Querido Conde Verdemar:
No sabe cuán exquisita puede resultar mi convalecencia. Hace unos minutos sumergía una onza de chocolate, negro, puro, en un delicioso café. Empezó a ablandarse, a empaparse, momento en que yo lo introduje en mi boca, y ese maravilloso éxtasis estaba acompañado por mis dos nuevos amigos, ya queridísimos, Gustave Flaubert y Georges Sand. He de decirle que con mucha pena, hoy, después de estirar el libro todo lo que he podido, saboreándolo como la más rica y nutritiva de las golosinas, he terminado de leer su correspondencia.
¡Qué bella es la inteligencia! Recuerdo como Carmen Martín Gaite escribía frecuentemente sobre una de las necesidades más esenciales del ser humano: la búsqueda de interlocutor. Pues bien, yo aquí he encontrado a dos grandes conversadores y me he sentido a mis anchas, cómodamente instalada entre estos dos pensamientos tan distintos, y en trasiego por las casas y las calles de París, Nohant, Croisset y otros paisajes de la paleta francesa, a donde se desplazaba el amigo Gustave, puntilloso como era del detalle, para poder avivar la llama exacta de su fabuladora memoria.
De estos buenos amigos aprendo, con cada carta, a amar el propio talento, tanto en el arte de danzar palabras como en el de tener una visión personal de la vida. El caballero me admira por su pasión afiebrada, devota, total, casi de revolución cósmica, con que se entrega a cada libro. Hay una verdadera sed de transmutarse en lo escrito. Es como si escribiera no sólo con su mente, sino con todas sus vísceras y aún con todas las fibras tensas, misteriosas, de su alma. Su alma que se sabe vieja y vivida en otras épocas, en burdeles y conventos. En una carta, después de terminar con La educación sentimental y ya dispuesto a acometer Las tentaciones de San Antonio con el entusiasmo de una pieza que le descongestione del tremendo esfuerzo realizado, le confiesa a su amiga que aún le faltan tres o cuatro libros para escribir el libro que REALMENTE quiere hacer, el que se sabe llamado hacer. Esto yo lo encuentro fascinante, esta lucidez sobre la propia fuerza y la propia perspectiva. Y del que se autodenomina su botija me hacen reír su falta de paciencia, su rosario de quejas y la ironía que sabe poner sobre sí mismo. Sand, siempre encantadora, pero enérgica fustigadora con su verbo y con su visión de la vida que entraña una “fuerza débil” , me parece sabia, sabia y tres veces sabia, y su serenidad es reconfortante, así como sus maravillosas observaciones sobre el arte del teatro y el arte de la vida. ¡Oh amigo! ¡Qué divertido es estar en las cocinas literarias y humanas de dos que no se saben espiados y que escriben para la amistad y no para la posteridad! Habría subrayado todo el libro.
Pero si releo mi carta hasta ahora me parece pobre y raquítica. Tendría que dedicarme toda una larga tarde de verano a explicarle, detalladamente, todos esos goces y los nuevos pensamientos de los que han sido parteros estos dos… Pero estamos en invierno. Yo aquí, en mis palacios, ando por las habitaciones, las arropo con mantas, enciendo candelabros.
Su carta me fascinó. Creo que Louise y usted son dos espíritus juguetones y libres, pero cuidado, esa mujer de la cara azul, esa posada y ese pueblo colgando del acantilado francés, francamente, huelen a Stevenson, un autor que me encanta pero que da enormes sustos, pues no le teme al lado de sombra de la vida. Investiguen sí, pero presérvense de la hora de las brujas, los tesoros escondidos y las bebidas de láudano.
En cuanto a sus lecturas….usted me hace reír. No sé cómo ha conseguido ese Libro de todas las cosas, hoy ya inencontrable, por lo inquietante y porque, a pesar de estar publicado, es un libro “en cuarto creciente”, es decir, que le asoman nuevas hojas, como les ocurre a los árboles en primavera, y por eso no hay manera de acabárselo, y por eso también su autora lo marcó con ese nombre, “de todas las cosas”.
La autora…una de mis tres queridas hijas. Usted se ha preguntado por qué las llamé así (lo sé, aunque nunca me lo haya dicho) Eva Marina, Eva Silvana y Eva Morgana. Sólo le diré que con su segundo nombre las consagré, respectivamente, a las aguas, los bosques y las estrellas. Mis hijas son muy raras, yo las adoro, pero es así. Sé que usted estuvo enamorado de las tres. Usted me dirá que era algo inevitable, y que ese amor aún late y es una herida maravillosa que lo acompaña. Sé que es usted capaz de albergar en su alma ciertos fuegos. Es usted un hombre fuerte. A veces he visto en sus ojos de Conde Verdemar pasearse, desnudo y altivo, al dios Cernudos, el de la cornamenta de oro.
Espero que el mar francés le traiga buenos versos, de escamas brillantes, de carne suave…
D’un tel vouloir le serf point ne desire
La liberté, on son port le navire,
Comme j’atens, helas! De jour en jour
De toy, Amí, le gracieus retour
Querida Peregrina, qué interesante parece ser este libro del que le habla en su carta al Conde. Intentaré conseguirlo. Espero que se mejore pronto. Saludos afectuosos.
ResponderEliminar¿Cual libro, el epistolario o "el libro de todas las cosas"? ambos son magníficos. gracias por su afecto, querida amiga
ResponderEliminarPeregrina:
ResponderEliminarEsstoy volviendo a paso lento desde todos mis bosques. Aún no termino de salir del todo: me queda un encuentro con Lancelot y Guinevere, probablemente en Broceliande y después de este encuentro un nuevo territorio ya explorado: Lanzarote isla, llena de geografías emocionales, y familiares.
Leyendo con ojos de voyeur su correspondencia con Verdemar, reflexiono acerca de la escritura y de quienes la practican. Pienso que los que seres que se abren a las palabras pueden entender el alma del mundo, entrar en otros rincones del tiempo y por eso saber o preveer sucesos que probablemente deben llegar a uno y a todos.
Sus hijas son hermosas, y crecen en belleza -y premítame decírselo también: en locura-. Es difícil llevar esos nombres y ser enteramente lógico todo el tiempo.
Hace pocos días me encontré con Eva Silvana. Bebimos té en medio de una floresta. Apenas hablamos nada. Nos preguntamos nada. Nos respondimos quién sabe qué. Y aún así estuvimos juntas disfrutando de esa merienda alrededor de cinco horas humanas. Bella su Silvana, sensible, sabia... Y además llena de savia.
Le mando un gran abrazo y un ramo de hojas secas de árbol grande como un roble.
Atte.
su Natasja
querida natasja,
ResponderEliminarqué hermoso es siempre saber de vos ( os escribo en estas mercedes pues mi hija Eva Morgana vino con su manto nigromante, el cucurucho estrellado y su noble escoba Rigoberta, estuvimos varios días con sus consecutivas noches más tiempos frontera de palique y dizdireque, y me he quedado como embriagada de verbos perlados y con encaje fino)
así que vuelve con paso lento de la hondura de los bosques. ya la veo, plantígrada y fosforescente, como un alga de agua dulce, con su poco de azúcar o escarcha de rocío en las pestañas. ya la veo, pies descalzos y manchados de tierra, lentos pies como extremidades vegetales que buscan a partes iguales el sol y las raíces. ya la veo, con su voz de calandria peinada al mediodía, muy lírica entre la hojarasca, llamando a las extrañas criaturas inombrables con sus verbos corales y un poco rudos. ya la veo, aún impregnada de resinas fábulas, con los mapas del deseo un tanto desordenados.
deduzco que viajará lanzarotamente, a lo que le deseo una feliz singladura.
la mi hija Eva Silvana me envió una señal de humo donde me contaba lo de su encuentro. y bien, querida amiga, ¿qué es locura? un idioma difícil de enseñar a los otros, quizás.
le envío este gorrión ya muy plumado, espero que llegue victorioso a su ventana, si es que se asoma a esta.
un dulce gesto
su amiga del alma y peregrina