era tan larga como la cola de un gato enorme,
de esas colas que llevan enredadas selvas, cascadas, constelaciones lácteas y derramadas por los cielos. era una mujer
de espina dorsal infinita. acariciarle la curva
era una delicia y un peligro a partes iguales. la curva
de su espalda-mapamundi-mundo donde yo mordiscos,
hondonada donde se precipitaban mis manos multiplicadas,
mis besos alondras y en bandadas,
su curva barranquito que a duras penas del placer podía remontar
las cuestas adorables, descansar
en sus montañas carnales, gemelas, y su arrollito escondido.
había algo de pelo y de musgo en la simple manera de ofrecer
su curva. había chispitas de caramelo, crujiendo,
por toda la superficie del deseo. y violetas, pero feroces.
mis manos sudaban rosas.
abrí todos los huertos al saqueo del placer, pacían
mis dedos en su espalda de hierbas jugosas, gimientes.
yo lengüeaba idiomas húmedos,
y la mujer, toda tierra, los absorbía.
¡Qué bien se lo han pasado estas coralinas!
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