso, algunas tardes, se oyen las sirenas de los barcos. Entonces yo me imagino vestida de blanco, con un traje largo, de esos que arrastran, y con sombrilla, y con guantecitos de encaje, y muchos, muchos, muchos baúles con mi nombre escrito en letras largas y como desmayadas e impresos en etiquetas de color marfil. Hombres forzudos suben mis baúles y yo asciendo majestuosamente por la pasarela. Han traído una banda de música para despedirme. Es una banda insólita. Todos los instrumentos están hechos de cristal: cornucopias de cristal, flautines de cristal. cuencos y varillas y conchas y xilófonos y otros instrumentos que no reconozco, todos transparentes y tocando una música sinfónica y delicadísima.
También ha acudido un ejército extraño. Todos los hombres son rubios, tanto, que parecen tener el pelo blanco, largísimo, liso y peinado en una alta y espesa cola de caballo que les cae por la espalda. Llevan el torso desnudo y tatuado, cada uno con un dibujo distinto, pero todos en tintas azules. Los pantalones son blancos, de montar, con tiras de terciopelo negro en los costados. Las botas hasta la rodilla, son negras. En la cabeza llevan un sombrero que es así como un tubo alto y que del que sale un penacho de plumas, también negras. Montan sobre caballos blancos, enormes, y el correaje de los animales está adornado y trenzado cpn hilos de oro blanco y pedrería de zafiros. Me fijo con más atención en un punto azul que brilla en la garganta de esos hombres y descubro que ellos también llevan un zafiro como durmiendo en la cuna que hace el cuello, debajo de la nuez, ese lugar tan bonito para los besos.
Los caballos, con sus jinetes encima, bailan al compás de la sinfonía de los cristales. Es una despedida tan bonita, y yo lanzo desde la borda serpentinas blancas, espirales de luz y papel que se enredan en las maromas del barco. De pronto la sirena vuelve a sonar con sus tres voces de aviso. Los jinetes se quitan el sombrero, lo lanzan al aire, y los penachos revolotean hasta dar con la forma de un pájaro. Se han convertido en una bandada de cordobanes que vuelan sobre el barco. Los jinetes azuzan a sus caballos hacia el mar. Se lanzan con tanto ímpetu que las colas apretadas de sus cabelleras se desatan y veo aquellas lianas furiosas enredarse con el viento, creando finas nubes. Doscientos jinetes cabalgan sobre el agua levantando espumas alrededor del barco. Corta el aliento ver su carrera, frenética, salvaje, hasta que el agua poco a poco va ganando sus cuerpos, las patas de los caballos se van hundiendo, burbujeando la superficie, y poco a poco del mar hirviente vemos como se produce la metamorfosis y las cuadrigas se convierten en delfines albinos, una cohorte de delfines de luna con misteriosos dibujos en sus lomos.
Corro a popa, por ver que ha sido de la orquesta, pues ya no oigo las notas de cristal. y entonces veo que han tomado sustancia y cuerpo, y que ahora las notas son globos transparentes, unos grandes, otros pequeñitos, todos irisados por el sol, elevándose en el cielo caliente de la tarde.
Todos esos amigos, los globos irisados, los cordobanes, los delfines de plata, siguen la estela de mi barco.
Desde que vivo en casa de la tía Cecilia eso es lo que escucho cuando suenan las sirenas de los barcos. Me parece que ahora que he crecido hasta los doce años oigo mucho mejor, oigo más divertido, oigo más yo.
Cuánto Poseidón en esta Sandrine! Me parece una niña hermosa.
ResponderEliminara mi también me gusta estar en su compañía. un beso, montevideana
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